Mazatlán, Sin.- Sergio tenía 16 años cuando tomó el camión urbano de la ruta Hogar del Pescador. Era sábado 6 de septiembre y llevaba prisa por llegar a ver a su novia. En el trayecto le enviaba mensajes, como cualquier adolescente enamorado, para avisarle que pronto estarían juntos. Esos mensajes fueron lo último que ella recibió de él.
En el camino ocurrió un incidente mínimo, de esos que suelen olvidarse al terminar el día. El chofer del camión discutió con el conductor de un vehículo rojo. Hubo gritos, gestos de enojo, pero la unidad siguió su ruta. Nadie pensó que ese pleito se convertiría en una sentencia.
Sergio era un joven de tan solo 16 años cuando las balas le arrebataron la vida.
Sobre la avenida Ejército Mexicano, el mismo vehículo alcanzó al camión. Esta vez no hubo palabras, sino balas. Desde dentro del auto dispararon contra la unidad y el plomo encontró a Sergio. Apenas alcanzó a enviar un último mensaje: “Algo pasó”, seguido de un vídeo de los usuarios tratando de protegerse de los impactos resguardándose en el piso del interior de la unidad.
Su novia lo leyó y de inmediato avisó a la familia. Gracias a la ubicación en tiempo real, pudieron seguir el trayecto del camión hasta hallarlo. Fue su madre quien subió a la unidad y lo encontró herido, desangrándose. Lo bajó en brazos, entre gritos de dolor que desgarraron la calle. La ayuda llegó tarde.
“Mi hermano fue una víctima más de la violencia, solo tenía 16 años y sus sueños fueron truncados. Él no estaba en malos pasos, iba a ver a su novia, nada más”, contó su hermana Ali del Carmen Tirado.
El traslado al hospital prolongó la agonía. Sergio llegó inconsciente y con la vida escurriéndosele. Horas después, murió.
Era el menor de tres hermanos. Estudiante de preparatoria, querido en su casa, con sueños que no alcanzaron a madurar. Su muerte se suma a los más de 50 menores en Sinaloa que han caído como víctimas colaterales de la narcoguerra: balas perdidas, ataques sin objetivo fijo, vidas interrumpidas en lo cotidiano.
Era un joven cariñoso y querido por su familia.
El fuego cruzado no distingue entre rivales ni civiles: sorprende a quien cena en una taquería, a quien maneja por una avenida, a quien viaja en transporte público. Sergio estaba ahí, sentado en un camión urbano, pensando en la tarde que pasaría con su novia.
“Ahora nada regresará a mi hermano a casa y solo será una víctima más. Mi querido Sergio, nos has dejado con un vacío profundo y un dolor que jamás pasará. Te amo mucho, mi niño, mi flaquito, mi huesitos”, dijo su hermana, en un adiós que pesa tanto como el silencio que dejan las balas.
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