Por Eugenio Fernández Vázquez / X: @eugeniofv

Uno de los argumentos más socorridos para postergar la acción contra el cambio climático es que sale muy caro en comparación con los beneficios del crecimiento económico. Ése es el mismo argumento que se esgrime desde gobiernos y empresas en contra de los esfuerzos contra la deforestación, la contaminación atmosférica o el saqueo del agua. Un cuerpo creciente de estudios, sin embargo, demuestra que lo contrario es cierto: según la estimación más reciente, cada grado de aumento de las temperaturas globales podría costar hasta 12 puntos porcentuales del total del producto interno bruto del mundo.

El estudio, que todavía no ha pasado la revisión por pares, pero que es muy serio, lo firman Adrien Bilal, de la Universidad de Harvard y Diego R. Känzig, del Hub Global Kellog de la Universidad Northwestern. Según ellos cada grado que el planeta se hace más caliente por la emisión de gases de efecto invernadero consecuencia de las actividades humanas equivale a una crisis financiera de la talla de la de 2008 o de las de finales de los años 1980. Sus cálculos señalan, además, que la economía no logrará recuperarse del golpe, al menos no en la década siguiente al aumento de temperatura.

La publicación del texto en el portal del National Bureau of Economic Research, donde se publican docenas de textos antes de ser arbitrados para recibir críticas y sugerencias antes de que tomar la forma de versión final, se da justo cuando México entra en su tercera ola de calor del año, con temperaturas que superarán los 32 grados centígrados por varios días seguidos. La gravedad de esto puede verse en la gráfica que el New York Times preparó hace unos años para mostrar cómo han cambiado las temperaturas en cada ciudad.

En la Ciudad de México, según los datos que nutren el proyecto del diario estadounidense, en 1980 los días arriba de 32 grados eran tan raros que se reportaba que no los había. En 2017 ya había seis días al año por encima de esa temperatura. Este 2024 van ya dos días por encima de 34 grados, y éste será sin duda el año más caliente de la historia del país.

Lo más grave del caso es que la clase política nacional, junto con las élites económicas, se niegan a enfrentar la realidad y a aceptar que vivimos en una crisis: que el mundo que tienen enfrente no se parece nada al de hace sesenta o setenta años, cuando ellos eran niños, y que urge construir una nueva economía y una nueva forma de producir y distribuir lo que producimos. Ni políticos ni empresarios ven, tampoco, la enorme oportunidad que supondría para todos una economía regenerativa, redistributiva, adaptada al nuevo régimen climático y que permitiera revertirlo.

Una economía como ésa tendría también la enorme virtud de permitir combatir la pobreza y la desigualdad, redistribuyendo el ingreso y habiendo nuevos caminos para que los más pobres se incorporen de pleno derecho a las redes productivas del país, que hasta ahora los ha mantenido al margen.

Con una reforma fiscal progresista —como la que se han negado las dos candidatas a impulsar— se podría castigar a los gigantes y premiar a las microempresas y a los pequeños trabajadores y profesionales por cuenta propia. También se podrían conseguir los recursos para invertir en educación, en salud y en la restauración de los ecosistemas del país, de forma que México pudiera adaptarse mejor y más rápido al cambio climático al tiempo que frenaría sus emisiones de gases de efecto invernadero.

Es ridículo que a nuestros políticos les sea tan difícil aceptar que hace más calor de lo deseable y que les sea imposible imaginar un país nuevo, más justo, más libre y con un futuro más próspero porque dejará de dañar al planeta. Esa imagen, ese proyecto, entonces, habrá que construirlos desde abajo e imponerlos desde ahí.

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Esta columna fue publicada originalmente en Pie de Página, que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar su publicación.

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