Por Eunice Aguirre
Cada año, el 25 de noviembre vuelve a recordarnos una realidad que no debería necesitar fecha: la violencia contra las mujeres sigue siendo una herida abierta. Las cifras, los testimonios y las marchas nos lo recuerdan con crudeza. Pero más allá de las calles y los discursos, hay un terreno donde todavía tenemos mucho por hacer: el mundo laboral.
Porque sí, la violencia de género también ocurre en los centros de trabajo, aunque muchas veces no tenga el mismo rostro que en los noticieros. No siempre se trata de agresiones visibles; a veces se manifiesta en bromas que incomodan, en decisiones que frenan carreras o en ambientes donde las mujeres sienten que deben esforzarse el doble para ser tomadas en serio y ahí, las empresas tienen una enorme oportunidad: pasar de ser observadoras a ser agentes de cambio.
Durante los últimos años hemos escuchado hablar mucho de “inclusión”, “igualdad de oportunidades” y “cultura organizacional”, pero en la práctica esos conceptos no siempre se traducen en acciones reales.
El 25N puede ser un recordatorio útil, no para subir un post con un lazo morado, sino para preguntarnos cómo se ve la violencia dentro de nuestras propias estructuras y qué estamos haciendo para prevenirla.
La diferencia empieza en lo cotidiano: en el tipo de liderazgo que promovemos, en las conversaciones que se permiten en una sala de juntas, en la manera en que escuchamos (o no) a una colaboradora cuando dice que algo no está bien. Hablar de espacios seguros no es hablar de lugares “blandos”, sino de entornos donde las personas pueden trabajar sin miedo, con dignidad, y donde se respeta lo que cada quien aporta.
En MARA Espacios Seguros lo hemos comprobado una y otra vez: cuando una empresa decide tomar en serio la prevención de la violencia de género, todo el clima laboral cambia. La productividad mejora, la rotación disminuye, la comunicación fluye y las mujeres dejan de sentir que su crecimiento depende del silencio. Implementar políticas con enfoque de género no solo es justo, también es inteligente.
Y sin embargo, hay un punto que no podemos perder de vista: las políticas, los protocolos o las capacitaciones no sirven si no hay voluntad. La transformación empieza cuando los liderazgos (mujeres y hombres) reconocen que el problema existe. Es incómodo, sí, pero no hay cambio sin incomodidad.
Cada empresa puede hacer algo, sin importar su tamaño, una pyme puede comenzar revisando sus procesos de reclutamiento o la manera en que distribuye tareas, una empresa más grande puede formar comités de prevención, generar diagnósticos internos o acompañar a su personal con especialistas en perspectiva de género, pero también hay gestos simples que hacen la diferencia: abrir espacios de diálogo, ofrecer formación a los equipos directivos, revisar el lenguaje de las políticas internas o destinar parte de sus esfuerzos de responsabilidad social a organizaciones que trabajan por los derechos de las mujeres.
El 25N no es solo una fecha para conmemorar, es una oportunidad para revisar. Revisar lo que somos, lo que callamos, lo que normalizamos, las empresas no están al margen de la sociedad; son parte viva de ella, y en sus manos está la posibilidad de generar entornos más justos, libres y humanos.
Porque cuando una mujer se siente segura en su trabajo, se atreve a aportar, a crear, a liderar. Y cuando eso ocurre, toda la organización gana.
Este 25 de noviembre no necesitamos más campañas con frases bonitas ni fotos con filtros morados, necesitamos compromisos reales, conversaciones incómodas y acciones que permanezcan cuando se acabe el mes.
Acciones que pueden comenzar con algo tan simple como:
- Escuchar activamente las experiencias de las mujeres dentro de la empresa.
- Revisar los canales de denuncia y asegurarse de que funcionen.
- Ofrecer capacitación constante en igualdad y prevención.
- Revisar las políticas de promoción y liderazgo con perspectiva de género.
- Colaborar con organizaciones expertas que acompañen el proceso.
Porque la violencia contra las mujeres no se combate solo desde la calle o las instituciones; también desde cada empresa que decide no ser indiferente.
Y cuando eso sucede, el cambio empieza (y se queda) en el trabajo.
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