Por Marilyn Sofía Torres
El naranja no es solo un color. Es la promesa de un futuro brillante, de una vida libre de violencia para las mujeres y las niñas.
Cada 25 de noviembre, ese color inunda las calles, los edificios y las redes como un recordatorio colectivo: sí es posible un mundo distinto, uno donde la igualdad no sea un deseo, sino una realidad cotidiana.
Pero lo que muchas veces pasa desapercibido es que el 25N no es un punto final: es el inicio de los 16 días de activismo contra la violencia de género, un movimiento internacional que se extiende hasta el 10 de diciembre, Día de los Derechos Humanos. Dieciséis días para encender conversaciones, revisar prácticas, y sobre todo, sembrar acciones que permanezcan.
Tradicionalmente, esta campaña ha sido impulsada por organismos internacionales, gobiernos y organizaciones de la sociedad civil. Pero el cambio que proponemos no se juega solo en las calles o en las leyes: también sucede en los lugares donde trabajamos.
En las juntas, en los liderazgos, en las pequeñas decisiones que determinan cómo se vive —o no— la igualdad dentro de una empresa.
Por eso, estos 16 días pueden ser una ventana de tiempo valiosísima para las organizaciones. Un espacio para diseñar una ruta de acciones que marque un precedente más allá de la conmemoración: revisar protocolos, abrir espacios de escucha, ofrecer formación, conversar sobre lo que incomoda. No se trata de hacer más campañas; se trata de crear cultura.
Las empresas que lo logran no reaccionan: instituyen hábitos. Transforman la igualdad en parte de su ADN, en la forma en que contratan, lideran, promueven y reconocen. Y cuando eso sucede, la prevención deja de ser un “tema de género” para convertirse en una estrategia de gestión humana. Porque nadie florece en un entorno donde tiene que protegerse.
El 25N puede inspirar, pero el cambio se construye en los días siguientes.
En la constancia. En la voluntad de seguir mirando incluso cuando el foco se mueve a otro tema. Los 16 días son una invitación a pasar del compromiso al hábito, a hacer que la igualdad deje de depender de fechas para convertirse en parte natural de la vida laboral.
Quizá ese sea el verdadero poder del naranja: recordarnos que el futuro libre de violencia se construye día a día, decisión por decisión, hasta que la igualdad se vuelve costumbre. Y entonces sí, los 16 días habrán servido para algo más grande: para encender un cambio que dure los 365.
Quizá por eso —por todo lo que representa—,
el naranja es, sin duda, mi color favorito.
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