A lo largo de los dos años que realicé mi trabajo de investigación sobre violencia estética aquí en Culiacán tuve claro algo que después de realizar las entrevistas y trabajar una intervención con jóvenas reafirmé: necesitamos transformar la cultura, el problema sí es la belleza como concepto, la belleza como parámetro, la belleza como virtud, la belleza como sinónimo de ser mujer, la disciplina corporal como ideal a perseguir.
El tema es complejo, pero no tan complejo que no podamos verlo de frente: La violencia estética existe.
Las mujeres perdemos tiempo, salud, dinero, energía y hasta la vida por ser bellas, y tras una cirugía o una inyección de bótox la sensación de insuficiencia permanece. Nunca se es suficientemente bella.
Nuestra subjetividad está atravesada por el imperativo de la belleza en mayor o menor medida, y en ciudades como Culiacán, México, ha sido impuesto como parte de la identidad mujer y no es casualidad, el clima de violencia generalizada por parte del CO se beneficia también de la destrucción de nuestras cuerpas (Rita Segato).
Desgraciadamente, las cirugías cosméticas son la punta del iceberg (tan peligrosas e innecesarias, sí, innecesarias), porque si bien actúan como dispositivos de negociación de la identidad (Kathy Davis; Mari Luz Esteban), no podemos ignorar que estas negociaciones existen en un contexto de violencia contra las mujeres y de crimen organizado (Susan Bordo; Elsa Ivette Jiménez; Ana de Miguel; Esther Pineda y otras).
El problema sí es la banalización de la cirugía cosmética (que nació para que los hombres que volvían de la guerra pudieran reconstruir un poco su magullado aspecto, y ahora nos sirve a nosotras para tener una nariz caucásica), el problema sí es la industria de la belleza (que nos mantiene a las mujeres pobres y aspiracionales), el problema sí son los cirujanos que hacen cundinas (tandas) para que las pobres también nos podamos endeudar arriesgando nuestras vidas, o que pagan banners gigantescos donde te recuerdan que ellos te pueden ayudar (dinero mediante) a al fin ser bella mientras ellos pueden libremente ser gordos, morenos y viejos sin que la sociedad les haga sentir insuficientes porque al final del día son hombres.
El problema sí es la falta de legislación (la propuesta para integrar la violencia estética a la Ley General de Acceso de las mujeres presentada por Citlalli Hernández y Antares Vázquez sigue en discusión en el Congreso de la Unión) pero, además, de nada sirve legislar si seguimos culturalmente hablando con las niñas solamente en términos de belleza y competencia y si seguimos cada día frente al espejo sintiendo que somos insuficientes porque los que mandan y “nos desean” así nos lo han hecho sentir.
Los hombres NO tienen el poder legítimo ni de evaluarnos, elegirnos ni definirnos, necesitamos actuar en consecuencia, dejar de legitimar sus discursos y hacerlos propios con el engaño de la libre elección.
Para mí la belleza es el cautiverio (Marcela Lagarde) del siglo XXI, y necesitamos cuestionarla tanto como sea posible, necesitamos plantear otras formas de vida donde la necesidad de ser bellas y reafirmar a otras su belleza sea cosa del pasado ¿y qué si soy fea? ¿se lo han preguntado alguna vez? Sí, soy fea, sí, tengo canas, sí, me están saliendo arrugas, sí, ya no soy talla M como a mis veintes ¿y qué?
LAS MUJERES NO NECESITAMOS SER BELLAS, NO NECESITAMOS LUCIR AGRADABLES, NO NECESITAMOS MAQUILLARNOS, NI DEPILARNOS, NI LUCIR ETERNAMENTE JÓVENES, NI VIVIR SIEMPRE CON HAMBRE.
Nos lo debemos a nosotras, se lo debemos a las niñas y jóvenas.
Justicia para Paloma Nicole.
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