Ya estamos entrando a esa temporada del año donde todo se acelera, donde las empresas cierran pendientes, ajustan números y empiezan a preparar el presupuesto del 2026, y justo por eso es el mejor momento para hablar de algo que casi nunca se pone sobre la mesa, pero que define si de verdad vamos a avanzar en igualdad o si vamos a repetir lo mismo de siempre: el enfoque de género en el presupuesto, porque la igualdad no se sostiene con buenas intenciones, se sostiene con recursos, y si entre noviembre y diciembre no se apartan pesos para capacitación, conciliación, liderazgo femenino o atención a violencias, lo que tenemos no es una política de igualdad, es un deseo que nunca llega a convertirse en práctica.

Un presupuesto sensible al género sirve para anticipar las brechas, no para corregirlas cuando ya explotó algo, y también sirve para que las mujeres no sean las primeras en irse, para que la carga de cuidados no sea motivo de castigo y para que las empresas realmente puedan competir mejor porque tienen talento que crece, que se queda y que se siente seguro y aquí vale la pena decirlo con todas sus letras: cada año se repite el mismo error, se dice que “no alcanzó para eso”, mientras sí alcanza para cenas, regalos o detalles que están bonitos, pero que no cambian nada. El presupuesto revela las prioridades reales y si la igualdad no aparece ahí, entonces no es prioridad, por más discurso que se diga.

Las tendencias para 2025 ya marcaron algo importante, los KPIs de género están tomando fuerza, cada vez más organizaciones miden su propia brecha salarial, la presencia de mujeres en puestos de liderazgo, la efectividad de sus protocolos y las condiciones reales de conciliación que ofrecen, no las que están escritas en un manual pero nadie usa, así que este cierre de año es una oportunidad para que las empresas hagan un alto y decidan en serio qué clase de cultura quieren construir.

Y, si pudiera convertir esos deseos en una carta a Santa, pediría tres cosas muy sencillas, pero urgentes:

  1. Pediría que haya presupuesto para igualdad, que se etiqueten recursos reales para formación, conciliación y el crecimiento de mujeres dentro de la empresa, porque sin dinero nada se mueve;
  2. Pediría que los protocolos de violencia no se queden guardados, que tengan canales seguros, personas preparadas y cero tolerancia que sí se note;
  3. Pediría que las personas cuidadoras no paguen el precio, que exista flexibilidad, permisos equitativos y un poquito más de humanidad en la forma en que organizamos el trabajo.

Y lo más curioso es que nada de esto depende de magia, porque, al final, las y los empresarios pueden ser el Santa de sus equipos, pueden hacerlo suceder si deciden que la igualdad sí es una prioridad y no un adorno de fin de año.

Así que sí, llegó el momento de revisar números, pero también de revisar consciencia, porque un presupuesto con perspectiva de género no es una carga, es una estrategia que mejora bienestar, retención y productividad. Y si queremos empresas más justas, más seguras y más competitivas, este es el mes para empezar a escribirlo.

Porque no hay igualdad sin presupuesto, y este cierre de año es el mejor recordatorio de que todavía estamos a tiempo de hacerlo bien.

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