Para quienes gustan celebrar en esta época a la familia y las creencias, los festejos navideños deben invitarnos a una reflexión profunda más allá del consumo desmedido, a pensar que por delante de cada regalo o cada inversión las experiencias que construimos con nuestros seres queridos deben ser la prioridad.

Mas allá de los bienes y la comodidad que genera el dinero, la vida es un cúmulo de experiencias, son las historias que cuentan sobre nosotros nuestros hijos y nietos; son las aventuras, pláticas, risas, llantos y momentos que compartimos. Al terminar nuestro ciclo vital se quedan las personas que contarán sobre nuestro legado, y es por eso que debería ser prioridad que la historia que dejemos merezca la pena ser contada.

Cada vez es más común que la lista de realizaciones personales se enfoque en lo material, como adquirir una casa, poseer un buen auto, viajes, dinero en el banco, compras interminables y efectivo disponible. La realización respecto a las relaciones familiares y personales ahora se supedita a esas “bonanzas” que genera el dinero, pero son solo ilusiones, porque invertir en una casa lo que podría gastarse en un viaje con tus hijos o tus nietos es una forma de negarnos vivencias trascendentes: la casa lucirá bella, pero no contará tu historia cuando te vayas, ni tendrá experiencias que trascenderán a la muerte.

“Tiendas llenas, mentes vacías” consignaba un grafiti en una lujosa tienda departamental, en una crítica al consumo desmedido, pero sobre todo compulsivo, no razonado. Sin embargo, el sistema es tan audaz que no sólo nos obliga a abarrotar las tiendas en fechas específicas como ahora en Noche Buena y Navidad, también nos engaña con otros bienes e inversiones que terminan moviendo la maquinaria del consumo y relegan las experiencias que contarán los nuestros.

Un padre que compra un auto de lujo o un teléfono de alta gama cuyo salario apenas alcanza para cubrir las mensualidades se pierde de llevar a sus hijos a comer una nieve, al cine o al parque. ¿De qué sirve tener pisos de lujo en la casa si el único que va a pisarlo y admirarlo será quien habite el espacio? El piso colocado a nuestros pies debería ser un tejido de risas y agradecimientos, aventuras que contar.

Y así, con prioridades mal encausadas hacia la intrascendencia, la vida humana se disipa, los escasos recuerdos se nublan por la añoranza de lo que pudo ser mejor, y el tránsito por esta existencia se torna igual de efímero que la casa o el auto bonito. Los bienes no cuentan historias, solo cambian de dueño y de utilidad, y con las personas cosificadas, convertidas en lo que invierten, el sistema capitalista se nutre del consumo voraz, convirtiendo a la vida humana en un cúmulo de cosas compradas. “Tiendas llenas, corazones vacíos” deberíamos escribir para completar ese grafiti.

Si recapacitamos sobre los problemas sociales que aquejan al mundo, y aún más específicamente a sociedades como la sinaloense, notaremos que la violencia, la desigualdad social, el desempleo y otros males son la forma de un estilo de vida impuesto como un ideario, con una lista que debe de cumplirse según la edad, género, profesión u ocupación; pero el fondo es el dinero y toda la maquinaria que mueve, es creer que con capital me aseguraré una vida cómoda, y quizás sí, pero en esa prosperidad faltará el abrazo fraterno, las añoranzas y suspiros que deberíamos dejar a nuestro paso.

Atender a las causas que generan problemas como la violencia no es regalar becas hasta para quienes adopten un hámster, es entender que el sistema del capital y el consumo está inmerso en todos los ámbitos, en todos los sentidos nos obliga a comprar, y en esa vorágine de conseguir recursos para gastarlos se nos pasa la vida y las experiencias. Entender al sistema es el primer paso para atender a las causas de la desigualdad.

En México el origen principal de los problemas familiares es el dinero, las familias se destruyen por migajas o por riquezas, pero al morir esas cosas se quedan aquí, y lo que debió llevarse la persona, como una vida llena de satisfacciones heredadas a los suyos, no alcanzan para llenar la oquedad del sepulcro. Se vive en riqueza y se muere y trasciende en la pobreza.

Otra causa de los problemas familiares, y por consiguiente de los sociales, tomando en cuenta que la familia es la unidad principal y primigenia de la sociedad, es un sistema que nos enseña a priorizar la materia por encima de la humanidad, que nos vende la ilusión de que una casa linda o un buen auto generará satisfacción, que usar ropa o accesorios de marca hace lucir bien y ser admirado. En ese sentido la admiración cambió de prioridad porque preferimos que alguien -o a veces nosotros mismos- admire lo que pagamos, y no que valore la persona que somos o que fuimos por lo que compartimos y lloramos, y sonreímos, alimentamos, abrazamos o amamos.

Si algo debe enseñarnos el mundo y la época híper violenta que vivimos es que el dinero no ha resuelto nada, solo agudiza nuestras diferencias, nos separa de quienes debiéramos de cuidar. En sociedades “avanzadas” como la japonesa los ancianos cometen crímenes para pasar sus últimos años en la cárcel, no por necesidad del sustento de una prisión, sino por la compañía, porque sus hijos y nietos están ocupados haciendo dinero para gastar y comprar cosas; es el pináculo del desarraigo, la carencia de experiencias heredadas barrida por lo material; los ancianos mueren solos, y sus descendientes también lo harán, no en la cárcel con otros criminales, pero sí en la prisión que se construyeron a lo largo de sus vidas, bonita y cómoda.

Nada sustituye un abrazo, la compañía, un beso y unas palabras de amor. Mejor regalar una piedra que venga acompañada de una gran aventura a un costoso presente que no garantice que las personas que amamos quieran estar con nosotros, y que cuenten nuestra historia cuando partamos de este mundo.

Desde este espacio y deseando que todas las personas que me leen hereden lindas historias, les deseo una maravillosa Noche Buena y una reconfortante Navidad.

Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de ESPEJO