Las balas que le quitaron la vida a Danna Sofia, la menor de 12 años de edad que murió ayer al hallarse en medio del fuego cruzado entre criminales en el sector oriente de Culiacán, convierten a la sociedad sinaloense en víctima letal debido a la delincuencia sin control y autoridades incapaces de garantizar la vida así se trate de niños que son el eslabón más débil e inocente del tejido ciudadano.

Este otro hecho de violencia, agregado al hartazgo públicos por 6 meses y medio de ataques irracionales contra la población pacífica en el contexto de la llamada narcoguerra, refrenda la orfandad de gobierno y al mismo tiempo el pasmo generalizado que permite el efímero quejido por los caídos y enseguida la normalización de la barbarie, disponiéndonos en la inacción a esperar la siguiente víctima.

La muerte de Danna Sofia sucede en la víspera de que la fuerza pública federal y estatal despegada en Sinaloa diera a conocer la detención de los presuntos asesinos de los niños Alexander y Gael, y el papá de éstos, homicidio múltiple perpetrado en enero por un grupo de sicarios que derivó en protestas y manifestaciones que en corto tiempo transitaron a la inercia habitual de la población.

De cualquier forma, la aprehensión y consignación de los probables homicidas de Alexander y Gael, cuya culpabilidad la determinará el sistema judicial, enciende una pequeña luz de posibilidad de que la ley también se les aplique a los asesinos de Danna Sofía, la única manera de ofrendarle a la niña y su familia, a los deudos que somos todos los sinaloenses, algo de justicia que es el bálsamo contra la impunidad.

Los gobierno de Rubén Rocha Moya en Sinaloa y de Claudia Sheinbaum en México asumieron la obligación de otorgar seguridad pública y en ese compromiso al menos la infancia tendría que ser protegida con toda la fuerza del Estado contra la delincuencia que se alza desalmada en agresiones a la población de corta edad. Mientras sigan cayendo los niños en la narcoguerra atroz nadie debería hablar de avances en la construcción de paz porque ello sería rascar sobre la herida sangrante de los más de 30 niños y niñas asesinados en Sinaloa.

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