La naturaleza no atiende a sistemas.
William Faulkner
Hablando de disponibilidad del agua dulce, ¿En qué punto nos encontramos hoy? Pues nada menos que acumulando dos años de pocas lluvias y en el arranque de un tercero lleno de incertidumbres, pues no sabemos cómo pinte esta temporada que bien tiñe el añil del cielo con densos nublados que alimentan la esperanza de que tendremos abundantes lluvias y que arroyos y quebradas y afluentes de los ríos cantarán la vieja canción de los montes y humedales, que es el himno a la vida propia y a la que engendra al preñar el mundo vegetal y animal, incluido el nuestro.
Ha llovido en la sierra de Badiraguato, en El Fuerte y en el sur del estado de Sinaloa y muy recientemente en las alturas del municipio de Sinaloa (por San José de Gracia). También algunas lloviznas aisladas por Guasave y Salvador Alvarado, incluyendo un desangelado chaparrón en la ciudad de Culiacán. Tenemos precipitaciones aisladas en el estado, en tanto ya rebasamos el día de san Juan, el clásico día de inicio de la temporada de lluvias. Y mientras anota y vigila el comportamiento de esta temporada de lluvias, la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA) nos dice que ese vital líquido que humedeció la reseca tierra de los lugares señalados no llegó a los vasos de las presas nuestras.
El orgullo de tener once ríos y once presas hasta hace poco, nos inspiraba una confianza en que la disponibilidad de agua suficiente no se terminaría y que la producción de alimentos contaba con la garantía y sello de la naturaleza.
Se han agregado las presas Picachos y Santa María, en el sur del estado. Lo que debe contribuir a la apertura de nuevas tierras al cultivo y a resolver la emergencia que ya representaba el consumo humano de agua en esa zona. Pero incluyendo a la ecuación más presas (mayor embalse de agua) en la fórmula, habrá que contemplar también si la cantidad de agua que nos obsequie la caprichosa combinación de los fenómenos climatológicos del Niño-Niña y las Ondas Kelvin Ecuatoriales será suficiente.
Es cierto que desde los años cuarenta del siglo pasado hemos ido construyendo presas donde se acumulen las aguas de cada temporada de lluvias, buscando aliviar las necesidades del consumo humano, de la agricultura y la ganadería, pero poco nos preocupamos por averiguar qué mantenimiento debemos dar a sus cuencas respectivas y al imparable azolve de las presas.
Desconocemos si hay estudios exhaustivos sobre el estado que guardan cada una de las cuencas hídricas y si ya se están preparando programas para la recuperación de los daños sufridos por estas cuencas (tanto las que provocan sequías y precipitaciones torrenciales, como las que cometemos los humanos) y la educación que debe promoverse entre la población para preservar este patrimonio de todos.
Comencemos a dar pasos firmes hacia el futuro inmediato, diciendo: si nos llueve bien este año sería muy bueno celebrarlo con el compromiso de una administración más sabia del agua que recibamos. Y si la lluvia que nos haga llegar Tlaloc es menor al gasto anual que realizamos de manera tradicional, con mayor razón habrá que encontrar una solución en la que nuestros hábitos en el uso del agua y cultura de conservación y administración se acerquen más a ese punto de equilibrio en que la economía del uso del vital líquido y el respeto al medio ambiente y a las otras especies vegetales y animales, fortalezcan el sabio vértice sobre el que descansa la vida en la tierra.
Nunca será tarde para preguntarnos, con lluvia suficiente o sin ella, qué le debemos al medio ambiente y a la Madre Naturaleza.
Basta volver un poco nuestra vista hacia atrás para contemplar una obra que poco invita al orgullo propio, pues muchos de los bosques que nos dieron madera a manos llenas y eran los cotos libres de caza del venado, del jabalí, el solitario y la liebre, han desaparecido. Ahora son páramos donde escasean hasta las alimañas más remisas del planeta.
Nuestra deuda con el medio ambiente nos grita a voz en cuello: la reforestación es inaplazable en muchos puntos geográficos del estado, especialmente en las coordenadas de las cuencas hídricas erosionadas y empobrecidas.
Y junto a ello defendamos el medio ambiente y las reservas minerales que ahora saquean las compañías mineras y empujemos cambios respetuosos de la naturaleza en el crecimiento de las ciudades, con respeto profundo a la Madre Tierra y preservando las especies vegetales y animales, pues sin ellas el tablero de ajedrez de la vida toda queda mortalmente incompleto. No tenemos muchas opciones para labrar el complicado futuro que se abre en el horizonte.
Partamos de una dolorosa certeza: el agua dulce disponible es una riqueza vital que tiende a la baja año con año y que se nos dará en medio de mayores sequías y de lluvias torrenciales que deslavan cuencas hídricas y dañan laderas y valles productivos.
No es hora de imponernos una visión catastrofista para el futuro humano. Es el momento de promover una nueva cultura del uso y administración del agua y de un medio ambiente lesionado que clama por su rehabilitación. Y de asumir una responsabilidad histórica para reparar los daños infligidos a la naturaleza. El sueño que cada año se vuelve un claro imposible y una pesadilla permanente es el de mantener un 3% en el crecimiento de la economía. Desvivirnos para alcanzarlo es malgastar los recursos finitos que nos proporciona la naturaleza. La vida nos pide soñar con una supervivencia en que los bienes materiales no sean el objetivo primordial, sino el de una existencia digna para todos los seres humanos. Desarrollo humano no es lo mismo que crecimiento económico. Exploremos sus ventajas. Vale.
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