Por: Josue Chispan
Mentoría: Zorayda Gallegos

En 1951, luego de la Segunda Guerra Mundial, Alemania estaba hecha pedazos. Entre polvo y escombros flotaba una pregunta: ¿cómo se reconstruye un país después de una guerra así? 

Ese verano, en la ciudad de Darmstadt, le pidieron al filósofo Martin Heidegger que diera una conferencia sobre cómo volver a habitar el mundo después de una guerra. Habló de tres verbos: construir, habitar y pensar.

Varias décadas después, la neurocientífica y escritora española Nazareth Castellanos se apropió de esos verbos para hablar de la salud mental: cómo la construimos, cómo la habitamos, cómo la pensamos. En una entrevista por videollamada para Corriente Alterna, Castellanos recorre esos tres verbos, apoyada en sus investigaciones, en sus crisis personales y un libro que resume todo ese viaje: El puente donde habitan las mariposas (Penguin Random House, 2025).

Construir, habitar y pensar

Para la neurocientífica , construir la salud mental es aprovechar la capacidad de plasticidad del cerebro —de cambiar, de reorganizarse, de reconstruirse. “El construir en la salud mental, pues primero porque hay que saber cómo se va construyendo esa salud mental, cuáles son los factores que contribuyen a construir la salud mental, a reconstruirla”, menciona.

En cambio, habitar, apunta a la forma en que estamos —o no estamos— en lo que nos pasa: “ese habitar experiencias y vivirlas con esa atención plena que muchas veces nos hace falta” y señala como obstáculo la constante distracción o divagación del pensamiento que muchas veces nos impide habitar lo que nos sucede.

El tercer verbo, pensar, se relaciona con la forma en la que nos relacionamos con esa vocecita interior que a veces no deja dormir. “El pensamiento se convierte a veces en un intruso muy molesto, pero bien llevado puede ser una herramienta para nuestra salud mental”, señala.

En su trabajo, estos tres verbos dejan de ser una cita filosófica y se convierten en una estructura para hablar de salud mental.

Del cuello para arriba, del cuello para abajo

Durante años, la mirada científica de Nazareth estuvo puesta exclusivamente en el cerebro: señales fisiológicas, conectividad entre áreas cerebrales, gráficas y laboratorios. Como ella lo describe, en sus investigaciones todo ocurría “del cuello para arriba”.

Pero una crisis con el mundo científico —mientras estudiaba en la Universidad de Londres— lo cambiaría todo. “Me dedicaba a estudiar el cerebro, sin embargo, yo veía que tenía que recurrir a otras formas de conocimiento para poder aprender algo de mí… ¿Cómo puede ser que me pase el día estudiando y no sé qué hacer conmigo misma?”.

Durante ese período de crisis en Londres, empezó a buscar respuestas en la meditación: “Iba mucho al centro tibetano. Allí hacíamos mucha buena meditación y respiraciones. Yo decía: ‘si yo salgo diferente a como entro, es porque a lo mejor todo lo que estoy haciendo aquí hace algo en mi cerebro”.

Fuera del centro tibetano, su trabajo seguía enfocado en temas completamente diferentes. “Después de muchos años estudiando el dolor, Alzheimer, daño cerebral, era cómo: ‘¿Por qué me dedico tanto al dolor y no me dedico a estudiar qué podemos hacer para estar mejor?’”, menciona.

Esa pregunta la hizo darse cuenta de que el problema no era la neurociencia, sino la parte del cuerpo a la que estaba limitando su investigación. “Me di cuenta de que había algo más por debajo del cuello […] Empecé a ver que lo que pasa del cuello para abajo influye mucho en lo que pasa del cuello para arriba”, cuenta.

Como quien le sonríe al recuerdo, la neurocientífica explica que, después de muchos años de estudiar el cerebro, por fin había descubierto que “una forma de esculpir el cerebro está también esculpiendo el cuerpo”.

Ferrari del pensamiento

Estudiar el cuerpo cambió su forma de entender la salud mental: “Algo que a mí me parecía interesante considerar en la salud mental, era que nosotros en general no nacemos como una pizarra en blanco. Venimos con mucha información, no sólo genética, sino que parece que heredamos o recibimos un legado de aquello que han sido nuestros ancestros”, menciona la científica.

Ese legado —explica— deja un rastro: en la forma en que tensamos nuestro cuerpo en cómo reaccionamos y sobre todo en la forma en la que pensamos. “Nuestra relación con nuestro propio pensamiento es complejísima. Pagamos un alto precio por el lenguaje”.

Ese lenguaje interno puede ser un aliado o convertirse en un enemigo íntimo. Ella lo describe de manera muy precisa: “El lenguaje interior puede hacer mucho mucho daño. Manejarlo es cómo manejar un Ferrari a 200 km/h.”

Y, como cualquier auto, hay que aprender a manejarlo. Por ello, explica que en sus investigaciones ha encontrado que no existe pensamiento que funcione aislado del cuerpo.

Por eso insiste en que, a veces es más efectivo respirar, moverse, hacer una pausa, que tratar de discutir con la cabeza. “Cuando pasamos épocas difíciles, nuestro diálogo interior se desborda y en esos momentos puede ser más sencillo pararse a respirar o hacer algo de ejercicio para que la mente baje”.

El puente donde habitan las mariposas

Sus investigaciones del cerebro, del corazón, de la respiración llevaron a Nazareth Castellanos a una idea central: la salud mental ocurre en la conexión. Como ella misma lo resume: “No solo es el cerebro, no solo son ciertas regiones cerebrales. No es tanto uno u otro sino la interacción de ellos”.

Para la neurocientífica, esa interacción se sostiene por pilares básicos: el ejercicio físico, la alimentación y la gestión emocional. A pesar de su importancia —menciona— casi nadie nos enseña a atenderlos: “Aprendemos a leer, inglés, matemáticas… pero aprender a cuidarnos queda un poco a suerte de cada uno”.

Esa preocupación —de la red que une lo que sentimos, pensamos y habitamos— es la que da sentido a su libro El puente donde habitan las mariposas. Un libro que organiza el conocimiento en vínculos: cómo la respiración altera la actividad cerebral, cómo el corazón modula la atención, cómo la postura cambia la forma en que pensamos. “Lo que a mí me gusta y defiendo en el libro son los puentes”, menciona la neurocientífica.

En su libro, Castellanos recuerda que Heidegger entendía ese puente como sinónimo de mudanza, dinamismo e interacción; un lugar donde ocurre la transformación. Para ella, ese espacio no pertenece del todo al cuerpo ni del todo a la mente, sino a la relación entre ambos. Ahí conviven pensamientos, sentimientos y experiencias. Ahí es donde habitan las mariposas.