México podría estar a punto de dar un paso histórico en materia laboral: reducir la jornada semanal de 48 a 40 horas y garantizar dos días de descanso. La propuesta de reforma a la Ley Federal del Trabajo, hoy en discusión, busca reconocer algo que durante décadas se dio por hecho: que las personas no son engranes de producción, sino seres integrales que también necesitan tiempo para vivir.
La iniciativa plantea una transición gradual, pero su sentido es claro: humanizar el trabajo. De aprobarse, México se alinearía con estándares internacionales que priorizan el bienestar de los trabajadores, fortaleciendo un modelo laboral más justo y competitivo.
Y aquí aparece un punto fundamental: esta reforma no solo es laboral, también es de sostenibilidad.
Hablar de sostenibilidad suele remitirnos a energías limpias o reciclaje, pero también implica construir sociedades más equilibradas, donde la salud, el tiempo y la calidad de vida formen parte del desarrollo. La sostenibilidad social comienza cuando las personas pueden descansar, convivir, formarse, cuidar su salud mental y disfrutar lo que hacen.
Reducir la jornada no es trabajar menos, sino trabajar mejor. Está comprobado que equipos descansados son más creativos, más productivos y cometen menos errores. Para las empresas, significa menos rotación, más lealtad y una reputación más sólida. Adoptar la jornada de 40 horas no es un gasto, es una inversión en capital humano sostenible.
Desde la mirada de la Responsabilidad Social Empresarial, esta reforma representa una oportunidad de coherencia: dejar de entender la RSE solo como filantropía y llevarla al corazón del negocio. Una empresa socialmente responsable no solo se preocupa por el entorno, sino también por el bienestar interno de su gente. La forma en que se gestiona el tiempo laboral es, al final, una declaración ética.
Las organizaciones que decidan adelantarse a la reforma y ofrecer dos días de descanso mandarán un mensaje poderoso: “Nos importa tu vida tanto como tus resultados”. Ese gesto, aparentemente simple, se traduce en compromiso, innovación y confianza.
En términos de sostenibilidad económica, la reducción de horas puede impulsar la eficiencia y obligar a repensar procesos, priorizar objetivos y modernizar modelos de gestión. En el ámbito ambiental, menos traslados y horarios extendidos significan menor consumo energético y huella operativa más baja. Todo se conecta: cuidar a las personas también es cuidar al planeta.
No obstante, este cambio exige una transformación cultural. No basta con modificar el número de horas si seguimos midiendo el compromiso en horas y no en resultados. Esa lógica se repite incluso en el sector público: basta acudir a una oficina gubernamental para notar que muchas veces se cumple el horario, pero no el propósito.
La verdadera evolución está en reconocer que el tiempo dedicado a la familia, los amigos, la recreación o al simple descanso también es productivo, porque sostiene la salud emocional y la motivación de quienes trabajan. Valorar el tiempo como un recurso sagrado, escaso, valioso y no renovable, es entender que el bienestar personal también es parte del desempeño empresarial.
En un país donde millones viven corriendo detrás del reloj, pensar en jornadas más humanas es un acto de valentía. Es reconocer que la productividad no depende del agotamiento, sino del equilibrio. Que un trabajador pleno no solo rinde más: también inspira, crea y transforma.
La sostenibilidad no comienza en un informe ni en un certificado, comienza en la vida cotidiana de las personas que hacen posible una empresa. Y quizá ahí radique la esencia de esta reforma: recordarnos que el progreso no se mide por horas trabajadas, sino por horas bien vividas.
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