El sistema penitenciario de Sinaloa es un desastre que ha quedado en evidencia durante la violencia que desde 9 de septiembre de 2024 desencadenó por el conflicto interno entre células locales del narcotráfico, colapso del esquema de readaptación social con origen en las anchas puertas abiertas de par en par en los penales para que entren armas, drogas, equipo de comunicación satelital y cuanta cosa se les ofrezca introducir a los reos.
Lo sucedido ayer en el reclusorio de Aguaruto no sólo demuestra lo obsoleto de los procesos de reinserción social, sino principalmente exhibe la inmensa presencia de corrupción que hace posible que la delincuencia interna y la externa reabastezca arsenales en cuestión de horas, después de que los operativos de revisión logran importantes aseguramientos,
Increíblemente no hubo pérdida de vidas humanas, según los informes de la Secretaría de Seguridad Pública del Gobierno del Estado, pese a la disposición a favor de los reclusos de rifles de alto poder, granadas de fragmentación y municiones, reflejada en la balacera que se registró entre personas privadas de la libertad y elementos de la fuerza pública, agregándole mayor miedo a la ciudadanía cuyas capacidades de resistencia y de asombro se agotan.
Del peligroso episodio de violencia registrado en el interior del penal de Culiacán emanan hacia el exterior preguntas sobre qué hay detrás de la permanente existencia de arsenales, de qué tamaño es la corrupción que opera en la introducción de fusiles de alto calibre, quién abre las rejas o apaga los equipos de detección de armas, por qué al gobierno se le ve poco eficiente en la obligación de poner orden, y cuándo el aparato carcelario dejará de estar bajo el control de criminales.
Resulta fundamental que lleguen las respuestas y las acciones antes de que los reclusorios de Sinaloa transmuten a más crisis, si es que los sucesos del 21 de mayo no son la mayor expresión del caótico engranaje correccional. Nadie duda que las prisiones operan como universidades de especialización criminal, tal como queda de manifiesto con los arsenales, controles delincuenciales y refriegas que las convierten en permanente polvorín con la mecha encendida.
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