Por Karen Godínez
Aún no dan las seis de la mañana en Tlajomulco de Zúñiga, pero para una joven el día ya empezó. No la despierta el gallo, sino la necesidad de seguir un horario estricto. Su destino: la Universidad de Guadalajara, un lugar para aprender que, curiosamente, queda lejos y, a veces, llegar ahí se siente peligroso.
Como ella, muchos estudiantes comienzan cada día un viaje por la ciudad, una lucha constante entre querer estudiar y los riesgos que hay en cada esquina, en cada parada solitaria.
La alumna, con su historia, inicia esta crónica sobre la distancia: sale de su casa cuando la ciudad todavía está oscura. Le esperan dos horas de camino: debe tomar dos camiones y el tren.
En la oscuridad de la mañana se siente más insegura. “Me da miedo irme sola tan temprano”, dice, y muchos otros jóvenes que tienen que viajar en la oscuridad sienten lo mismo.
El miedo a que les roben o los asalten se convierte en un compañero de viaje que no se ve, pero siempre está ahí. Cuando llega a la universidad, siempre avisa a sus papás: “Ya llegué bien”. Es una costumbre que calma un poco la preocupación en casa.
Al otro lado de la ciudad, en la tranquilidad de sus casas, los padres esperan ese mensaje con nervios. Para ellos, cada vez que sus hijos se van es un acto de fe.
“Siempre la acompañamos a la parada… nos da miedo que le pase algo”, cuentan los papás de la joven, mostrando la preocupación que sienten muchas familias por la rutina de sus hijos.
La tecnología, con la promesa de saber dónde están en tiempo real, ayuda un poco, pero también recuerda el peligro que existe. Solo cuando sus hijos vuelven a casa, seguros, se relajan.
Los números, aunque fríos, muestran lo grande que es este problema. Una encuesta de 2022 sobre cómo usan su tiempo y cuánto gastan en transporte los estudiantes universitarios indica que casi la mitad de los alumnos de universidades públicas tardan entre una y dos horas en llegar a la escuela. Este tiempo, sumado a las clases y el estudio, les quita espacio para otras cosas importantes.
El transporte más usado, el autobús, se convierte en un lugar donde pueden ocurrir problemas. Las noticias dicen que en Jalisco roban en el transporte público casi cada dos días, pero seguramente son más casos, porque mucha gente no denuncia.
Además, se han escuchado historias de que han secuestrado autobuses en Guadalajara en los últimos dos años, lo que genera aún más temor entre los jóvenes que viajan así.
Otro estudiante, que tarda hora y media en llegar a la universidad, cuenta que siempre está atento a la gente a su alrededor y a sus cosas. “Siempre voy con miedo de que pase un accidente en el camino”, dice, mostrando cómo el miedo a la delincuencia cambia su forma de actuar y de ver las cosas.
El temor a un accidente se suma a la preocupación por su seguridad, haciendo que cada viaje sea tenso.
Por mi propia experiencia, entiendo esa sensación de inseguridad en estos viajes de la mañana. Dos horas de camino, tratando de no dormirme y desconfiando, me han hecho ver la rutina de muchos. Veo caras cansadas, miradas que evitan el contacto y la tensión en el ambiente.
Que mis papás me acompañen a la parada y esperen mi mensaje de que llegué bien refleja la preocupación que une a muchas familias en esta situación de vivir lejos.
Lo que se ve en las paradas de autobús al amanecer muestra esta realidad: la calle oscura, con poca luz, contrasta con la llegada de gente que va a trabajar y estudiantes con sueño.
Viajar acompañado se vuelve una forma de sentirse más seguro, sobre todo para las chicas jóvenes, que buscan en un familiar o amigo algo de protección en la oscuridad. Al bajarse del autobús, la gente camina rápido, como si cada segundo en la calle aumentara el peligro.
Pero la distancia y la inseguridad no solo afectan el viaje: también hacen más difícil la vida universitaria. Participar en actividades después de clases, reunirse a estudiar hasta tarde, ir a eventos sociales que enriquecen la experiencia estudiantil, se vuelven cosas imposibles para quienes tienen que hacer viajes largos y peligrosos de vuelta a casa.
La igualdad de oportunidades desaparece por la distancia, dejando a estos estudiantes en una situación de desventaja que no se ve, pero se siente.
Las historias de estos jóvenes, marcadas por la fuerza y la precaución, nos hacen reflexionar. Sus relatos no son sólo de trayectos largos, sino de una lucha diaria por estudiar en un lugar que, a veces, parece ponerles obstáculos.
Cada mañana, cada viaje, nos recuerda que el camino hacia el aprendizaje no debería ser de miedo e inseguridad, sino de seguridad y de las mismas oportunidades para todos.
Contar su día a día es una forma de pedir que se acorten las distancias, no solo las geográficas, sino también las que impone la inseguridad en su importante viaje hacia el futuro.
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Estudiante de la Licenciatura en Comunicación Pública de la Universidad de Guadalajara, esta crónica se realizó en el marco de la asignatura de Géneros Periodísticos impartida por el profesor Darwin Franco.
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