Jesús Madueña Molina pertenece a una generación pragmática, formada en los tiempos del neoliberalismo en el poder, con capacidad para adaptarse sin rubor a cualquier cambio circunstancial necesario, propio de las prácticas de las nuevas generaciones de políticos del siglo XXI.

La circunstancia lo llevó a la rectoría de la UAS no por sus convicciones, ideología o liderazgo, sino por su utilidad práctica y disposición a operar instrucciones, y aunque hubo cambios políticos y de poder significativos en la universidad en el último año, ha logrado mantenerse en la cresta de la ola –ya no por decisión, sino por necesidad– aunque la dirección del viento cambie.

Era lo que se necesitaba en el momento para lograr el equilibrio político que hiciera posible la transición de la universidad hacia un nuevo estadio de convergencia entre el desarrollo académico y la democracia universitaria.

Sin embargo, su imagen de utilitario y habilidoso para operar instrucciones, que le valió su regreso a la rectoría, le ha impuesto un nuevo desafío mucho más exigente que el anterior y sabe que no puede rechazarlo porque su cargo iría en juego.

Y es que ya no se trata de un juego de política local en torno al mando en la universidad, sino de una exigencia mayor del neoliberalismo infiltrado en el gobierno, que goza de muchas simpatías en los espacios de mando en la educación superior, donde moran los beneficiarios de los estímulos al individualismo, el entretenimiento y la simulación, el credencialismo vacío y la evasión de la realidad, impuesto en los 90s para disolver el compromiso social de la educación.

Durante su gestión en la universidad Madueña aprendió a usar de manera eficiente los recursos disponibles para el control de los estudiantes y de los trabajadores mediante la operación de una estructura administrativa y directiva diseñada para un eficiente control político, lo que demostró en el proceso electoral que le dio la reelección en la rectoría, sin embargo, el nuevo reto no obedece a las mismas reglas.

El desaseo en el manejo de los recursos de la universidad, derivado de criterios y ambiciones políticas de los últimos años, confiando en que las decisiones en las coyunturas políticas le resolverían todo, lo ha metido en una dificultad mayor, que la política política ya no le puede resolver. Es necesario sanear las finanzas y corregir vicios y desvíos de la universidad, que durante mucho tiempo se permitieron con impunidad amparados en la autonomía universitaria.

Por un lado enfrenta la resistencia interna de los grupos de poder privilegiados de varias administraciones, con los que ha tenido que respaldarse para refrendar su cargo en las urnas universitarias, pero por otro lado, tiene la presión del gobierno para sanear las finanzas y eficientar el gasto que le permita mantener niveles aceptables de desarrollo académico y que la universidad siga cumpliendo con su función social.

En esa búsqueda necesaria de orden para la transición de la universidad, la salida más simple, administrativa, en que convergen el pragmatismo en el mando universitario y el neoliberalismo infiltrado en las altas esferas del gobierno, es el sacrificio de los derechos y prestaciones laborales y particularmente la jubilación dinámica y otras prestaciones consagradas en el Contrato Colectivo de Trabajo desde los años 70s.

Y aunque ya se ha llegado a la conclusión de que es necesaria una revisión a fondo de las practicas de contratación de personal y pagos y una reingeniería de la universidad que permita eficientar el gasto, que incluye la restricción de prestaciones y la misma jubilación dinámica (que se suprimió desde 2017 para los trabajadores de nuevo ingreso), la falta de claridad en la información y las evidencias que sugieren irregularidades como sobresueldos a personal de confianza o ajustes de salarios exagerados a ex rectores ha generado el malestar generalizado de un sector que durante mucho tiempo había estado fuera de foco: los jubilados.

Los jubilados no tienen la características de la novatez, la ignorancia, o el temor, de los estudiantes, ni el chantaje, las promesas y la amenazas a que están sujetos los trabajadores en activo. Si bien, los jubilados tienen menos energía que los estudiantes y los trabajadores en activo, para hacer un movimiento político, tienen el valor civil de salir a protestar y la experiencia en la organización de movimientos sociales y políticos. No hay que olvidar que son los jubilados de hoy los jóvenes esa generación de espíritu crítico y revolucionario de incontables luchas universitarias de los años 70s y 80s. Si algo sabían hacer bien era luchar.

Aunque mucho tiempo ignorado políticamente, porque ya no podía ser objeto de manipulación, el sector de jubilados de la universidad se puede convertir en esta coyuntura en un factor determinante en el curso que tome el proceso de transformación de la universidad, pues no es el proyecto académico el que está en juego, sino el orden de la vida interna y el manejo de los recursos, que muchos quisieran resolver con la supresión de prestaciones (como la jubilación dinámica) para no perder privilegios como activos, ni tener que pagar desvíos.

Hasta hoy todos los involucrados están de acuerdo en que hay que resolver el problema financiero de la universidad, porque de no resolverse, amenaza con paralizar a la institución.

Sin embargo, la cuestión es quiénes serán los más afectados con las medidas administrativas para sacar el dinero que hace falta para resolver el problema. Y en virtud de que en una salida simplista se pretendió eliminar la jubilación dinámica, en las últimas semanas se ha visto un proceso de activación del sector de jubilados que había estado fuera del radar político y cuya movilización viene a ser un factor imprevisto, pues durante décadas no había tenido una participación política activa.

Las manifestaciones de las últimas semanas indican que el sector de jubilados no sólo tiene energía para movilizarse, sino que tiene coraje y sobre todo, experiencia política para enderezar un movimiento que podría trascender la defensa de sus prestaciones laborales al conectarse los próximos procesos políticos. Ya en su manifestación del lunes en la explanada del palacio de gobierno advertían a los políticos que cíclicamente van a pedirles el voto que su respuesta ya no será pasiva.

Hasta hoy Jesús Madueña no ha logrado empatizar con los jubilados –aunque se entiende mejor con uno de los dos grupos–, lo cierto es que no comparte su visión ni expectativas en torno al tema y de que logre conciliar con todas las expresiones en este conflicto dependerá su éxito como rector. Debe atender indicaciones federales para ordenar el gasto y conciliar intereses locales para poder transitar en su administración y los jubilados es un factor que estaba fuera de la ecuación. Y no se puede desconocer su valor, pues los jubilados de hoy no sólo son los protagonistas de la historia de las últimas décadas de la universidad, sino que, aun hoy, pueden convertirse en el referente, ya no académico, sino de lucha y defensa de sus prestaciones y derechos laborales consagrados en la Ley Federal del Trabajo y en la Constitución, que refieren el valor de las prestaciones contenidas en el Contrato Colectivo de Trabajo.

De que logre resolver el problema financiero de la universidad dependerá el presente y el futuro político de Jesús Madueña y, hasta ahora, el asunto se ve complicado, pues no sólo tiene que atender las indicaciones federales y las orientaciones estatales, sino que tiene que conciliar con los personajes y grupos de poder al interior de la universidad, tanto aliados como adversarios, para poder fluir en su administración y ahora también con los grupos de jubilados que estaban fuera de la ecuación, pues aunque no tengan ya una tarea académica o administrativa que atender –y desde la cuales se les pueda influir o manipular— como a los activos, son un sector que tienen derechos y prestaciones que lo ligan a la universidad y con el que también hay que lidiar, lo quiera o no.

Los jubilados son la experiencia académica, política, social, administrativa y sindical acumulada de las últimas décadas de universidad. Son y conocen la historia reciente de la UAS en la que descansan no sólo los proyectos exitosos que le han dado prestigio y sentido a la universidad, sino también la amalgama de esfuerzos, acuerdos y compromisos que los hicieron posible, por lo que lo que la universidad de hoy, se debe en gran medida, a ese sector de universitarios (porque no han dejado de serlo) que hasta hace poco parecía inexistente. Algunos usando su experiencia en la tareas de gobierno, otros en negocios propios, o simplemente integrados a vida privada, han vuelto hoy la mirada, de nuevo, a su universidad.

Desde un nuevo espacio que los ocupa hoy o desde su vida privada, los jubilados están de nuevo atentos, pendientes de lo que estará pasando y pase en la UAS en las próximas semanas y meses, porque no se trata sólo de nuevos proyectos académicos, sino de la integridad misma de su esencia y compromiso social.

¿Podrá Jesús Madueña Molina dejar contentos a los intereses de los gobiernos estatal y federal, que pretenden ajustes importantes en el uso de su presupuesto, sin romper con sus aliados y sus privilegios; con la creciente oposición interna y el surgimiento del movimiento de jubilados, en el procesos de reordenamiento de la vida interna para resolver el problema financiero que le permita a la universidad seguir cumpliendo su función?

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