En la segunda ola del feminismo se despierta también un interés por hacer estudios a cerca de la participación de la mujer en la ciencia. En realidad desde 1886 la mujer participa en actividades científicas y tecnológicas, pero lo hacia al amparo de su esposo o de su padre.

En esa época todavía la ciencia era asunto de hombres, pero en forma paulatina las mujeres nos hemos incorporado, y cada vez con mayor fuerza, a las actividades científicas y tecnológicas.

Sin embargo, las mujeres hemos tenido muchos desafíos a lo largo de la historia, pero entrar al ámbito de la ciencia y la tecnología no ha sido tarea fácil por nuestra triple jornada de cuidadoras, madres, esposas y científicas.

 

Los estudios de la participación de la mujer en la ciencia indican que la primera mujer en México y América Latina, titulada en la universidad fue la dentista Margarita Chorné en 1886. Profesión que heredó de su padre.

Las mujeres en esa época para poder que sus escritos fueran publicados tenían que firmar como autor anónimo, porque la literatura, la ciencia y la tecnología era cosa de hombres. Posteriormente, para el siglo XX empiezan a tener una participación importante en las universidades como alumnas, pero no como científicas reconocidas. En ese momento histórico las féminas se enfocaron a carreras consideradas como “femeninas”: enfermería, educación y comunicación.

La participación de la mujer en las ciencias duras (ingenierías, matemáticas e innovación) aún sigue siendo limitada y alcanza alrededor de una participación de un 9 ó 10 %. En el caso de México, las investigaciones señalan que Deborah Berebichez es la primera mexicana que tuvo un doctorado en física por la Universidad Stanford.

 

En esa misma línea argumentativa, para el siglo XXI han una participación muy relevante de las mujeres en sus estudios de posgrado de maestría y doctorado de alrededor del 52 % de la matrícula universitaria, pero eso no se traduce en carreras científicas más fuertes. Eso quizás por las barreras invisibles que tiene la ciencia o los múltiples roles que debemos desempeñar en la familia.

En México la institución que impulsa la ciencia es el CONAHCYT (Consejo Nacional de Humanidades, Ciencia y Tecnología) a través del Sistema Nacional de Investigadores, pero aún ahí se advierten las disparidades. Según datos de 2022 de los 183 eméritos de CONAHCYT (Consejo Nacional de Humanidades, Ciencia y Tecnología), 38 fueron mujeres que demostraron con una trayectoria sobresaliente en su área. Cabe mencionar que el nivel emérito es el nivel más elevado de las mujeres científicas. En el caso de Sinaloa, solo contamos con una investigadora con ese reconocimiento, la Dra. Ana Luz Ruelas Mojardín de la Universidad Autónoma de Sinaloa.

En la Universidad Autónoma de Sinaloa se tienen 136 investigadoras en el Sistema Nacional de Investigadores, pero la mayoría se ubican en los niveles de Candidato y nivel. En los niveles más elevados como nivel 3 y eméritos están, en su mayoría, hombres. En la UAS, se sigue la misma tendencia que el comportamiento nacional: el 38.6 % de las investigadoras somos mujeres y el resto hombres.

Para la academia, es importante que las instituciones reconozcan que existe una carga desigual en términos sociales para las mujeres; por lo cual se debe generar una política pública (Giorguli, 2018). Las mujeres suelen tener carreras más cortas y peor pagadas por su condición de cuidadora, madre y esposa.

De acuerdo a una investigación realizada por Urrea y Carrillo (2020) existen profesiones feminizadas como cuidados, comunicación, salud; mientras, las ciencias duras siguen teniendo poca participación de mujeres. La mayor feminización de la ciencia se ubica en Ciencias Sociales en México.

Sin embargo, en las dos últimas décadas han llamado la atención las áreas STEM, las cuales incluyen carreras o profesiones que se encuentran agrupadas en las ciencias, tecnologías, ingenierías y matemáticas.

En una investigación realizada por Urrea, et.al (2022) en investigadoras mexicanas, miembros del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) analizan los roles, estereotipos de las científicas mexicanas, en donde encuentran barreras aparentemente invisibles para las mujeres para avanzar en la ciencia.

En esa investigación se destaca que la manera que las profesoras-investigadoras que cuentan con el grado máximo de escolaridad y reconocimiento en México han enfrentado experiencias de discriminación y desigualdad.

 

Lo anterior lo coloca en una situación de desventaja, exclusión, discriminación, falta de reconocimiento a sus logros en la producción de conocimientos, que a su vez se traduce en el ejercicio de violencia e injusticia epistémica en razón de género (Chaparro, 2021).

Este autor analiza como los roles de género procedentes de entornos familiares, sociales y culturales se aplican en la academia y la ciencia. México es un país considerado machista. Por tradición sociocultural los esfuerzos masculinos orientan hacia la figura del proveedor, poderoso, jefe de familia, quien ostenta una figura de mando en el hogar y la familia.

Aunque, la participación de las mujeres en el mundo de la ciencia es un asunto dado desde hace más de medio siglo, aún siguen enfrentando el techo de cristal, acantilados de cristal y el efecto Matilda.

Es decir, las mujeres para ser tomadas en cuenta en la academia y la ciencia tenemos que ser el doble de buenas que los hombres en lo que hacemos. Sin embargo, no nos desanimamos que seguimos este apasionante camino de la ciencia y la investigación.

Para Teresa Rojo (2001) impulsar la investigación de las docentes en las universidades desde una perspectiva de género tiene que ver con el hecho de que:

“cada vez se ven más científicas haciendo una carrera brillante, lo cual sirve de estímulo, acicate y ejemplo de otras mujeres, haciéndolas avanzar en su propia carrera”.

 

Sin duda, son mujeres de ciencia, son mujeres que inspiran a cambiar el entorno y hacer que más niñas se den cuenta que en un país como el nuestro es posible hacer ciencia en las áreas blandas y áreas dudas. Es decir, que la ciencia y la academia también tienen cara de mujer.

Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de ESPEJO