De niños, todos vivimos el drama de la cartulina olvidada: era la noche anterior al proyecto escolar, las papelerías estaban cerradas y había que correr a buscar una solución a medias. Hoy, ir al súper se parece un poco a eso. La bolsa reutilizable se convierte en la nueva cartulina: siempre se nos olvida, siempre la necesitamos, y siempre terminamos comprando otra.

La industria lo sabe. Y lo aprovecha.

Supermercados como Ley, Walmart y otros dejaron de entregar bolsas de plástico para “cuidar el medio ambiente”. Sin embargo, cuando el cliente llega a caja sin sus bolsas, aparece la solución “ecológica”: una bolsa más gruesa, de polietileno o tela sintética que cuesta más, dura poco y contamina mucho más si no se usa decenas de veces.

Lo que vemos aquí no es sustentabilidad: es salir del apuro con la ilusión de que algo cambió.

Llamemos a las cosas por su nombre. Greenwashing es cuando una empresa presume acciones ambientales superficiales para parecer sostenible, mientras su impacto real sigue intacto. Es cosmética ecológica. Pintura verde sobre la misma pared.

Quitar la bolsa es una acción visible, fácil, medible. Da la sensación de compromiso sin tocar lo verdaderamente incómodo: cambiar procesos, proveedores, empaques o políticas internas.

La pregunta incómoda aquí es: ¿realmente es sustentable? Los datos son contundentes, una bolsa “reutilizable” necesita usarse 35 a 100 veces para compensar su propia huella. Muchas terminan rotas, olvidadas o acumuladas en casa. Cada compra “por olvido” genera más producción y más residuos. El consumidor carga con la culpa; el supermercado carga con la venta.

Mientras tanto, en los pasillos, caminamos entre bandejas de unicel para verduras que ya vienen protegidas por la naturaleza. Frutas con película de PVC. Productos ultraprocesados con empaques imposibles de reciclar. Marcas vinculadas a deforestación, monocultivos o prácticas laborales cuestionables llenan los anaqueles sin advertencias.

¿De qué sirve prohibir una bolsa si cada producto que metes en el carrito viene envuelto en otra?
La respuesta es simple: sirve para la foto.

Este fenómeno no es exclusivo del supermercado. El gobierno también domina el arte del gesto superficial. Los sellos negros de advertencia en productos chatarra se hicieron famosos por su tamaño, no por su impacto. La gente sigue consumiendo lo mismo, solo que ahora con más hexágonos.

Una gran problemática se enfrenta con una práctica menor. Sustentabilidad de confeti: bonita, visible e inútil.

El gobierno debe subirse en serio al barco. México necesita regulación real en materia de ESG: límites a empaques innecesarios, estándares obligatorios de transparencia y trazabilidad, control al uso de materiales, supervisión a cadenas de suministro, reglas claras para productos con alto impacto ambiental o social.

Dejar la sustentabilidad en manos de la “buena voluntad” de empresas y consumidores es una estrategia tan frágil como una bolsa de plástico delgada.

La verdadera responsabilidad corporativa ocurre detrás de los anaqueles:
en centros de distribución, criterios de compra, políticas de proveedores, decisiones de empaque y modelos de negocio.

Mientras estas áreas no cambien, eliminar la bolsa en la caja es apenas un disfraz. Una cartulina improvisada para tapar un problema estructural.

La sustentabilidad no es un accesorio. No es un producto que se cobra en la caja. Es un sistema que se transforma o no sirve. Y el planeta, al igual que la tarea escolar, ya no aguanta soluciones de último minuto.

Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de ESPEJO