«La Biblioteca de Babel» presenta al lector un universo compuesto por una serie interminable de salas hexagonales conectadas por escaleras en espiral, cuyos anaqueles albergan tomos escritos con cada una de las combinaciones que puedan existir en nuestro alfabeto.

El viajero en estos dominios podría eventualmente encontrarse con cada ficción, correspondencia o mensaje habidos y por haber en la historia de la humanidad, incluso este mismo articulo. Y si así lo dicta el destino, podría tropezar con la historia de su propia vida.

En cada uno de los relatos imaginados por Jorge Luis Borges, el autor argentino plasmó una rigurosidad académica influenciada por el ultraísmo, movimiento literario con el cual se buscó establecer una reducción de la lírica a la metáfora, la eliminación de adjetivos sobrantes y la síntesis de escenarios en imágenes precisas y carentes de sentimentalismos.

Como si fuesen tratados académicos provenientes de realidades alternas, en sus cuentos se cita regularmente a autores (ocasionalmente de obras inexistentes) para ilustrar la reinterpretación de conceptos que cuestionan la existencia misma.

Tal es el caso de «El Aleph», narrado por un Borges ficticio que, afligido por el fallecimiento de su amiga Beatriz Viterbo, a quién amó en la vida real sin ser correspondido, encuentra en un lugar específico dentro de un sótano dónde se conectan todos los puntos del universo y permite a quién se asome en él, observar de manera simultanea el presente, pasado y futuro, abrumándolo por la imposibilidad de comprender su totalidad.

Su ficción ayudó a consolidar en Latinoamérica el uso de los mal llamados por sus colegas contemporáneos «géneros menores», como el misterio y las novelas de detectives.

Anticipando el uso del tiempo como personaje esencial de la trama, un elemento habitual en la obra de cineastas modernos como Christopher Nolan, Borges construyó en «El Jardín de los Senderos que se Bifurcan» una trama de espionaje con tintes filosóficos dónde el paso de las horas es representado como un inmenso laberinto en el que cada escenario posible es representado por múltiples caminos ramificados.

Ávido lector desde temprana edad, Borges habría logrado publicar profesionalmente a los diez años de edad su propia traducción a un relato de Oscar Wilde, continuando una extensa carrera compuesta por decenas de relatos cortos, poemas y ensayos críticos breves.

En 1955, una enfermedad congénita heredada por su padre le habría arrebatado casi por completo la visión, por lo que gran parte de su trabajo fue textualmente dictado hacia sus ayudantes.

Borges plasmaría su sentir sobre este episodio de su vida en 1959 a través de su celebrado «Poema de los Dones», iniciándolo de la siguiente forma:

«Nadie rebaje a lágrima o reproche esta declaración de la maestría de Dios, que con magnífica ironía me dio a la vez los libros y la noche».

Con el perdón de Cervantes, pero a estas alturas del siglo XXI, cuando nos referimos al español deberíamos hacerlo como el idioma de Jorge Luis Borges. Después de todo, es en el día de su natalicio, un 24 de agosto, que se celebra el «Día Mundial del Lector».

Se dice que quién lee, logra experimentar cien vidas en una sola. Quien lee a Borges, logra apreciar todo el universo.

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