Dejó una herencia de fuego,
revuelta con los vientos encontrados del norte.

Jorge Guillermo Cano Tiznado

Regresar a Jesús María se vuelve ahora como el pago de una manda. Casi con un sentido religioso. Incluidos preocupación y ocupación por lo sucedido en el cercano y tan pegado a nuestra piel 5 de enero de 2023. La ansiedad por saber cómo ha sobrevivido la comunidad durante estos largos y desesperantes meses desbordó cada minuto de nuestros días más recientes. Y no quisimos esperar hasta el día 5 del presente mes para visitar el pueblo y observar los esfuerzos (tan huérfanos de apoyo oficial) con que la gente busca el regreso a la normalidad en su vida económica y social.

En el rescoldo de los acontecimientos del Culiacanazo 2.0 habíamos dicho que la comunidad de Jesús María se convirtió en un laboratorio natural para la sociología, la psicología y la pedagogía. Las condiciones que apuntalan esta afirmación no han cambiado. Por ello al ritmo de la andadura del tiempo transcurrido no pocos hemos insistido en la necesidad de que el Estado mexicano a través de las instancias educativas, Sistemas DIF, el ISIC y otras, realizaran todo un programa de atención a los niños y jóvenes de Jesús María y sus alrededores, que les permitan remontar el trauma que les impuso la jornada violenta del 5 de enero. Quizá tocando más allá: lo vivido antes de ese fatídico día, lo cruento de esa jornada y lo que dejó de herencia hasta hoy.

Ocupados en obtener información de primera mano nos acercamos a Jesús María. Esperábamos ver la estación provisional de soldados en el crucero de la Carretera Internacional y la Carretera Vecinal hacia la presa El Varejonal. No había tal estación, ni trincheras ni la precaria sombra que guarecía del sol a los miembros del Ejército mexicano que montaban guardia. Queríamos hacer un alto y saludarlos. Y preguntarles cómo habían sobrellevado su trabajo al filo de la intemperie. El lugar es ahora un páramo desde donde se atisba, rumbo al noroeste, el solitario poblado de La Campana y puede uno internarse por el sinuoso camino al que dan marco esos robustos árboles llamados inmortales y que conduce a Jesús María.

Sin mucho tráfico arribamos a Jesús María. Era poco después del mediodía. Las calles no tenían la vida de otros días. Pero sus habitantes se mostraban vigilantes desde la incierta comodidad de sus hogares. Los perros, unos tímidos y otros más audaces se atreven a ladrar casi al contacto de los visitantes. Algunos más andan traspaleando por los callejones y pastoreando sus enteleridas pulgas ante un sol que no termina por calentar las veredas y zanjones donde las cabras y mapaches hacen un alto en el camino. Si las calles lucen solas, a las escuelas y las canchas deportivas no se acerca ni un alma desbalagada, pues las vacaciones concluyen con la semana.

Un Santa Clos lampiño, de ojos interrogantes, de sonrisa torcida y fachada cansada, saluda con desgano sentado en una banca frente a las oficinas de la Sindicatura. Una simpática figura que recuerda los morrines del exalcalde Sergio Torres. Nadie más estaba allí. Luego de procurarlo por la seca y la meca llegó el síndico. El diálogo no fue abierto y franco desde el santiago. Los visitantes, aún presentados como defensores de derechos humanos y como periodistas, no llenaban todos los requisitos de la confianza. Fue necesario ahondar en el tema que nació el 5 de enero y exponer nuestra preocupación por las consecuencias que arroja el Culiacanazo 2.0 sobre las conciencias de niños y jóvenes de la región.

De ese diálogo se confirma que desde la autoridad nunca hubo la preocupación por lo que la jornada del 5 de enero de 2023 arrojó sobre la generación de niños y jóvenes de Jesús María. Se esperaba que un grupo de psicólogos y trabajadoras sociales hicieran de los jardines de niños, de las escuelas primarias, secundaria y preparatoria, un centro permanente de trabajo. No fue así. ¿Qué balance hay sobre cambios de conducta, miedos e incertidumbres nacidas en vísperas del Día de Reyes? Ninguno, porque psicólogos y trabajadoras sociales no fueron comisionados para atender esa emergencia.

En el recorrido por las calles de Jesús María se siente un ambiente de calma, pero esa calma tensa que provocan hechos de la dimensión y consecuencias que llevaron a la captura de Ovidio Guzmán. No han faltado algunos incidentes que alimentan esa tensión durante el traumático año transcurrido. Y hay un elemento más que no podemos ignorar: la víspera del 5 de enero abre una interrogante del tamaño de los miedos vividos, pues la violencia no es ave de un solo nido ni tiene garantía de no repetición para las coordenadas en donde ya cobró altas cuotas de vidas humanas.

La visita a Jesús María nos impone algunas reflexiones. De no atender la emergencia que aún vive Jesús María, ¿en cuántos años más llegará una dolorosa factura de esa generación que estamos dejando en la orfandad social? Es loable el esfuerzo que hace Carlos León, síndico municipal, buscando que su comunidad regrese a la normalidad y encuentre formas de ganarse la vida de manera digna. Él forma parte de un grupo musical y ha promovido festividades para que los vecinos convivan y retomen la confianza en la vida comunitaria y pública, promueve el deporte entre los niños y jóvenes, y tiene la esperanza de encontrarse con el gobernador Rubén Rocha para presentarle el proyecto de un Boulevard que atraviese Jesús María y abra las puertas a la inversión de pequeños restaurantes, panaderías, alfarerías y otros negocitos que den empleos y complementen los magros ingresos que deja una ganadería trashumante y una agricultura de temporal, donde las lomas y cañadas impiden domesticar las aguas que duermen tan cerca y tan ajenas en la Presa López Mateos. Paguemos la deuda que tenemos con Jesús María. Vale.

Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de ESPEJO