Badiraguato, Sin.- Antes del actual contexto de violencia que vive Sinaloa, en Rancho Blanco, un pueblo enclavado en la sierra de Badiraguato y ubicado a cinco horas de la cabecera municipal, vivían 20 familias. Actualmente, solo quedan tres, relata para ESPEJO María Isabel.

La mujer, de 60 años, recordó que, aunque en su comunidad no se han registrado hechos violentos, el hecho de estar aislados y tener que salir en ocasiones del pueblo es lo que ha puesto en riesgo a quienes viven ahí. Por eso, y debido a la falta de oportunidades, muchos prefirieron abandonar Rancho Blanco.

Gracias a Dios con nosotros está tranquilo y no hay gente ajena, no hay gente así. Pero para llegar sí se tiene que atravesar por partes complicadas. El pueblo era casi pura familia y conocidos. Luego, ¿quién va a querer estar allá? No hay dinero, no hay más. La gente que no tiene se fue a otros lugares. Con nosotros ahora solo hay tres familias de 20; se fueron por lo que está sucediendo, no en el pueblo, sino en el camino y por la falta de comida”, comentó María Isabel.

Recordó que antes de la guerra entre facciones del crimen organizado, en Rancho Blanco había una telesecundaria que incluía desde kínder hasta secundaria; actualmente ya no hay quien asista. Ya no hay niños.

Sin embargo, lo que pareciera un escenario adverso también se ha convertido en un espacio de resistencia y resiliencia para las familias que aún permanecen en Rancho Blanco. Las tres forman parte del programa federal Sembrando Vida, el cual les ha permitido no solo encontrar una forma de comercializar lo que cosechan, sino también practicar el autoconsumo.

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Arbolito hecho de piñas naturales de pinos realizado por el CAC La Caña.

Yo puedo vivir un mes, dos meses, sin un cinco de nada, porque nosotros cosechamos y comemos lo que hay. Nos hacemos a la idea de comer lo que hay y así uno ya no engorda”.

¿Encontró el beneficio?

Sí, oiga. Como sano y sin subir de peso, ni gastar. ¿Qué más queremos?”.

En el caso de María Isabel y de la gente de Rancho Blanco, para poder formar parte del programa se sumaron a la Comunidad de Aprendizaje Campesino (CAC) La Caña. Aunque les queda a una hora de distancia y las brechas en ocasiones son intransitables, acuden sin falta a sus capacitaciones, reuniones y actividades. Ahí ha encontrado parte de lo que perdió con el desplazamiento: una red de apoyo.

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Productos cosechados, procesados y comercializados por quienes conforman el CAC La Caña.

Ellos son como 30 familias. Sembrando Vida, la verdad, ha sido algo maravilloso. Nunca me imaginé que iba a tener esto, porque sin esto no estuviéramos allá. Es una lástima, porque es un lugar tan bonito: se respira aire puro, se escuchan los pajaritos, las palomas. Ojalá pudieran entrar más sembradores para que todos estén cobijados y no se vayan, o vuelvan”.

El CAC La Caña lo conforman al menos 23 personas, de las cuales, incluida María Isabel, cinco son mujeres. Para ella y su familia, el poder cosechar naranjitas, maíz, nopal, guayaba, calabaza, camote y jamaica también les permite elaborar productos como pinole, nixtamal, mermeladas, cajetas y empanadas.

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Flores realizadas por María Isabel con hoja de maíz.

Mire mis manos, están raspadas y enterradas, pero ahí vamos. Sí se puede, todo se quiere; uno tiene que salir adelante. Yo no tengo esposo, falleció. Aun así, he logrado salir adelante. Hace poco estuve cosechando jamaica y no pensé que fuera tanto trabajo; no podía y no podía, pero gracias a mi nuevo equipo ellos me ayudaron. Si a uno se le atora algo, entre todos cooperamos: juntamos para una despensa, para un enfermo. Esto nos ha enseñado a ser hermanos”.

 

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