Para quienes la violencia se convirtió en un mal endémico, en una enfermedad sin cura, en un monstruo invencible al cual hay que rendirse sin más, aún es tiempo de recordarles que el problema sólo lo estamos viendo desde la estrechez de la posición personal o del grupo social al que pertenecemos. Cambiar el punto de observación permite ver la causa de nuestros temores quizá en la misma dimensión, pero con un sentido de pertenencia a una sociedad más organizada y en acción. Ello nos da elementos para valorar las posibilidades reales con que contamos para enfrentar con éxito la violencia y los saldos que nos arroja.

Desde el primer instante en que nos vemos obligados a abordar el tema de la violencia, salta a nuestro paso la situación que se vive aquí, allá y acullá. A nivel local e internacional la marca que deja la violencia está presente, llenando de preocupación y desesperación a millones de personas, pues las consecuencias que deja son impredecibles en el campo de la economía, integridad familiar, salud, educación y hasta la de residencia estable y segura. Lo mismo es asomarnos a las calles de nuestro barrio, al territorio de nuestra entidad que a la geografía de otras regiones del planeta. 21 conflictos de importancia contabilizábamos hasta hace unos meses en los cinco continentes, pero ahora se agregan los del Medio Oriente, el fenómeno de la inmigración y el que nos ocupa en lo local.

En el recuento de los daños no todo son pérdidas. Han cobrado valor acciones muy importantes de personas y grupos sociales que dan la batalla a la emergencia local, a la situación que se presenta con nuestros connacionales en los EU, sin olvidarse de la catástrofe que ahora se cocina en el Medio Oriente. Destaquemos ahora la huella de la resiliencia en lo local. ¿Por qué es importante darle relevancia? Porque hay un denominador común entre todas las formas de resistencia y sectores que la asumen: la decisión de no quedarse callados ni tiesos ante el diluvio de violencia e inseguridad que nos ahoga. La conciencia del problema y la necesidad de la  movilización para enfrentarlo son dos elementos que harán posible la elaboración de teoría y propuestas de alternativa.

En el esfuerzo internacional para que se imponga la diplomacia y el entendimiento no se queda en la condena a la guerra y en la búsqueda de tomar partido mientras las bombas y misiles van y vienen cobrando víctimas entre la población civil. Plantear de manera insistente y terca el diálogo y la negociación resulta un planteamiento claro, certero y radical en momentos en que la guerra se vuelve una tentación demasiado cercana y de alto riesgo. Hay ceguera o demasiada dependencia de los gobiernos y de instancias colegiadas de la Unión Europea, pues cayeron en el costoso juego y lleno de peligro de incrementar significativamente los presupuestos militares.

Cada euro que se suma a la fabricación de armas y movilización de ejércitos es un euro menos para la creación de los anhelados empleos y en inversión de alimentos. Y de ambas cosas hay sequía en todas las coordenadas del llamado Viejo Continente. Todos creímos que la experiencia guerrera de Rusia y Ucrania y las consecuencias múltiples que ha tenido para Europa llevaría a una actitud de condena a una guerra que ya toca a sus puertas. Pero puede más su dependencia del BM, del FMI y la vocación guerrerista que le impone la OTAN.

Quizá aún sea temprano para sacar conclusiones de esa hermosa jornada del pasado día 14 de junio en EU, a la que llamaron Un Día sin Reyes, pero a partir de esa fecha imposible olvidar que la movilización de millones de personas caminó por las calles de 2 mil ciudades de los EU. Y es imprescindible dejar asentado que ante las arbitrariedades que se están cometiendo contra inmigrantes (documentados y no) el comportamiento de los latinoamericanos y de otras nacionalidades, incluidos blancos gringos, ha cambiado. El respeto que un tiempo pudieron inspirar el llamado ICE y las demás corporaciones policiales y militares que ahora son punta de lanza contra los inmigrantes, se fue al basurero de la historia junto a la política supremacista de Trump, y el temor al que apostaron frente a la población sin documentos danza ahora en rincones oscuros y apartados, mientras los perseguidos ocurren valientemente a la lucha en tribunales y en la calle, con la frente en alto.

Como posemos observar la violencia y las actitudes emparentadas con ella brotan por nuestros cuatro costados. No permiten respirar con tranquilidad. Nos hablan de riesgos de guerra más amplia y de profundización de los conflictos internacionales, en los cuales destaca la tragedia de la Franja de Gaza. Y esta desafortunada coyuntura nos remite al conflicto natural que se genera a partir de la política discriminatoria en contra de nuestros connacionales que, para el colmo de nuestras tribulaciones, se da en los mismísimos territorios que nos despojaron en un reprobable acto de guerra. La sabia diplomacia mexicana que llama al respeto mutuo entre naciones y privilegiar la negociación y el acuerdo, no ata las manos para proteger a nuestra población migrante ni para exigir el respeto a sus derechos humanos. Defendámoslos, pues.

En el frente local hay una ola violenta que está por cumplir 10 meses sin perder andadura y contundencia, y que nos convoca a unir esfuerzos desde la trinchera personal de cada quien, desde el espacio gremial al que pertenezcamos y desde la inteligencia individual y colectiva que podamos desplegar. Lo que vivimos y enfrentamos hoy es una crisis humanitaria, no es un pequeño tropiezo que sólo deja raspones, ni se resuelve con los remedios importados de otras latitudes o las medidas de mano dura clásicas. Necesitamos revisar todo lo andado, con el ojo crítico que no rehúye la autocrítica y buscar coincidir en actitudes y propuestas hacia una alternativa que abra las puertas de la esperanza y remonte la crisis múltiple que ahora padecemos. No desmayar ni cruzarse de brazos, en la dimensión que nos ofrece Juan José Arreola: La vida que se recobra/ tras el instante ficticio,/ de nuevo en el sacrificio/ pone manos a la obra. Vale.

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