Netflix presenta una determinación en adquirir Warner. Sus estudios de cine y televisión, estudio de animación (cada vez más olvidado por la administración actual) HBO y su servicio de streaming.
Y aunque la gran N ha contado con el acierto de rescatar producciones que parecían destinadas al olvido (por ejemplo, KPop Demon Hunters), este movimiento corporativo ha sido percibido por voces importantes del entretenimiento y del público en general como una catástrofe que atenta con la forma en que consumimos cine.
En los últimos años, la industria cinematográfica ha intentado convencer al consumidor que el cine no está muriendo. Un escenario que ha sido profetizado cientos de veces desde los inicios del siglo XX.
No ha logrado matarlo la llegada del sonido a las salas, ni el Technicolor, los lentes de tercera dimensión, la televisión ni mucho menos la llegada del formato de video digital. El séptimo arte logro adaptarse a cada uno de estos formatos ante sus resistencias iniciales.
Pero a pesar de que el COVID-19 ahora sea percibido por muchos como un mal sueño lejano tras casi seis años del inicio de la pandemia, sus consecuencias aún continúan menguando a los grandes estudios de Hollywood, quienes poco a poco parecen doblegarse ante los alcances globales ofrecidos por las plataformas de streaming.
Por poco más de cien años, Warner Bros. Pictures se ha posicionado como uno de los grandes bastiones de la cultura popular en el séptimo arte, con producciones que han acompañado a decenas de generaciones por una avalancha de emociones en cada función.
Pese a que los ejecutivos de Netflix insisten en que mega producciones inspiradas en franquicias como Minecraft o el Universo DC aún conservarán sus esquemas de estreno amplio en cines, la preocupación radica en el futuro de producciones originales, de las cuales este año pudimos encontrar títulos excepcionales como «Pecadores» o «Una Batalla Tras Otra».
Lo que ahora se propone es una ventana más corta entre el lanzamiento de una cinta y su llegada a las pantallas domésticas. Lo que antes significaría esperar hasta un par de años para que un titulo llegara a los videoclubs, ahora solo bastaría unas cuantas semanas para poder disfrutarla en la comodidad del hogar.
Un modelo atractivo, pero engañoso y contraproducente para las producciones «de autor». Tan solo «Pecadores», la cinta más rentable de Warner este año, tuvo que esperar poco más de un mes para que las audiencias pudieran conectar con ella.
Además, Netflix es ampliamente conocido por preocuparle poco o nada la difusión de sus producciones más pequeñas, las cuales en la mayoría de los casos incluso contando con elencos estelares, carecen de una narrativa o propuesta estética sobresaliente, limitándose a servir como ruido de fondo para alguien ocupado en otra cosa.
Tampoco debemos actuar como si acudir al cine fuera una experiencia perfecta. La luz de las pantallas de celulares, el ruido y la molestia ocasionados por otras personas. Pero para quien ama verdaderamente las películas, es un calvario digno de ser soportado. Compartir una experiencia comunal frente a la gran pantalla y sus potentes equipos de sonido no tiene punto de comparación.
Quizás más que morir, la experiencia cinematográfica, para bien o mal, solamente evoluciona y está en nosotros como asistentes protegerla mientras aún nos sea posible.

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