Dentro del imaginario colectivo del mexicano, la muerte no es percibida como el final definitivo. Ya sea por esperanza o resignación, esta nos rodea como un espectro que se esconde en cada oscuro rincón de nuestras costumbres y tradiciones, en cada película o página de libro.
Incluso sin relacionarse directamente con el Día de los Muertos y sus ofrendas ceremoniales adornadas de cempasúchil, en la ficción mexicana existe un constante diálogo entre los vivos y los difuntos, alterando nuestra percepción a este fenómeno con diversos simbolismos que trascienden entre generaciones.
Para Juan Rulfo, la muerte se presenta como un reflejo de la memoria colectiva, en la que cada voz forma parte de un rompecabezas mediante el cual conoceremos a Pedro Páramo.
La novela publicada en 1955 nos adentra al pueblo de Comala, dónde los vivos y los muertos cohabitan en una suerte de purgatorio terrenal. Aquí, los muertos no descansan. Se encuentran atrapados en un bucle que repite sin descanso sus historias personales, llenas de arrepentimiento, dolor, rencor y amor no correspondido.
La muerte en Comala no libera, puesto que las almas aún se mantienen ancladas a nuestro mundo. Una memoria pulsante que ofrece una reflexión inquietante sobre como percibimos el pasado.
En una linea similar, la escritora Elena Garro presentó en 1965 «Los Recuerdos del Porvenir», novela que narra en dos partes la regencia militar en Ixtepec bajo el sanguinario gobierno del general Francisco Rosas y su decadencia personal al sucumbir ante el despecho tras el abandono de su amante, hostigando a los habitantes del pueblo.
Para Garro, la muerte representa un eterno retorno en el que los muertos permanecen como sombras que condicionan el presente, reflejando la imposibilidad de cambiar nuestro destino y la constante repetición de los ciclos de opresión y sufrimiento.
En el año 2017, la directora Issa López presentó «Vuelven» una fabula oscura en la que el espectador es testigo de la forma en que las infancias de sectores vulnerables lidian en su día a día con las consecuencias generadas por los grupos de crimen organizado.
Estrella es una niña con un solo deseo: Que su madre desaparecida regrese a casa. Pero los muertos en su regreso siempre están acompañados de augurios, y ahora Estrella es acompañada por el espectro sin descanso. En su huida se encuentra con un grupo de niños huérfanos que le servirán de guías en su nueva y tumultuosa vida.
No obstante, la cosmovisión del mexicano también incluye visiones más cálidas de la muerte en la que esta no solo cumple la función de emisaria de la condena eterna. También es una acompañante que pacientemente guía a nuestro paso al mas allá.
«Macario», más que una película, es toda una tradición en el imaginario nacional, siendo la primera producción de México en ser considerada a un premio Oscar.
Bajo la dirección de Roberto Gavaldón con la legendaria actuación de Ignacio López Tarso, nos transportamos a la época colonial, dónde un humilde leñador aprovecha la oportunidad para cumplir su sueño en comerse un guajolote entero, sin importarle el hambre de su propia familia.
Dios, el Diablo y la Muerte serán tres visitantes que, a través de intensos diálogos que cuestionan la mortandad, la naturaleza humana y el flujo de la fe, el destino y la pobreza, buscarán establecer diversos pactos con el protagonista de la historia.
Simbólicamente, sería con la Muerte con quién Macario sostenga su conversación más significativa, concluyendo con un mensaje contundente sobre el ciclo de la vida y la inevitabilidad del final. Porque, a resumidas cuentas, de eso se trata todo: ricos y pobres, dichosos e infelices, todos llegaremos al mismo destino.

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