Texto: Esperanza Galván*
Fotos: Cortesía de estudiantes

CIUDAD DE MÉXICO. – Estamos en el cierre de semestre en la mayoría de las escuelas públicas del país, donde se han desarrollado diversas movilizaciones estudiantiles, tanto en preparatorias como en universidades. Tras meses de incertidumbre, coraje colectivo y represión, es importante repasar lo sucedido y analizar el trasfondo de estos movimientos.

Generalmente, la atención hacia este tema surge cuando hay protestas, especialmente si involucran pintas, destrozos, encapuchamientos o paros de actividades. Sin embargo, poco se habla de las causas profundas. ¿Cómo llegamos a involucrarnos? ¿Qué hay detrás de cada paro? ¿Cómo surge la organización?

A principios de marzo de este año, asistí con una amiga a la Asamblea Interuniversitaria y Popular por Palestina, que se reúne mensualmente para idear estrategias contra el sionismo en México y en la UNAM. Ahí, tras horas de organización, dos miembros del Frente Alimentario Estudiantil (FAE) nos invitaron a unirnos a su lucha: conseguir comedores subsidiados.

Yo había escuchado las exigencias de las preparatorias, donde denunciaban la mala calidad e insalubridad de los alimentos, así como los precios elevados. También conocía la toma de la cafetería de la Facultad de Arquitectura, un espacio que se convertiría en un referente de la lucha alimentaria.

Allí operaba Café Diseño, una concesionaria privada presente en varias facultades de la UNAM, así como en universidades como la Anáhuac o el Tecnológico de Monterrey. En solo dos días, cubrían su renta anual gracias a los altos precios y al gran flujo de personas. Sin embargo, no era un espacio pensado para estudiantes: se les prohibía estar allí sin consumir. Cuando negociaron los precios con el director general, Armando Grajales, este afirmó que no podían reducirlos y que su público principal no eran los estudiantes, sino visitantes externos.

La respuesta indignó al estudiantado, que decidió tomar las instalaciones, deteniendo las ventas y reivindicando el espacio como un lugar de resistencia y comunidad, además de un símbolo contra la privatización.

Involucrarse en la lucha

Al acercarme a los compañeros del FAE, les expresé mi interés en llevar la lucha a mi facultad, donde ni siquiera hay una cafetería y las barras de alimentos son de mala calidad. Me invitaron a una junta dos días después y me dieron volantes para difundir, convocando a una asamblea interuniversitaria por los comedores subsidiados.

Casi de salida, una chica me interceptó. También era de Psicología y quería sumarse, pero no sabía cómo. Le di algunos volantes y la invité a la junta. Coincidimos en que nuestra comunidad estaba muy despolitizada: aunque muchos tenían conciencia de los problemas, faltaba iniciativa para actuar. Intercambiamos números y acordamos hablar con más amigos.

Así comenzamos: pegamos carteles por la facultad y reunimos a nuestros amigos, descubriendo que todos éramos de segundo semestre e incluso compartíamos clases. Esto nos hizo dimensionar la enorme tarea que teníamos por delante, pero también nos permitió conectar rápidamente. No sabíamos exactamente cómo movilizarnos, pero nos guiaba la determinación por una meta que, aunque inició individual, pronto se volvió colectiva.

Al día siguiente, otro grupo organizó nuestra primera olla popular, una protesta donde estudiantes preparan y reparten comida gratuita a cambio de una aportación voluntaria. Al platicar con ellos, supimos que desconocían el movimiento del FAE, pero compartían la preocupación por la situación alimentaria. Una egresada comentó que le emocionaba ver estas iniciativas, pues en su generación nunca surgieron.

Primera junta con el FAE

Asistimos a nuestra primera junta con el Frente en el espacio tomado de Arquitectura. Éramos cinco estudiantes inexpertos de segundo semestre, con muchas ganas de lograr una alimentación digna.

Éramos una 20 personas de cinco facultades, tanto de CU como de otros planteles, como las ENES Juriquilla y Mérida. Estas últimas denunciaron que la alimentación no era su único problema: estaban en paro indefinido por la negligencia de las autoridades para garantizar condiciones dignas de educación. Señalaron que la alimentación, el servicio médico y la infraestructura eran ignorados, además de sufrir persecución por parte de sus directivos.

Cada escuela compartió su situación. Nosotros expusimos que no teníamos comedor, que las barras de alimentos eran insuficientes, con precios elevados y casos de insectos en la comida, intoxicaciones y alimentos en mal estado. Esto nos obligaba a salir de la facultad para comer, algo difícil por el horario continuo de clases. Además, estamos ubicados entre dos avenidas, sin colindar con otras facultades.

Cada historia tenía sus particularidades, pero la alimentación era un punto en común.

Organización y acciones

Comenzamos a planear actividades para difundir la causa, creando comisiones para redacción, redes sociales y vinculación con otras escuelas. Entre las acciones, destacó una volanteada masiva para convocar a una conferencia de prensa y a la asamblea interuniversitaria, que sería en tres semanas. Mientras, cada quien organizaría asambleas informativas en su comunidad.

En la volanteada, recorrimos el circuito central coreando consignas como «Alimentación primero al hijo del obrero, alimentación después al hijo del burgués». En algunas facultades, llegamos hasta las direcciones; en otras, solo pasamos por fuera. Algunos nos ignoraron, otros se unieron.

En un momento, me separé de la movilización para reunirme virtualmente con compañeros de preparatorias. Nos contaron sobre la violenta represión que enfrentaban, incluyendo amenazas de muerte. Así surgió la Alianza Universitaria por la Alimentación Digna (AUAD), inicialmente conformada por preparatorias de la UNAM. Les invitamos a la conferencia y asamblea, aceptando su petición de encapucharse, comprensible dado el contexto de persecución. Bajo el rector Leonardo Lomelí Vanegas, ha habido al menos 20 expulsiones políticas, en una dinámica que ha criminalizado la protesta.

Asambleas y consolidación del movimiento

Los siguientes días dedicamos a convocar asambleas locales. Aunque eran internas, en todas se permitió la participación de miembros del Frente. En la primera, en Filosofía, asistieron compañeras de Veterinaria, FES Aragón, ENES Mérida y Arquitectura, para concientizar sobre que las problemáticas no son aisladas, sino compartidas en toda la UNAM.

Llegó el día de la conferencia de prensa, con la asistencia de entre cinco y diez medios. Además de las escuelas mencionadas, hubo representación de la Unidad de Posgrado, donde denunciaron un incremento en las cuotas. Nos pronunciamos por la alimentación popular, contra la privatización y la violencia.

El tema ganaba relevancia. En nuestra facultad, empezó a notarse interés más allá de nuestro círculo, con carteles y discusiones en redes sociales. Aun así, faltaba movilización.

Faltaban dos días para la asamblea interuniversitaria, y todas las partes del FAE ya habían tenido su asamblea, excepto nosotros. Rápidamente diseñamos un anuncio y lo difundimos, pasando por cada salón para invitar al estudiantado.

Al día siguiente, nos reunimos en la explanada principal con una bocina y un megáfono prestado. Asistieron menos de 20 personas.

Estructura de una asamblea

Las asambleas suelen seguir una estructura:

Mesa: Moderadora, conformada por quienes convocan y otros voluntarios. Minuta: Registro de lo discutido. Orden del día: Puntos a tratar, sujetos a votación. Participaciones: Debate, inquietudes y propuestas. Pliego petitorio: Puede derivar en un paro.

En nuestra asamblea, casi nada de esto ocurrió. Tras una breve participación de un compañero de la ENES Mérida, la reunión se convirtió en una ronda de quejas, saltando de un tema a otro sin orden. Aun así, sirvió para activar a la comunidad.

Los temas principales fueron:

Cafetería: Mala calidad y altos precios. Infraestructura: Riesgos como ventanas que se caen, enchufes peligrosos y puertas que no cierran. Plataforma de inscripciones: Fallos recurrentes que afectan el historial académico. Falta de grupos: Sobrecupo por baja oferta de profesores y casos de acoso. Actividades culturales: Falta de espacios y materiales.

Además, compartimos un formulario respondido por casi 400 personas (10% del estudiantado). Más del 85% declaró haber dejado de comer por la falta de opciones accesibles, y por unanimidad votaron a favor de un comedor subsidiado.

El enojo colectivo creció y alguien propuso tomar la cafetería. Tras repetir la idea, nos dirigimos allí.

Asamblea interuniversitaria

Al llegar, más gente se sumó a la protesta. Nos colocamos frente a las barras para impedir el paso mientras alguien hablaba por el megáfono. Tras discusiones, se acordó cerrar al día siguiente en apoyo a la asamblea interuniversitaria. Aunque fue una toma simbólica, sirvió para movilizar a más personas.

El 26 de marzo, la asamblea se realizó en el Espejo de Agua, pero por el clima se movió cerca de Rectoría. Asistieron contingentes de Química, Trabajo Social, Ciencias, Medicina, Economía, Ciencias Políticas, FES Acatlán, Aragón, Cuautitlán, preparatorias y CCHs. También estuvieron el profesor Facundo Jiménez, el colectivo Luciérnagas y la madre de Carlos Sinhué, estudiante asesinado en 2011.

Fue una reunión de siete horas, con discusiones, malentendidos y críticas. Tras una lluvia que nos obligó a continuar en Arquitectura, logramos consolidar un pliego petitorio con tres puntos:

Comedores subsidiados. Contra la privatización. Contra la violencia en la UNAM.

Solo faltaba redactarlo formalmente para entregarlo.

Represión y respuesta estudiantil

Pocos días después, La Jornada publicó una reforma al artículo 15 del Reglamento del Tribunal Universitario, vigente por 80 años, que estipulaba expulsión inmediata por «vandalismo o narcomenudeo». El término «vandalismo» quedó ambiguo, facilitando la criminalización de protestas.

La respuesta no se hizo esperar: marchas, bloqueos en Insurgentes y paros en varias facultades. Se entregó el pliego petitorio en Rectoría, cerrando otra vez la avenida. Las autoridades tardaron horas en recibirlo, firmando un acuerdo de respuesta en cinco días.

Aumentaron los paros exigiendo la derogación de la reforma y comedores subsidiados. Solo Economía se pronunció contra el artículo; las demás facultades ignoraron las peticiones.

Organización en Psicología

En Psicología, seguimos organizándonos. Tras la toma, más personas se acercaron para sumarse. Analizamos que la indignación tenía dos causas:

Demandas históricas ignoradas: Problemas acumulados por años. Presupuesto opaco: No se refleja en mejoras.

Ya no éramos cinco, sino diez, con más experiencia. Decidimos formalizarnos con un nombre e imagen para facilitar la comunicación.

Convocamos otra asamblea, difundiendo un formulario para recopilar opiniones. Pedimos a Dirección una carta de intervalo académico para flexibilizar horarios durante la asamblea. Con el documento firmado, avisamos en cada salón.

Al día siguiente, presentamos una propuesta de pliego petitorio. La asamblea reunió al doble de personas que la anterior, con mucha incertidumbre sobre un posible paro.

Iniciamos de manera más estructurada, con una mesa definida. Tras tres horas, se consolidó el pliego, incluyendo las demandas generales y nuestras particularidades. Se votó en un formulario si iríamos a paro, cerrando a las 20:00.

Un compañero del Sistema de Universidad Abierta (SUA) expresó su desacuerdo con el paro, pero otra estudiante lo contradijo, señalando que esta lucha competía a toda la comunidad. Esto reavivó los ánimos, pues SUA suele actuar por separado.

Mientras imprimíamos el pliego, alguien leyó: «UNAM eliminará reforma al artículo 15». Fue una victoria, demostrando que las movilizaciones tienen impacto.

Entregamos el pliego a la directora, Magda Campillo Labrandero, junto con una carta de no represalias, esencial para garantizar la seguridad de los participantes.

El paro estudiantil

Muchos asocian los paros con violencia, pero suelen ser procesos burocráticos. En este caso, fue un paro estudiantil de tres días: sin clases, pero con personal administrativo trabajando. No hubo toma, solo presión para que Dirección atendiera el pliego.

Los paros son símbolos de comunidad y solidaridad, como los del 27 de septiembre y 2 de octubre. También unen luchas entre escuelas, fortaleciendo las demandas.

La UNAM no vela por sus estudiantes ni trabajadores a menos que haya presión externa. La reforma al artículo 15 se derogó solo cuando las movilizaciones captaron atención mediática. Lo mismo ocurre con la alimentación: solo tras viralizarse el tema, se habló de ampliar el programa alimentario.

Respuesta insuficiente y continuación del paro

La directora respondió al pliego con vaguedades: «Lo estamos trabajando», sin pruebas, o desviando responsabilidades. La comunidad reaccionó con indignación.

Tras Semana Santa, hubo otra asamblea para discutir la respuesta. Asistió más gente, y se votó dialogar con Dirección. Bajaron unos 10 directivos, pero sus respuestas no cambiaron: compromisos mínimos, ignorando la mayoría de los puntos.

Cerca del final, llegó un grupo encapuchado (bloque negro). Las opiniones se dividieron: algunos los asociaron con grupos porriles, otros los vieron como símbolo de resistencia. Eran estudiantes, y pidieron a los directivos retirarse.

Se votó tomar las instalaciones: un paro total. Se difundió un formulario sobre su duración, y nos dirigimos a Dirección para exigir la firma de la carta de no represalias, pero la directora ya no estaba.

Esa noche, se votó un paro indefinido.

Toma de instalaciones

Al día siguiente, con una abogada y otros directivos, se colocaron sellos para cerrar todos los espacios (excepto laboratorios y el centro psicológico). Se entregaron llaves, y las instalaciones quedaron bajo control estudiantil, aunque aún sin la carta firmada.

El viernes, se convocó a una mesa de diálogo. Dirección insistió en que no podían firmar nuestra carta y propusieron una alternativa que solo cubría a los participantes en la mesa. Rechazamos, pues necesitábamos seguridad para toda la comunidad.

La sesión terminó sin avances. Dirección intentó desgastarnos.

Un rayo de luz llegó con el claustro de Psicología Social, el primero en pronunciarse a favor del paro. Pronto, otros se sumaron, mostrando empatía con las exigencias. Fue un recordatorio de que la lucha era legítima.

Sin embargo, las mesas se volvieron más largas y tensas. En una de ocho horas, la DGOAE (becas) negó fallas en su sistema, mientras la COSOC (barras de alimentos) aceptó crear una comisión mixta para regular precios.

La directora, cansada, se retiró abruptamente tras rechazar leer las cartas de apoyo docente.

Festival por los comedores subsidiados

El 23 de mayo, organizamos un festival con el FAE: once bandas y una olla popular. Mientras cocinábamos, seguíamos la transmisión del Consejo Técnico, donde nuestras propuestas se tergiversaban.

El evento reunió a 150 personas, convirtiéndose en un espacio de resistencia y comunidad.

En Psicología, seguimos en paro. El 4 de junio, tras casi dos meses, concluimos la revisión del pliego. Dirección insistió en que sin devolver las instalaciones, no habría mejoras en la plataforma de inscripción. Nos dieron hasta el 9 de junio para decidir. El 9, tras una asamblea virtual, se votó cambiar a un paro estudiantil hasta el 20 de junio.

Este semestre demostró que la UNAM no cambia sin presión. Detrás de cada protesta hay meses de organización, frustraciones, pero también solidaridad.

La lucha por comedores subsidiados es contra un sistema que privatiza derechos básicos. La alimentación no debe ser un privilegio, sino garantizada para todos.

Aunque el camino es largo, el movimiento estudiantil sigue vivo. Como en 1999, cuando se evitó el aumento de cuotas, hoy seguimos defendiendo una educación pública y digna.

La rabia y la comunidad nos mantienen en pie. La lucha continúa.

*El nombre del autor fue cambiado por temor a represalias.