Sinaloa y nuestras familias bien valen cualquier sacrificio. Es lo menos que nos podemos decir 15 meses después de que la crisis humanitaria que vivimos se profundizó y no nos ha abandonado. ¿Por qué decimos que la entrañable tierra en que vivimos y el núcleo familiar al que pertenecemos valen todo el amor que seamos capaces de dar y todo sacrificio? Porque hay dos inolvidables referencias en nuestros orígenes: la patria chica donde nos parieron y esa pequeña tribu que se conforma con los apellidos más cercanos de cada quien. Nos dan sentido de pertenencia y su sangre son los cimientos de una comunidad compacta con historia milenaria. Por ellos somos y hemos sido capaces de sobrevivir la presente crisis y de buscar sin descanso una salida que recupere la paz, la vida productiva libre de sobresaltos y los espacios públicos que son patrimonio de todos.

Ante este cenotafio que honra tu memoria Norma Corona, te decimos y también a Jesús Michel y Jorge Aguirre: La crisis que vivimos, es guerra en toda la profundidad del término, por la dimensión de las fuerzas que participan en ella, por el tamaño de la presencia del Estado y de los recursos que le dedica al combate de las bandas delincuenciales que dieron origen al conflicto y sus colosales consecuencias. Es una crisis sin precedente, cuyas causas no aparecieron ayer ni se irán de nuestro entorno por solo desearlo. Y para explicárnoslo mejor pensemos en que la guerra (las acciones violentas y los miedos que genera) ha ido escalando. Unas y otras acciones cobraron y cobran vidas, obligaron y obligan al desplazamiento interno de innumerables familias y llevan a la desaparición forzada de muchas personas. Pero las armas que disparan balas ya no limitan su campo de acción a las calles y a los puntos donde convergen los grupos violentos.

La guerra ha escalado a niveles muy preocupantes Norma. Si volteamos hacia donde están las víctimas observaremos que el porcentaje de jóvenes se ha disparado y no pocos son niños. Los llamados “daños colaterales”, adjetivación que nos parece de poco respeto a esas víctimas, es un capítulo especial de este mal momento y de nuestra dolorida entidad. El número de mujeres (niñas, adolescentes y adultas) ha aumentado, dejando una preocupación del tamaño del mundo sobre el destino que pueden estar enfrentando aquellas que no han regresado. Y las cosas no han quedado hasta aquí. Los actos violentos cobran especial fuerza contra conductores en nuestras calles, poniendo en riesgo también a las personas de a pie ajenas a cualquier actividad delictiva.

Las preocupaciones y el miedo van subiendo de nivel. Cómo ignorar el uso de explosivos como un arma regular en los últimos meses, pues las consecuencias en pérdida de vidas y patrimonio le imprimen una modalidad sin precedentes; más todavía, el uso de drones en el conflicto y en incendio a casas nos deja el mal sabor de boca y la interrogación de si el Estado mexicano tiene el control de la situación o la situación es demasiado compleja para ser controlada. Y algo que nos deja con cierto sentimiento de orfandad: las escuelas, tanto públicas como privadas no han escapado a la violencia mencionada. Tres de ellas han sufrido incendios, robos y daños a una biblioteca y actualmente las escuelas de Tepuche en Culiacán como las de Villa Juárez en Navolato, tienen dificultades mil para regresar a clases presenciales.

No hemos perdido la esperanza de que podamos superar la mala coyuntura que ahora nos ahoga, pero asumamos la gravedad y profundidad de la crisis, porque es la única manera de alimentar la conciencia de la realidad y la oportunidad de buscar y encontrar una salida a nuestros problemas. Iniciemos por reconocer que nuestro tejido social no se enfermó en septiembre del año pasado, pues tiene décadas recibiendo los embates de desplazamientos por razones económicas y de la violencia, que desarraigaron de sus lugares y costumbres originarias a muchos sinaloenses, verdaderas masas de paisanos que sufrieron estrecheces económicas, los embates de la violencia, los despojos de tierras y otros patrimonios y un mal recibimiento a los lugares en que buscaron refugio y peor trato en sus afanes por conseguir un espacio donde vivir, una escuela para sus hijos y un trabajo seguro para sostener a sus familias. Las políticas públicas de apoyo no aparecieron por ningún lado y las de ahora apenas asoman tímidamente su cabeza ante un problema de enorme calado. Son insuficientes para resolver el problema.

Postcrisis llamo al momento en que superemos esta lamentable y prolongada coyuntura en que la sociedad ha pagado una altísima cuota en vidas, en desplazamientos internos de miles de familias y en la desaparición forzada también de miles de personas. La postcrisis es posible a condición de que dimensionemos en sus justos términos nuestros problemas y que, pensando en el bienestar de nuestra entidad y en el de nuestras familias, nos acerquemos a una cultura de los derechos humanos. Ello implica que la autoridad debe ceñir sus actos, todos, los que corresponden a la normalidad y los que tienen que ver con las medidas en contra de la crisis de seguridad al respeto, sin cortapisas a los derechos humanos.

Y los ciudadanos debemos revisar con ojo crítico nuestras conductas frente a hechos que ofenden a la sociedad y que han derivado en la situación que ahora nos estalla en nuestras manos. También debemos tener más confianza en las iniciativas ciudadanas, esas que buscan salidas a la crisis y plantearse la unidad de acción social frente a la crisis. Y junto con ello plantearle a la autoridad que debe acercarse a la sociedad para emprender una acción en la que coincidan en los puntos esenciales. La crisis no tendrá una solución sin encontrar ese camino. La filosofía de los derechos humanos, la cultura de los derechos humanos proporciona todos los elementos para avanzar hacia postcrisis.

Norma, cuánta falta nos hacen tú, Michel y Aguirre. Juntos insistiríamos en estos momentos en la impostergable necesidad de que la actitud de la autoridad y el contenido de los presupuestos federal y estatal para los próximos años privilegie la atención en educación, cultura, en empleo y salud, sin descuidar la vivienda popular. Hoy se pone énfasis en “seguridad”, como si el problema se redujera a un asunto entre policías y ladrones. La situación que vivimos exige ir a la raíz del problema, a las causas que le dieron vida. La receta que ahora se aplica no corresponde a las causas de la enfermedad: los resultados que vemos todos los días son demasiado contundente como para no verlos.

En este 77 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos hagamos el compromiso de analizar esta mala coyuntura histórica a través de la cultura de los derechos humanos. ¡Viva Norma Corona! ¡Viva Jesús Michel! ¡Viva Jorge Aguirre!

 

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