¿Puede una obra de arte ser grotesca y cautivante a la vez? ¿Hasta que punto puede mostrarse ante el espectador la corrupción de la anatomía humana sin perder una propuesta estética?
En «La Sociedad Industrial y su futuro», el escritor, filósofo, matemático y terrorista estadounidense Theodore Kaczynski, conocido como «Unabomber», señaló que la sociedad industrial y sus consecuencias han sido catastróficas para la raza humana.
Y aunque el romanticismo del siglo XIX intentó enfrentar al ambiente hostil de las fabricas con mensajes de libertad y búsqueda de justicia, autores como Fiódor Dostoyevski o Lev Tolstoi presentaron en su narrativa un enfoque más existencial, cuestionando los límites de la moral y sus consecuencias.
Con la publicación de «Frankenstein, o el Moderno Prometeo», la autora británica Mary Shelley además de presentar las bases de la ciencia ficción, introdujo por primera vez los conceptos básicos del horror corporal.
La creación de Victor Frankenstein, quien es referida como «el engendro», es un ser trágico cuyo principal sufrimiento radica en haber sido arrancado de la «no existencia» en un cuerpo maltrecho ensamblado con diferentes restos humanos, horrorizando a todo el que lo mira, incluso a su propio «padre».
A diferencia del gore o el cine de explotación, el horror corporal como subgénero no es un mero recurso de impacto para el espectador. Su uso en la narrativa sirve de acompañamiento de sus personajes para reflejar su deterioro mentar en su propio estado físico.
Sería en 1983 cuando el cineasta canadiense David Cronenberg, considerado como el mayor exponente en este subgénero, que introdujo el concepto de «la nueva carne» a través de su película «Videodrome», marcando el resto de su filmografía.
«La Nueva Carne», nace del miedo y la incertidumbre por la evolución del ser humano frente a los acelerados avances de la ciencia ante la posibilidad de una fusión entre lo orgánico e inorgánico.
Cronenberg expandiría esta idea en cintas como «Crash» o «eXistenZ» con temas como la pérdida de la identidad física y psíquica y el miedo a la propia carne.
Los videojuegos también han sabido explotar el subgénero de formas efectivas, aunque ninguna franquicia ha alcanzado tanta notoriedad como «Silent Hill», uno de los mayores exponentes del «horror de supervivencia».
Situada en la ciudad ficticia homónima, cada entrega de la saga nos pone en el papel de un personaje diferente con su propia búsqueda personal. Esta comunidad sirve como una suerte de limbo personal dónde sus habitantes se ven condenados a vagar en cuerpos deformados por sus propios pecados, encadenados por la culpa y la sumisión ante un extraño culto religioso.
El ambiente ideológico y cultural actual ha marcado un cambio de rumbo en la aplicación del horror corporal en el cine. Un fenómeno que comenzó a ser notorio con «La Sustancia», dónde la cineasta francesa Coralie Fargeat expone una visión ácida sobre las exigencias de perfección estética en la industria del entretenimiento, combinando drama, humor negro y horror surrealista.
Este año, la conversación parece dirigirse hacia «La Hermanastra Fea», producción noruega que revisa el cuento de Cenicienta desde la perspectiva de Elvira, quién es forzada por su madre y la presión social para atravesar una serie de dolorosas intervenciones estéticas y alimenticias con el fin de alcanzar la perfección y opacar a Agnes, su hermosa hermanastra.
«Cenicienta solo existe una. Las demás somos la hermanastra fea, luchando por encajar en el zapato», declaró la directora Emilie Blinchfeldt sobre la naturaleza narrativa de su opera prima.
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