Existe una falsa noción en legitimar de manera casi automática todo discurso, idea, o expresión artística relacionada con la historia si esta proviene de una fuente de inspiración europea. Una noción que, desde el entendimiento y revisionismo de nuestras propias raices e identidades históricas, hemos podido desarraigar poco a poco.

Quizás por eso la idea detrás de una película como «Batman Azteca: Choque de Imperios» resulte tan incómoda para públicos con un nivel de percepción más cercano al hispanismo.

Después de todo, tras siglos de controlar la narrativa detrás del periodo de la Conquista y presentarla como un proceso de culturización, educación y civilidad, debe ser chocante escuchar a uno de los personajes decir «¿Nuevo mundo? Si nosotros ya estábamos antes en él».

Durante décadas, DC nos ha presentado una pintoresca galería de versiones alternas para el Caballero de la noche: desde detectives victorianos, encarnaciones futuristas y entidades salidas del inframundo. En esta ocasión se nos traslada al corazón de la cultura azteca.

La cinta presenta el viaje hacia la madurez de Yohualli Coatl, un joven que experimenta de primera mano la crueldad de los conquistadores españoles cuando su padre y líder de su aldea es asesinado por Hernán Cortés.

Usando el templo de Tzinacan, el dios murciélago, como su guarida y entrenando junto a su mentor y asistente Acatzin, Yohualli deberá probar su valía como guerrero ante Tlatoani Moctezuma y poder advertir de la amenaza que están por enfrentar.

Resulta interesante tras la presentación de Cortés (en una suerte de encarnación al personaje de «Dos Caras») y sus tropas como estos seres despreciables y sedientos de oro y poder, el imperio mexica no es del todo presentado con una imagen inmaculada.

Desde las escalinatas en los templos de Tenochtitlan cubiertas de sangre a causa de los constantes sacrificios humanos, un sutil guiño a una aparente lucha por ayudar a sectores desfavorecidos de la población que habitan en la ciudad y el desafortunado recibimiento del Tlatoani hacia las huestes invasoras con recibimiento digno de los dioses bajo el consejo de Yoka, homólogo del guasón en la narrativa.

Lo que separa a «Batman Azteca» de producciones como la obra teatral «Malinche El Musical» es, dentro de su lógica de ficción, se alimenta con sucesos históricos genuinamente documentados para enriquecer su relato, demostrando que cualquiera, sin importar su origen o raza, puede ser digno de portar el manto del murciélago.

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