Corresponde a viejas prácticas políticas la costumbre de apostarle a que las visitas de los presidentes de la república en turno traen en automático las soluciones a los problemas que afectan a los ciudadanos, así se trate de fórmulas mágicas que para el imaginario colectivo significan lo mismo que tratar de curar con placebos algún padecimiento terminal.

La gira de trabajo que realizó el sábado en Mazatlán la presidenta Claudia Sheinbaum causó tal dejo de frustración en sectores que abrigaron la expectativa de respuestas a las crisis de seguridad pública, económica y sequía que se sitúan como las principales preocupaciones en Sinaloa y que al detonar juntas ponen en riesgo la estabilidad de por sí comprometida por la incertidumbre que deriva de la violencia.

El esquema de atribuirle al gobierno la atención a los apremios de la sociedad es correcto desde la obligación constitucional que asumen consistente en velar por el bienestar de los gobernados, sin embargo, la participación ciudadana constituye el mecanismo más eficaz al tratarse de enfrentar adversidades con acciones estructuradas no para el presente sino con visión de futuro.

En Mazatlán, la Presidenta se circunscribió al hábito popular donde a veces las palabras causan mayor complacencias que los hechos, al dejar en el aire la promesa grandilocuente de “lo tengo que decir grande, fuerte, que se escuche en todo México y en todo el mundo: el pueblo de Sinaloa es un pueblo trabajador, que sale adelante todos los días, que lo queremos, que lo apoyamos. Que no vamos a permitir que nadie lo estigmatice”.

Frente al discurso alentador lo que corresponde hacer a la sociedad civil es que la mandataria federal transite de la oratoria pomposa a la respuesta eficiente y fehaciente, porque las dificultades dan poco tiempo para desperdiciarlo en demagogias. Así, con palabras cumplidas y sociedad participativa, ninguna adversidad pondrá a Sinaloa al ras de la rendición y desesperanza.

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Sheinbaum debe traer soluciones a Sinaloa, no nuevas desesperanzas