El otro día camino hacia el aeropuerto me crucé con una imagen tan simbólica como desoladora: Un hombre haciendo la danza del venado, una danza tradicional de los pueblos mayos – yoremes, icónico de la identidad sinaloense, en un cruce vial de la ciudad de Culiacán.

Al igual que a este danzante, un escenario que se ha vuelto cotidiano es el de los músicos de banda sonando en distintos semáforos, “correteando el peso” a falta de trabajo. No es que piense que estas expresiones artísticas deban estar limitadas a teatros, museos y eventos de promoción cultural, ya que las calles pueden y deben ser escenarios vivos de nuestra cultura en sus distintas formas.

Sin embargo, lo que hace estas escenas lamentables es saber que una representación social tan característica de la identidad sinaloense, se expande más bien en un acto de supervivencia ante la situación económica en la que se encuentra la ciudad como consecuencia de los más de seis meses de “narcopandemia”, nombre que se le ha dado a la disputa entre dos facciones del Cártel de Sinaloa, y que ha dado pie al cierre de decenas de negocios y la pérdida de muchos empleos.

La ciudad como la conocíamos nos ha sido arrebatada. Culiacán se ha convertido en una ciudad asfixiada por el miedo, que sólo “funciona” de día, y cuyos habitantes se ven obligados y obligadas a replegarse de noche. 

El sociólogo francés Pierre Bourdieu elaboró la idea de Habitus para explicar cómo las personas aprendemos a movernos y actuar en el mundo según lo que vivimos en nuestra familia, comunidad o entorno. Es como un conjunto de “costumbres invisibles” que se nos quedan grabadas y que influyen en la forma en que pensamos, sentimos y hacemos las cosas. Por ejemplo, cómo hablamos, qué nos parece normal o raro, o incluso cómo reaccionamos frente a ciertos problemas. En las ciudades, esto se refleja en cosas como qué calles preferimos tomar, en qué espacios nos sentimos cómodos, cómo usamos el transporte público o cómo interactuamos con otros en el vecindario.

Estas “costumbres invisibles” están influenciadas por nuestra clase social, cultura y el tipo de ciudad o barrio en el que vivimos. Por ejemplo, alguien que creció en una zona con parques y calles seguras probablemente tenga hábitos y percepciones distintas a quienes crecieron en un entorno con menos recursos o con problemas de inseguridad.

El habitus nos ayuda a entender cómo las ciudades moldean nuestra forma de vivir y, al mismo tiempo, cómo nuestras prácticas cotidianas reproducen las dinámicas urbanas.

Culiacán no sólo ha estado marcado por la normalización de la violencia en el espacio urbano y periurbano, comportamientos como: no pitarle al auto de enfrente por no saber “quién puede ser”, hacerse de la vista gorda, saber qué lugares y en qué momentos no frecuentar por ciertas fuerzas de orden, y ahora, acostumbrarse a un autoconfinamiento cuando dan las 5 de la tarde, al temor constante de “estar en el lugar equivocado”, o a ser el próximo desaparecido o desaparecida.

Tendremos que reivindicar este contexto apostando a la búsqueda de un sentido, subjetivo y objetivo, en nuestras narrativas y representaciones, que sin negar la realidad que enfrentamos, transforman los comportamientos que normalizan la violencia en prácticas que promuevan la dignidad, la solidaridad y la agencia colectiva, desafiando la opresión desde la acción social y el cambio cultural. Gracias a quienes están día a día transformando voluntaria e involuntariamente ese habitus culichi.

Ingrid Citlalli Esquivel Medina
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