Entre tanta destrucción queda una parte edificante.
En el zafarrancho general de la vida, en la guerra perpetua
y la separación interminable, sobreviven, y nada puede ya borrarlos,
el segundo de amor, el minuto de acuerdo, el instante de amistad.
José Emilio Pacheco

Buenos días H. Presidium
Buenos días ciudadanas diputadas y diputados
Buenos días ciudadanas y ciudadanos

En primer lugar, expreso mi agradecimiento a las organizaciones y personas que creen en mi modesta participación social en materia de promoción y defensa de los derechos humanos, y que hicieron llegar su propuesta a este H. Congreso del Estado. Eterna gratitud para mi esposa Irene Santos, que por más de medio siglo me ha acompañado en esta aventura de hacer de los derechos humanos algo más que una Utopía, con la que soñaron Norma Corona, Jesús Michel, Carlos Gilberto Morán, Jorge Aguirre y tantos luchadores más. Para mi madre, Francisca Ochoa, que se recupera de problemas de salud: no necesito repetirle que la sensibilidad ante el dolor y dificultades ajenos lo aprendí de ella y de don José Loza. Ante la grata presencia de algunos de mis compañeros en la Benemérita Normal Rural de Xalisco, Nayarit y de mi generación de la Preparatoria Popular Emiliano Zapata, reitero mi compromiso de lealtad a los principios sociales en que nos formamos en los aciagos años sesenta y setenta.

En tiempos de crisis las acciones deben guiar el discurso. El sentido común aconseja la economía de palabras. Nos debemos una narrativa precisa que alimente y responda a los hechos que demanda la situación que vivimos. Esa es la filosofía de nuestros conciudadanos de a pie y será el arco y flecha, como la llamara nuestro ilustre poeta Juan Eulogio “Locho” Guerra, de nuestro actuar al frente de la CEDH.

La Ola de violencia que vivimos, que hemos identificado como una crisis humanitaria, nos obliga a dimensionarla en toda su magnitud, pues este ejercicio nos lleva de la mano a la conclusión de mantener de manera permanente una actitud de serenidad y de análisis al menor cambio de circunstancias, como conducta que preceda toda acción encaminada a una solución.

Y de antemano aceptemos que esta crisis de seguridad no tiene su aurora el 9 de septiembre de 2024, pues se ha incubado a través de décadas y sus raíces en las diferentes áreas de la economía, de la política, lo social y lo cultural, hace tiempo que ya no están a ras del suelo y que no será tarea fácil ni de corto plazo resolverla. Todavía más, a las dificultades señaladas se suman otros problemas que complican nuestras vidas y que contaminan nuestras conductas. Me refiero a la crisis hídrica, que pone contra la pared nuestra generosa agricultura y ganadería, sin olvidar los riesgos para ejercer nuestro derecho humano al consumo suficiente y de calidad del agua. Y a pesar de los vasos comunicantes entre la crisis hídrica, la minería depredadora, la pretensión de instalar industrias que agreden mortalmente a nuestro medio ambiente y el riesgo para la vida vegetal y animal (incluida la humana), no hay una política pública que garantice remontar el momento (2040 dicen los especialistas) en que lleguemos a daños no reversibles en el planeta.

Aún más, seguimos soñando en que el mundo, en especial nuestro querido país, puede seguir aspirando a crecer al 3 por ciento de su PIB anual. El modelo de economía que tenemos sólo puede funcionar si lo logra. Pero eso ya no es posible, pues los recursos naturales de que disponemos son finitos. Y los que estamos consumiendo la mayor parte del año hay que restarlos de los que no podrán disponer las generaciones que vienen atrás de nosotros. Por esas razones, decimos que la crisis que padecemos no es solo compleja y profunda, sino que demanda de todos y todas una actitud de compromiso mayor y de sumar fuerzas. Y de cambiar de modelo económico.

Regresando a la crisis de seguridad, la valoración propia y ajena nos dice que reconociendo el esfuerzo que el Estado, la autoridad, ha hecho, los resultados no fueron los que esperábamos. ¿Qué significa esta conclusión? Sencillamente que la magnitud del problema es mayor y más complejo de lo que pensamos. Y no ver resultados después de casi cinco meses de padecer la multimencionada crisis nos desespera y un buen número de ciudadanos sale a la calle, con mucha razón, a reclamar paz y tranquilidad en todas las aristas que la vida tiene y que es nuestro derecho humano disfrutar. Y lo que se ha registrado en no pocos servidores públicos con frecuencia es que la actitud contra ciudadanos que demandan atención a sus problemas en nada se parece a lo que se comprometen cuando se protesta un cargo. Lo hemos visto en estos recientes días. ¿Cuánto cuesta escuchar y escuchar bien a un ciudadano que se queja? Seguramente no todos los problemas que el ciudadano ponga sobre el escritorio de un funcionario tienen solución, no lo dudemos, pero si no se expresa el compromiso de revisarlos, de analizarlos con buenos ojos, ¿con qué cara queremos que se vaya de esa oficina pública el ciudadano o ciudadana?

Y como presidente de la CEDH no creo que lo conveniente, ni ahora ni nunca, sea enderezar una posición que choque contra los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Pero la rica y dolorosa experiencia de esta crisis, sin precedentes desde hace más de un siglo, nos lleva a observar la opinión de expertos y de la ciudadanía que la solución del problema no será suficiente con la intervención de la autoridad. A través de la historia la lección recibida es que la reserva de fuerza moral, política y social está en el pueblo. La invitación de nuestra parte es que exploremos y agotemos de manera conjunta todas las instituciones del Estado en nuestra entidad, las posibilidades que nos ofrece promover un diálogo franco y fresco con la sociedad sobre los problemas que enfrentamos. Los diálogos, breves o prolongados, siempre abren las puertas a las propuestas y al acuerdo. No hemos explorado este sabio recurso. Atrevámonos a realizarlo. Y el debate público enriquecerá nuestro conocimiento sobre la crisis que vivimos y movilizará voluntades unidas para atajar los males que ahora nos llevan al desatino en no pocas decisiones.

La CEDH no debe pretender erigirse como la institución que tiene la varita mágica en la mano para resolver nuestros ingentes problemas, pero sí tenemos claro que todas las instituciones deben marchar juntas para enfrentar la crisis. Ya hemos afirmado que la solución no será ni fácil ni pronta. Y como la solución final reclama del binomio coordinado autoridad y sociedad, no perdamos tiempo para iniciar este bello y prometedor esfuerzo.

Tampoco tenemos duda de que la sociedad es más grande que sus problemas. Ni los problemas en la agricultura, pesca, industria, comercio y otros servicios, pueden derrotar las reservas de la sociedad. Tampoco los dolores que provocan pérdida de vidas, desplazamientos internos por razones de violencia o desaparición forzada de personas, impondrán una resignación y el sentimiento de que nada podemos hacer para detener esas tragedias.

Hay otras deudas enormes con sectores de la sociedad que reclaman derechos: la niñez, los periodistas, los grupos que reclaman respeto a sus derechos de diversidad sexual, los jornaleros agrícolas, los pueblos originarios, los migrantes, los Sin Casa a quienes urgen un techo para sus familias, los colectivos de madres con desaparecidos, las víctimas del delito, entre otros. Con voluntad de escuchar y atender sus demandas, se pueden dar pasos firmes en la solución de muchos de sus problemas.

Reiteramos nuestra voluntad para sumar esfuerzos con las autoridades del estado y los municipios, con instituciones como la SEPyC, ISIC, Universidades y la Secretaría de Seguridad, para promover las actividades mencionadas.

El llamado incluye a la pléyade de intelectuales y científicos que hacen brillar en las ciencias y artes a Sinaloa, pronto haremos contacto con ellos.

No importan los esfuerzos y tiempo que necesitemos para lograr la paz, la tranquilidad, el bienestar y para enrumbar el destino de nuestros hijos y nietos. Lo lograremos si caminamos junto a la sociedad, si abrimos los espacios y oportunidades que reclaman quienes viven la orfandad de víctimas y nos damos la oportunidad de sanar el tejido social que se nos enfermó desde hace mucho tiempo. La CEDH pondrá su granito de arena. Lo lograremos. Y al empeñar nuestras voluntades y afanes estaremos cantando a Sinaloa en la poesía de Luis Palés Matos: Eres inmensidad libre sin límites, eres amor sin trabas y sin prisas.

Muchas gracias.

Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de ESPEJO