Cosalá, Sin.- En una zona históricicamente marginada, elevada y ubicada a más de una hora de la cabecera municipal de Cosalá, el acceso a los servicios públicos básicos continúa siendo precario y obsoleto. Dos comunidades serranas enfrentan una crisis hídrica que no deriva de la falta de agua, sino de una infraestructura dañada y durante años desatendida por el gobierno municipal.
El Palmar de los Ceballos, la única comunidad indígena del municipio, y Agua Caliente de Alaya padecen desde hace tiempo las consecuencias de un sistema deficiente: bombas y flotadores que dejaron de funcionar, cableado deteriorado que los propios habitantes han tenido que remendar y tuberías desgastadas por el paso del tiempo. Todo ello ha limitado el acceso al agua, un recurso que existe, pero que no pueden extraer.
UN PUEBLO PRIORITARIO EN ESPERA DE AYUDA
El Palmar de los Ceballos es una comunidad pequeña, de poco más de cien habitantes, asentada sobre tierra amarilla y un microclima seco y caliente. Ahí vive la única población indígena reconocida en Cosalá. Joaquín Cruz, comisario y patriarca de una familia de origen tarahumara, asegura que ya se cumplieron dos años desde que el agua dejó de llegar y que el ayuntamiento no ha atendido la problemática.
“No es que no tengamos agua; no tenemos cómo sacarla del pozo. La bomba ya no sirve.”
La comunidad desconoce por qué la bomba dejó de surtir agua. En estas localidades serranas no existe un sistema pluvial formal: dependen de pozos y del bombeo hidráulico. En El Palmar, el pozo tiene más de 60 metros de profundidad, lo que hace imposible que los habitantes lo reparen por su cuenta. Lo único que han podido intervenir es el sistema eléctrico, que han remendado varias veces para que el bajo nivel de energía alcance a activar la bomba.
“Los cables se hicieron garras, se hicieron pedazos porque se trozaban (…). El problema es que hay que poner cables nuevos para saber si la falla es de la bomba. Algunos dicen que ya no sirve, pero no están seguros porque la luz no llega con suficiente fuerza”, explicó Joaquín.
La crisis hídrica también ha golpeado la economía familiar. María Ignacia, “Nacha”, esposa de Joaquín, y su hija María Joaquina, madre de un niño de tres años, han tenido que replantear su vida diaria y sus ingresos.
Nacha mantenía un pequeño huerto junto a su casa, pero esta temporada redujo la siembra a la mitad. Lo mismo ocurrió con los cultivos de maíz, frijol y hortalizas destinados al autoconsumo. Sin agua, la mayoría no prosperó. En algunos casos, las familias vendieron su ganado para evitar ver morir a los animales.
“Todo está muy caro. Cualquier cosita cuesta bastante. Y el huerto, pues de ahí se ayuda uno: una cebolla, un tomate, lo que sea, ya lo produce uno mismo. Y para ir por el mandado también está retirado.
Le da lástima a uno verlos que se mueran de sed o de hambre. Le da lástima verlos irse también, porque uno se encariña. Pero más lástima da verlos morir igual.”
Tomasa, una adulta mayor que vive con su esposo, explica que ha tenido que usar agua purificada para realizar las tareas básicas del hogar. El camión repartidor sube cada ocho días a El Palmar, por lo que compra entre cuatro y cinco garrafones para sobrellevar la semana. Cada uno cuesta 20 pesos, lo que representa entre 200 y 220 pesos semanales solo en agua potable.
Según María Joaquina, no han recibido atención sostenida por parte de las autoridades. Solo recuerdan una ocasión, en mayo, cuando el Sistema DIF entregó botellas de agua mediante el programa Aquatlón: botellas de plástico de entre un litro y litro y medio.
“Una vez trajeron para tomar, en botellitas. Nada más para eso: para que tomáramos agua purificada. No trajeron más, no trajeron para otras necesidades.”
AGUA CALIENTE DE ALAYA: EL MISMO PROBLEMA, CONDICIONES DIFERENTES
La comunidad de Agua Caliente de Alaya, ubicada a más de dos horas de la cabecera municipal, escondida entre matorrales y relieves montañosos irregulares, enfrenta una situación similar. También con poco más de 100 habitantes, carece de una infraestructura adecuada para que el agua llegue a las casas. La presión es tan baja que no alcanza ni para llenar un balde.
María Ester, habitante de la zona alta de la comunidad, explica que el agua no llega a su casa debido a la elevación. Ella es una de las diez familias que viven en los niveles más altos, todas afectadas por la misma insuficiencia. La falta de presión ha obligado a la comunidad a bajar con cubetas hasta el arroyo más cercano y cargar el agua sobre la cabeza hasta sus hogares, recorriendo más de 300 metros por un camino empinado.
“Yo ya me he lastimado cargando el agua para la casa. Soy adulta mayor y estoy sola; nada más tengo a una nietecita que me ayuda llevando una cubetita de tres litros. Ya me caí llevando agua, pero hay mujeres que sí se han quebrado procurando el agua para bañarse.”
Para evitar estos recorridos, muchas personas lavan su ropa directamente en el arroyo e incluso se bañan ahí. Esta práctica también ocurre en El Palmar, exponiéndolas a un cuerpo de agua contaminado que pone en riesgo su salud. En Agua Caliente, esta situación ya tuvo consecuencias fatales: una menor perdió la vida ahogada mientras acompañaba a su madre a lavar.
“No, el agua de los arroyos está cochina. Se bañaba uno y les agarró una picazón. A mí me agarró una picazón y al niño también. Yo tengo un chiquillo de 3 años y también le salió esa picazón en el cuerpo. ¿Eso qué dice? Que sí está sucia el agua del arroyo”, dijo una de las madres de familia.
Las infancias también se han visto severamente afectadas. Las madres han tenido que conseguir una manguera de más de 400 metros para conectarla directamente a la escuela primaria del pueblo y cubrir las necesidades sanitarias de los alumnos.
Para ellas, la solución es clara: su pozo requiere una bomba de 5 caballos de fuerza, pero solo cuentan con una de 3. Aunque han buscado la atención de la presidenta municipal de Cosalá, Carla Úrsula Corrales Corrales, en más de una ocasión no han logrado reunirse con ella, pues aseguran que no se encuentra en su oficina cuando acuden.
Mientras tanto, ambas comunidades siguen esperando una respuesta clara. No piden otra cosa más que recuperar el acceso a un derecho básico que alguna vez tuvieron. En la sierra, dicen, el agua no falta: lo que falta es voluntad para que vuelva a llegar a sus casas.

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