Por Rossana Reguillo / @rossanareguillo
Ilustración de portada Diana Soto / @weirdu_u
1. Las memorias que sembramos
Era un sábado cualquiera en Guadalajara. Ya los ecos de la llamada guerra contra el narco, se dejaban escuchar, muchos creían que como un eco lejano, que no nos alcanzaría en esta ciudad que ha preferido cerrar los ojos frente a lo que se avecinaba. Ese sábado, el pequeño grupo de colegas que habíamos creado la iniciativa Por un México sin violencia ¡Basta!, convocamos a un sábado ciudadano al Parque Rojo, en el que participaron artistas, pintores, cineastas, muchos jóvenes y transeúntes que se detenían con curiosidad.
Veníamos del horror de la masacre de los 72 migrantes en San Fernando. Ese horror que Marcela Turati ha narrado con tanto dolor y tanta fuerza. Ese sábado, en un árbol grande pegado a la Avenida, colgamos 72 tarjetas blancas con listones negros, con los nombres de esos migrantes que encontraron una muerte atroz en vez de la posibilidad de un futuro. Esos nombres no podían olvidarse.
Junto al árbol, un mural infantil desbordaba de trazos torpes y luminosos que comandaban dos artistas plásticos tirados en el suelo, al ras del mundo. Una cabina grababa las voces de quienes querían contar qué les dolía y qué soñaban para el país. Había un pizarrón negro enorme donde la gente dibujaba, escribía, se enojaba, se despedía de algo. El parque se transformó en asamblea, altar y juego. Ese sábado, por unas horas, el espacio público fue nuestro. Fue de todos y los ecos de lo que nos venía pisando los talones empezaron a tomar cuerpo.
El horror siguió avanzando y un pocos meses después, en 2011, convocamos —ese mismo grupo— a una lectura de poesía en la Glorieta de los Niños Héroes, por la violencia, por las y los desaparecidos. El hijo del poeta Javier Sicilia había sido asesinado junto con 6 de sus amigos, y el país comenzaba a quebrarse por dentro.
Muchos nos criticaron. Decían que esa glorieta era un sitio elitista, que no representaba a las víctimas. Pero esa noche, entre poemas y silencios, algo se movió.
Hoy esa glorieta es otra cosa: se llama Glorieta de las y los desaparecidos, y es una herida abierta, una trinchera de memoria. Tal vez aquella lectura fue una pequeña grieta en la piedra de la madre patria.
2. Contra el archivo del olvido
El olvido no es pasivo. Se organiza, se dirige. Tiene políticas, tiene arquitecturas. Se llama “desarrollo”, se llama “limpieza urbana”, se llama “progreso”, “daños colaterales”, se llama “en algo andaban”, se llama “pos ya qué”.
Por eso el arte que nace desde las entrañas, desde el dolor, desde la pregunta —ese arte interrumpe. Es un arte que no adorna: desajusta. Que no ilustra: grita.
Como lo ha dicho Jacques Rancière, el arte puede redistribuir lo sensible. Hacer visible lo que los regímenes del ver han excluido. Hacer audible lo que nadie quiere oír.
La serie Arte contra el olvido, que aquí nos convoca, no es solo una serie de episodios sobre intervenciones en la ciudad: es un mapa, pienso, es un mapa sobre el deseo y el duelo. Es un archivo poético-político de quienes no aceptan la desmemoria como destino. Es un archivo sonoro, sensible, que traza imágenes con palabras.
3. Constelaciones de sentido en la serie
Tejida con cuidado, con escucha, con respeto, la serie nos lleva por múltiples territorios. No voy a analizarlos. Quiero leerlos como constelaciones: como pulsos que, en conjunto, revelan el cuerpo herido —pero vivo— de la ciudad.
Viene a mi memoria que llora en silencio mientras escucho voces que reconozco, lo que dijo Walter Benjamin sobre las constelaciones, formulación que me ha acompañado desde hace mucho tiempo, dice Benjamin:
“Las ideas son puntos en los cuales los fenómenos del mundo de lo empírico se agrupan como estrellas. La idea es una constelación.”
—Walter Benjamin(El origen del drama barroco alemán).
Así entiendo esta serie: no como una secuencia lineal, sino como una constelación crítica y sensible que enciende relaciones entre duelo, espacio y resistencia.
Los tránsitos rotos — Bicicletas blancas. Zapatos. Asfalto.
El movimiento ya no fluye. Está marcado por ausencias. Las bicis pintadas de blanco no son homenaje: son reclamo.
Las banquetas sostienen objetos que pertenecieron a alguien que ya no está.
Y los murales de barrio no son decoración: son pequeñas catedrales de memoria, íntimas, urgentes.
El cuerpo que toma la calle — Mujeres que pintan, que marchan, que bordan, que gritan.
El muralismo feminista transforma bardas en superficie de denuncia.
La Glorieta tomada reconfigura el espacio urbano en santuario, en asamblea, en grito colectivo. Este no es el cuerpo dócil que espera justicia: es el cuerpo que la exige pintando, llorando, luchando.
Contra-monumentos, contra-olvidos — Fray Antonio Alcalde resucitado por el artista y activista, Alfredo López Casanova, nos susurra claves. Antimonumentos insurgentes. Redes de sangre y afecto.
Hay quienes devuelven vida al bronce, y quienes se niegan a levantar estatuas: hacen antimonumentos.No son héroes los que se celebran aquí: son ausentes, son buscadas, nombradas, son desaparecidos.
Y en medio, una red itinerante de memoria afectiva: Sangre de mi sangre. Porque lo que se recuerda desde el amor, arde más.
4. El arte como herida que no se cierra (y eso está bien)
Estas intervenciones en la ciudad no buscan cerrar la herida. No buscan la reconciliación fácil.
Buscan decir: esto pasó, esto sigue pasando, y aquí estamos. Como diría la querida Daniela Rea, otra voz y otra periodista fundamenal: No somos las mismas y aquí sigue la guerra.
La ciudad se vuelve territorio en disputa. No entre el bien y el mal, sino entre el olvido y la memoria, entre la indiferencia y el cuidado.
Porque el arte contra el olvido no es memoria melancólica. Es acción. Es acto. Es gesto que invoca un país roto que late en cada gesto de memoria.
5. Nombrar, resistir, permanecer, insistir
No hay olvido mientras una imagen arda.
Mientras alguien pinte un rostro desaparecido en una barda cualquiera.
Mientras alguien deje una bicicleta blanca y le ponga flores.
Las ciudades heridas no están muertas: están latiendo desde los muros, desde los trazos, desde cada cuerpo que resiste creando.
El arte no clausura la herida. La mantiene abierta para que la ciudad no se acostumbre a vivir con ella.
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