“Será de quien se atreve a quitármela”, revivió la voz de la bisabuela. Eso había respondido la anciana cuando alguien le preguntó para quién sería la cadenita de oro cuando se muriera: “será para quien se atreva a quitármela”.
Murió. Nadie se atrevió. Se fue con su reliquia, como las diosas, con todas sus pertenencias.
La sepultaron con su sabiduría y su reciedumbre. Nadie la había superado. Sus descendientes fueron débiles, malentendieron sus enseñanzas. Quizá los protegió demasiado y les ablandó el carácter… ¿A qué venía eso ahora?, ¿se estaba insolando? El calor superaba los 44 grados en ese lado de la tierra, el tiempo se le acababa. Estaba de frente al camino que se bifurca, justo en la división. Era el momento de decidir: un lado o el otro, derecha o izquierda… lanzó un suspiro… siguió del lado del corazón.
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