Cuando se enteró de que era padre, el muchacho ya tenía 16 años. La madre huyó apenas lo sintió en el vientre; no le hizo saber que tendría un hijo. Ella siguió con su vida y con su negro pasado. Pensó que ellos la ayudarían pues le debían favores, era hora de cobrarles «cóbraselos caro, ellos pueden», le habían dicho. No fue así, no metieron ni una mano, no logró que éstos libraran a su hijo de las garras de la delincuencia. Se llamaba Iván. Un día se lo llevaron. Pasaron meses para que supiera de su paradero. Lo tenían en un rincón de la sierra, lo entrenaban junto a otros para hacer de ellos crueles y despiadados criminales. Maruchans, agua, mota, golpes, ofensas y videos sangrientos. Vinieron las pruebas, las muestras de lealtad. Tuvo que hacerlo.

No sólo no encontré nunca a una mujer que me quisiera, sino que tuve un hijo que jamás abracé. Antes de intentar cualquier encuentro me lo mataron como a un perro. Toda mi vida pensé que tenía claro mi propósito, que tenía lo que merecía y por lo que había luchado. Ahora de viejo, sé que lo único que quería era que alguien me tomara de la mano y caminara conmigo… que sonriera a mi lado. Sólo tuve libros; mis fieles compañeros para esta vida de agravio y despojo. No pude abrazar a mi hijo ni verlo nunca a la cara. Sólo supe que mató a muchos y que él tampoco tuvo a un padre. Ahora pienso que el deseo de conocimiento, la pasión por saber y entender la vida me calmaron el ímpetu y me adentraron al universo silente de los libros; me dieron respuestas en su momento… si no, mi historia habría sido como la de Iván… él no tuvo nada, fue una presa fácil, un hijo más, apenas un niño abandonado a las fauces del monstruo… por lo menos tuvo a su madre, aunque le valió de poco. Chupó con ella la miseria y la indiferencia del mundo. A él lo despojaron de cualquier propósito antes de saber siquiera que existían. No tuvo tiempo ni de hojear páginas, mucho menos de comprender el caos y la maldad de la miseria humana. No tuvo sonidos de amor ni tiempo de jugar con las letras, de encontrar los secretos en las palabras. Ningún consuelo que le llenara el vacío, que le calmara la rabia… nada que aligerara su ingenua e inocente ignorancia. No tuvo tiempo de desear nada… sólo conoció el salvajismo de su prójimo. No tuvo tiempo, siquiera, de tener un propósito.

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