Badiraguato, Sinaloa.- Entre veredas escondidas y pueblos agrestes, un hombre cambió el destino de miles de niños. Su nombre es César Martín Galindo López, aunque en aquellas tierras altas lo conocen simplemente como “El Maestro de la Montaña”.
Corría septiembre de 1984 cuando —recién egresado de la Escuela Normal de Sinaloa— fue asignado a la comunidad de Sabanillas, en el municipio de Badiraguato. Era un destino lejano, sin caminos, ubicado en una zona con un nombre que tenía peso desde los años setenta: el anteriormente conocido “Triángulo Dorado”, hoy “Triángulo de la Esperanza”.
“Yo fui uno de los privilegiados que salió e inmediatamente me mandaron aquí a Sinaloa, pero a la parte más lejana, al municipio de Badiraguato. Cuando me mandaron me dijeron: ‘Pues mira, te tocó Sabanillas. Creo que te tienes que ir en avión (…) De ahí corre por tu cuenta el traslado a la comunidad’”, recuerda el maestro.
La bienvenida de la montaña
El primer contacto con la región fue complicado: la única forma de llegar era en avión.
Era su primer vuelo, y la pista de Copalquín —apenas una franja de tierra bardeada por cerros— no le daba mucha tranquilidad. Sin embargo, invadido por la emoción de estar al frente de un aula, abordó hacia un destino incierto.
Descendió junto a otros maestros en una pista en San José del Barranco, pero fue en el poblado de La Tuna donde esperó durante cuatro días a que alguien llegara a recogerlo y lo llevara a su destino: la escuela.
“Al cuarto día me dijo don León (el hombre con quien se hospedaba): ‘Profe, ahorita va a venir un señor de Arroyo Seco que se llama Chico Macías. Él va para Sabanillas porque tiene una tía allá, y con él lo voy a mandar a usted’. Mhm. Muy bien”. dijo.
Alrededor de las dos de la tarde llegó a la tienda de don León un hombre que el profe describe “al estilo de la sierra”: con sombrero, huaraches de tres piquetes, una bolsa de red y armado con una daga. Era Chico Macías.
Subieron cerros, bajaron por veredas de lodo y cruzaron arroyos crecidos por una lluvia repentina.
En el trayecto se cortó con ramas espinosas, resbaló varias veces y cayó a un arroyo. Llegó al pueblo empapado, con frío y agotado. Fue recibido por una vecina que le prestó ropa y le ofreció alojamiento.
Al día siguiente conoció su escuela: una pequeña construcción de adobe, con piso de tierra, sin libros ni mobiliario, y con 50 niños esperando clases.
“Todavía no teníamos los libros, pero yo empecé con lo que llevaba y sobre todo muy orgulloso porque ahora sí esos eran mis niños, esos eran mi responsabilidad, esa era mi escuela y ese era mi pueblo en donde yo trataría de hacerlo mejor por ellos de aquí en adelante.” Aseguró con emoción.
Un trabajo de muchos años
Con el tiempo, su trabajo se fue extendiendo. No se conformó con mejorar una escuela: construyó un modelo educativo.
Junto con su familia y los propios habitantes de la región, organizó la creación de un centro educativo en Santa Gertrudis, una comunidad que en ese momento no figuraba ni como comisaría.
Santa Gertrudis se convirtió en un punto educativo que atiende a estudiantes de todos los niveles, desde preescolar hasta universidad.
A través de convenios con instituciones como la Universidad Autónoma Indígena de México (UAIM), jóvenes de más de 50 pueblos —de Sinaloa, Durango y Chihuahua— ahora estudian licenciaturas en línea, sin pagar inscripción ni mensualidad.
A la fecha, más de 400 alumnos están matriculados y 40 han egresado como profesionistas.
En paralelo, Galindo ha impulsado la réplica de este modelo en municipios de Sinaloa como Cosalá, San Ignacio y Mocorito. Su propuesta demuestra que, con voluntad y menos de un millón de pesos al año, es posible crear una escuela funcional, con comedor y albergue.
Luz para la sierra
Galindo no solo impactó en la enseñanza, sino que también logró llevar electricidad a ocho comunidades olvidadas. Tras años de gestión ante autoridades y empresas, consiguió los permisos necesarios.
La llegada de la luz fue celebrada con asombro por los habitantes, y desde entonces, nunca ha faltado.
“Entonces fui y les dije que ya tendríamos luz. Nadie me creyó, se burlaban de mí. (…) Empezó a oscurecer y nada, hasta que de repente ¡bum!, prendió el foco. Ah, pues una gritona de felicidad para todos. Pero a los 20 segundos se apaga; otra vez a reírse de mí. Pero a los 20 segundos volvió a prender, y ya no se ha apagado la energía”.
Durante la pandemia, su gestión también fue clave. Cuando las brigadas de vacunación no querían subir a la sierra, él insistió, organizó y facilitó los operativos, hasta que finalmente lograron vacunar a cientos de personas.
Asimismo, promovió la inclusión del programa Sembrando Vida en la zona, lo que hoy permite que varias familias produzcan durazno, aguacate, chiltepines y manzana, además de recibir ingresos por el cuidado de sus parcelas.
Reconocimiento al Maestro de la Montaña
Hoy, investigadores de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) han reconocido el proyecto Santa Gertrudis como único en Latinoamérica: un modelo integral que atiende desde la primera infancia hasta la universidad, en una sola sede.
Además, el pasado 15 de mayo recibió la condecoración Maestro Altamirano, en reconocimiento a sus 40 años de labor y trabajo en la comunidad de Santa Gertrudis, así como a su misión: llevar educación de calidad a zonas donde nunca antes había llegado.
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