En diciembre, el dinero tiene otra temperatura.
No alcanza igual, no rinde igual, no duele igual cuando no llega.
Entendamos que el aguinaldo no es un “extra”, no es una cortesía del patrón ni un premio por portarse bien todo el año. Es un derecho laboral básico. Uno de los pocos que, en teoría, debería llegar sin excusas antes del 20 de diciembre. Así lo dice el artículo 87 de la Ley Federal del Trabajo. Claro, la ley dice muchas cosas que en la práctica no pasan
Una encuesta de la agencia Research Land revela que cinco de cada diez personas en México no recibió o no recibirá este derecho. Casi la mitad de la población ocupada quedará fuera. No por floja, no por improductiva, sino por trabajar sin contrato, en la informalidad o porque el patrón decidió evadir la ley.
Culiacán no es ajeno a esto. Al contrario: aquí se siente más crudo.
En una ciudad atravesada por la violencia, por las bajas, por los cierres intermitentes, por el miedo a salir y no volver, muchas personas han tenido que reinventarse a la fuerza. Emprender se volvió una estrategia de supervivencia. Venta de cenas, postres, tamales, ropa, regalos, flores, rifas, uñas, cortes de cabello en la cochera, bazares improvisados. Diciembre se vuelve una temporada “buena”, dicen. Y sí: se vende más. Pero vender más no es lo mismo que estar protegido.
El problema es que nos han vendido la narrativa del emprendimiento como si fuera libertad, cuando muchas veces es desprotección absoluta: No hay aguinaldo. No hay vacaciones. No hay seguridad social. No hay incapacidad si te enfermas. No hay red si algo sale mal. Solo el cuerpo, el cansancio y la esperanza de que alcance.
Y no, no se trata de despreciar a quien emprende. Se trata de entender por qué tanta gente tuvo que hacerlo. Porque el empleo formal es precario, insuficiente o inexistente. Porque los trabajos se cayeron junto con la seguridad. Porque la violencia también vació oficinas, cerró negocios y dejó a muchas personas sin opción.
Mientras tanto, hay patrones que sí podrían pagar aguinaldo y no lo hacen…Empresas que facturan, que crecen, que se expanden, pero que en diciembre “no ajustan”. Que piden comprensión, sacrificio, lealtad. Que hablan de crisis mientras trasladan el costo a quienes menos tienen margen para aguantar.
El aguinaldo no es un lujo navideño. Es, para muchas familias, la diferencia entre pagar deudas, comprar medicamentos, completar la despensa o simplemente respirar un poco después de un año pesado. En Sinaloa, además, es un pequeño respiro en medio de una ciudad que lleva meses tensando el ánimo y la vida.
Normalizar que la mitad de la población no recibiera aguinaldo es normalizar el despojo. Es aceptar que trabajar no garantiza derechos. Es acostumbrarnos a que la ley sea letra muerta y que la supervivencia sustituya a la justicia laboral.
Y ojo: emprender no debería ser la única salida. No debería ser el parche permanente a un sistema que no cuida a quienes sostienen la economía con su trabajo. Porque cuando todo se vuelve “autoempleo”, el Estado se lava las manos, los patrones se esconden y la precariedad se disfraza de iniciativa.
Diciembre nos recuerda algo incómodo: que la economía se sostiene sobre cuerpos cansados, y que sin derechos, cualquier oportunidad es frágil.
En Culiacán, donde la vida ya es suficientemente incierta, trabajar debería al menos garantizar protección.
El aguinaldo no es caridad. Es una obligación. Y cada diciembre sin aguinaldo es una prueba más de que el problema no es la falta de esfuerzo, sino la falta de derechos que se respeten
Si hoy aceptas no tener aguinaldo, ¿qué otro derecho estás dispuesto a perder mañana?
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