En los barrancos la tierra se deshizo en secos riachuelos de polvo. Y mientras el fiero sol atacaba, las hojas del maíz fueron perdiendo rigidez y tiesura.

Al principio se inclinaron dibujando una curva, y luego, cuando la armadura central se debilitó, cada hoja se agachó hacia el suelo.

Entonces llegó junio, y el sol brilló aún más cruelmente. La maleza se encogió volviéndose hacia sus raíces. Y la tierra palideció día a día.

Esto nos cuenta John Steinbeck en nuestra predilecta obra, Las uvas de la ira, que aborda el tema de los desplazamientos forzados a causa del desgaste de los recursos naturales durante la época del Dust Bowl en Estados Unidos.

El Dust Bowl fue un periodo de fuertes tormentas de polvo que afectaron las praderas estadounidenses en la década de 1930. Este desastre medioambiental fue causado principalmente por una combinación de sequía, sobreexplotación del suelo agrícola y fuertes vientos.

 

Fue resultado de años de prácticas agrícolas insostenibles que habían agotado los nutrientes del suelo. Cuando la sequía asoló la región a principios de la década de 1930, el suelo se secó y se volvió muy susceptible a la erosión. Los fuertes vientos arrastraron la capa superficial del suelo, creando enormes tormentas de polvo que arrasaron el paisaje.

El impacto fue devastador. Los agricultores enfrentaron la pérdida de cosechas, de ganado y la ruina económica. Muchas familias se vieron obligadas a abandonar sus tierras y emigrar a otras partes del país en busca de trabajo.

El éxodo masivo de personas de la región del Dust Bowl provocó una férrea competencia por los recursos limitados de otras partes del país, desencadenando abusos sobre las poblaciones migrantes que vivían en la precariedad el hacinamiento y la pobreza.

No hemos aprendido la lección. En Sinaloa un evento similar está al acecho. La falta de agua es una constante durante los últimos años.

De acuerdo con un estudio de Conselva, en 1950 la disposición de agua por habitante era de 180 mil m3 por año, para 2017 nuestra disposición se ha reducido 84%, ya solo tenemos una suficiencia de 2 mil 800 m3 de agua por persona al año.

 

Esto se debe a varios factores, algunos de ellos ocasionados por el cambio climático y otros efectos oceánicos como El niño y La niña.

En 2023 la temporada de lluvias venía acumulando agua a niveles muy por debajo del promedio anual que es de 700 milímetros. Esto pudo recomponerse un poco debido a fuertes tormentas ciclónicas, que por otro lado tienen un efecto devastador en las cosechas anegadas, así como en las poblaciones y su infraestructura.

Aun así, el nivel de suministro de agua en las presas Sinaloenses es de condiciones alarmantes. A principios de 2024 los reportes indicaron un abasto 30 por ciento menor al del ciclo anterior.

El monitor de sequía de la CONAGUA también alerta que en Sinaloa seis municipios ya reportan sequía extraordinaria, y otros ocho más condiciones de sequía extrema.

 

A la menor disposición de agua por medio de lluvias, es necesario agregar la presión que genera el aumento de la población, la extracción clandestina de mantos acuíferos, la deforestación de ecosistemas que ayudan a retener y filtrar el líquido al subsuelo, la contaminación de cuerpos de agua por la minería, el uso irracional y excesivo del agua en la agricultura, y no menos importante la escasa cultura del cuidado del agua en las ciudades.

Sinaloa es un estado que su economía depende excesivamente del Agua. La agricultura y el turismo no pudieran ser posibles y no podrán desarrollarse en escasez. Es tiempo de hacer un uso responsable, replantear todas nuestras actividades humanas, y no esperar a actuar hasta que la última gota de agua nos haya dejado.

Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de ESPEJO