Mientras muchas familias se reúnen alrededor de la mesa el 24 de diciembre, en la Estación Central de Bomberos de Culiacán el tiempo se mide distinto. Hay guardias de 24 por 48 horas, radios encendidos y la posibilidad permanente de que una emergencia rompa el silencio de la noche. Para el sargento primero Iván Aguilar, ser bombero implica asumir que las fechas importantes rara vez se viven en casa.

“Hay muchas cosas difíciles de ser bombero, tanto del trabajo como la separación de la familia. Pero lo más complicado, obviamente dejando por un lado al trabajo, es separarte de la familia en ciertas fechas”, cuenta en entrevista para ESPEJO.

Navidad, Año Nuevo, cumpleaños, Día de las Madres o el 14 de febrero pueden pasar frente a una guardia, lejos de quienes esperan en casa.

Aguilar comenzó como voluntario en 2016. Dos años después se integró de manera remunerada y hoy es jefe de turno en la estación central, responsable de coordinar a su equipo. “Esta es mi segunda casa. Aquí vivo un tercio del año”, dice. La convivencia constante convierte a los compañeros en una familia alterna, necesaria para sobrellevar la ausencia de la propia.

Diciembre es uno de los meses más complejos, explica. Nadie toma vacaciones. La carga de trabajo aumenta por incendios, accidentes y el uso de pirotecnia. Esto trae conflictos con los familiares más renuentes, que reprochan su ausencia.

“No podemos decir ‘ah, voy a faltar el 24, o no voy a estar el 25’, porque son las fechas más pesaditas. Y ahí, a veces hay conflictos con la familia, porque no siempre se entiende que no podemos estar. Entonces, es un poco complicado”, sigue el sargento.

Las turbulencias familiares llegan y se suman a la ya de por sí difícil labor que realizan, misma que se presta para dejar cicatrices permanentes en su memoria. Entre los sucesos que más lo han marcado, Aguilar recuerda con claridad un incendio ocurrido hace aproximadamente cinco años, también en temporada decembrina, en el sector Barrancos. En el siniestro, dos niñas perdieron la vida.

“Por una cebollita, o no recuerdo qué pirotecnia, nos tocó sacarlas desgraciadamente sin signos vitales. Para mí fue difícil estar ahí, siendo que ni los conocía ni era nada de ellos, simplemente era el bombero que iba a ese incendio. No me imagino a la familia y todo eso. A mí me queda muy marcado porque tengo sobrinos, tengo primos… entonces sí es una de las cosas más marcadas que tengo”.

 

Letrero en la Estación Central de Bomberos de Culiacán advierte sobre el riesgo del oficio y la importancia del entrenamiento para salvar vidas.

Letrero que cuelga al interior de la estación central de bomberos de Culiacán.

Aun así, hay momentos que equilibran la balanza. Salvar una vida sigue siendo el acto más gratificante. Hace poco, durante un incendio en la plaza Cuatro Ríos, en el marco de los vandalismos efectuados por facciones del crimen organizado, él y sus compañeros rescataron a una mujer atrapada en un balcón. Para Aguilar, cada práctica y cada segundo que se gana rápido cobran sentido cuando una persona sobrevive.

“Saber que llegamos a tiempo y que todo el entrenamiento sirvió, eso no se compara con nada. Ahí te das cuenta de que todo funcionó. No tanto salvar bienes, sino vidas”.

El sargento también destaca que la labor del bombero va mucho más allá de los incendios, pues también les toca atender rescates, choques, lluvias, derrames de materiales peligrosos y evacuaciones.

“A veces la gente piensa que marcando al 911 aparecemos de inmediato, pero podemos estar en otro servicio, entrenando o incluso comiendo. Aun así, siempre tratamos de llegar lo más rápido posible”.

Su mensaje a la sociedad es claro: comprensión y prevención, en especial en estas fechas. Y si algo pide a cambio del sacrificio, es sencillo: “Con un gracias o un saludo, nos damos por bien pagados”.

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