La primera señal masiva del hartazgo social que se vive en Sinaloa por la violencia criminal tocó a las puertas del gobernador Rubén Rocha Moya. Cientos de culiacanenses nos vertimos ayer en las calles de la ciudad para exigir justicia y paz, motivados por el asesinato de los niños Gael y Alexander, y de su padre. A diferencia de otras movilizaciones sociales con acarreados y con el uso de recursos públicos, las y los asistentes llegaron por sus propios medios a la protesta, bajo una convocatoria completamente ciudadana, en una mañana de un día hábil. Es ahí donde radica su fortaleza y su nula descalificación.
La sociedad civil demostró una fuerza dormida que encendió las alarmas en los tres niveles de gobierno, y que se transmitió en medios masivos de comunicación internacionales, nacionales y estatales. También hubo otros hechos violentos de alto impacto en la entidad, algunos incluso calificados como “cortinas de humo” para desviar la atención de la protesta masiva, pero la sociedad se accionó frente al miedo, y quien no asistió replicó los videos y las notas en sus redes.
Desde hace décadas no se veía en Sinaloa una movilización completamente ciudadana, apartidista, libre y voluntaria como la de ayer, y es que después de cuatro meses de violencia criminal y de una permanente -y perdón, hasta patológica- respuesta de funcionarias y funcionarios públicos de los tres niveles de gobierno ante los innumerables hechos de violencia de esta guerra entre narcos, las personas cada día se sienten más ofendidas.
“En Sinaloa se vive perfectamente bien” manifestó el gobernador Rubén Rocha a un periodista en la Ciudad de México, mientras que en Culiacán un cuerpo fue arrojado frente al Congreso estatal y parte de una plaza comercial se incendió ese mismo día. Meses antes, hacia el inicio de esta guerra, protagonizó una criticada caminata cerca del río Tamazula (en Culiacán) para “demostrar” que todo estaba tranquilo. Y a esas acciones le prosiguieron una serie de desafortunados comentarios que además de maquillar lo que realmente ocurre en el estado también revictimiza a las y los afectados, llamando a los empresarios “exagerados” por las pérdidas económicas que ha dejado el cierre de más de 700 negocios en Sinaloa, de septiembre a la fecha, de todos los giros, desde la fonda de una colonia hasta hoteles 3 estrellas. También acusó a los medios de comunicación de manipular cifras y datos para “vender”, y se vanagloria de tener estadios llenos, sin mencionar que solo fueron los últimos juegos del beisbol local, que los boletos están insólitamente baratos y que se llevan decenas de acarreados a cada juego.
Por su parte el Secretario General de Gobierno, Feliciano Castro Meléndez, quien ahora ofrece conferencias bajo la misma retórica, mencionó en una ocasión que los restaurantes de franquicias que han cerrado en Culiacán debido a la crisis de inseguridad, como el IHOP, Pizza Hut, entre otros, fracasaron porque la cultura culinaria en Sinaloa los mantenía permanentemente con baja asistencia, aunque en realidad fueron negocios que se mantuvieron por años. Habría que recordarle al funcionario que decenas de restaurantes de comida regional también cerraron sus puertas, a pesar de estar gastronómica y culturalmente bien arraigados en Sinaloa.
Para no extenderse en ejemplos sobre cómo la retórica de negación y la revictimización de las y los afectados ha contribuido al enojo social sinaloense, es preciso mencionar una desafortunada declaración respecto al homicidio de Gael, de Alexander y su papá, realizada por el secretario de Seguridad Pública de Sinaloa, Omar Rentería, la semana anterior, donde aseguró que el triple homicidio fue “circunstancial”, dirigiendo la atención hacia el polarizado del auto de las víctimas y de la ciudadanía en general. La nueva premisa de las autoridades es que retirar el polarizado a miles de automóviles en Sinaloa es más importante que capturar a los asesinos de los niños y de su padre, o de terminar con esta guerra.
El reclamo social de ayer fue en parte una respuesta a esa retórica oficial que ha ofendido a la población sinaloense, que desesperadamente pretende ocultar la barbarie de asesinatos, desapariciones, secuestros, balaceras, quema de propiedades y vehículos y, por supuesto, el ataque a niños y familias, que desde el 9 de septiembre anterior se acentuaron debido a la guerra criminal.
Esa retórica oficial además es estructural. Ayer las y los asistentes a la protesta en el Ayuntamiento de Culiacán, en las calles y en el Palacio de Gobierno gritaron un contundente “fuera Rocha”, pero debemos observar que la salida del gobernador no garantizaría que el problema de la violencia se eliminará o que la negación de los estragos de la guerra entre criminales por fin se aceptarían. El problema es sistémico y contamina a todos los niveles de gobierno. No es posible extenderse aquí en un análisis sobre esta afirmación, pero podemos sustentarla con el “espaldarazo” que el 22 de enero tuvo el gobernador Rubén Rocha por parte de los diputados federales de Morena, cuya nota ostenta en letras grandes la página web del gobierno estatal.
En otras ocasiones este respaldo legislativo hacia el gobernador se ha manifestado en lo local y lo nacional, la propia presidenta Claudia Sheinbaum, también lo hizo, e incluso, bajo la misma retórica negacionista-burlona, respondió a un periodista que en Guanajuato ocurrían más asesinatos que en Sinaloa, y en ocasiones es verdad, porque el liderazgo estadístico lo han peleado ambas entidades en múltiples ocasiones desde septiembre, pero esa no es una respuesta para las familias que han perdido a sus seres queridos, es como culpar al polarizado de los autos, a la exageración de los empresarios, a las ganas de vender de los medios de comunicación, a las mafias del poder, a los conservadores, a los adversarios políticos, al neoliberalismo y sus demonios. El discurso es patológico, y como toda patología se extiende y contamina a otros y a otras.
La lección para el Sinaloa de la mayoría, y de lo que debemos estar orgullosos y orgullosas, es que la voz se alzó con justa razón, cobijados por la indignación del asesinato de dos angelitos que deberían estar ahora mismo con su familia, motivados por un hartazgo y un coraje que se liberó incluso al romper unas cuantas ventanas y muebles -por las que, por cierto, ya hay indignados-.
Las revoluciones en el mundo así comenzaron, con un hartazgo, con una unión social de ofendidos y ofendidas, de víctimas, de personas empáticas, de quienes quieren el cambio. Las y los sinaloenses que ayer se manifestaron libre y solidariamente podrán dormir estos días sabiendo que hicieron algo por cambiar las cosas; no solo nos quejamos, nos accionamos
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