En los dos extremos de la región latinoamericana, el populismo se asoma como la tendencia política dominante.

Las presidencias de México y Argentina están ocupadas por líderes carismáticos, que sustentan su legitimidad en el poder que les delegan las masas descontentas con los mecanismos del sistema político tradicional.

El populismo es un fenómeno político presente en la historia de Latinoamérica durante gran parte del siglo XX. Surgió como respuesta a la desigualdad y la pobreza imperante en los países de la región.

 

En Argentina tomó notoriedad con el movimiento peronista, y en México, con el Partido Revolucionario Institucional. Ambos casos se caracterizaron por la defensa de las clases menos favorecidas, mediante el proteccionismo, el establecimiento de derechos laborales y sociales, así como la implementación mejoras en el acceso a la educación y la salud.

La ventaja de los primeros populismos latinoamericanos, fue que se empalmaron con uno de los ciclos más importante de expansión económica global, el de posguerra, que permitió a los gobiernos latinoamericanos distribuir el crecimiento mediante  instituciones y programas sociales.

En sus épocas de apogeo, a mitad del siglo pasado, tanto México como Argentina alcanzaron tasas de crecimiento superiores al 5 por ciento. Esto derivado de un aumento en la demanda agregada, impulsada por la estabilidad internacional, el aumento de la población y la urbanización.

 

Al final, el problema con el populismo de esos años, fue su incapacidad para adaptarse a los cambios periódicos del capitalismo. El nuevo modelo económico que surgió tras la crisis de los años setentas y ochentas, exigía altas capacidades de innovación y flexibilidad.

La falta de competitividad de las economías latinoamericanas para incursionar en la economía global del conocimiento, relegó a estos países a una nueva era de dependencia tecnológica.

Para sobrevivir al estancamiento y contener la inflación, se tuvieron que hacer ajustes estructurales; medidas consistentes en abrirse al mercado internacional, privatizar servicios, reducir el gasto público, entre otras políticas que ocasionaron un rebrote de la pobreza y la ampliación de las brechas de desigualdad.

Argentina, antes que México, fue la primera en encarar al neoliberalismo, con el regreso del peronismo al poder, en manos de los Kirchner. Durante su gobierno, se implementaron políticas para reducir la pobreza, como la expansión de programas de asistencia social, un fuerte aumento del gasto público y medidas de protección del mercado interno.

México por su parte, se embarcó en una nueva etapa populista apenas hace 5 años con el triunfo del Presidente López Obrador y su movimiento de regeneración nacional, como una continuación tardía de la vertiente de izquierda que se posesionó en Sudamérica con el nuevo milenio.

 

Los mexicanos no supieron advertir que ese no era el camino más seguro para encontrar una salida efectiva y de largo plazo a los desafíos de la globalización. Tampoco es que para el 2018 hubiera muchas alternativas. La corrupción y los altos índices de violencia también sirvieron como detonantes del triunfo lopezobradorista.

Hay que reconocer, salvo el caso particular de Venezuela, que las políticas sociales han logrado disminuir la pobreza extrema en la región. Sin embargo, en términos de desempeño económico, los países de corte populista no han sido tan exitosos. Los neoliberales tampoco, pero de lo que se trataba era de encontrar una alternativa exitosa.

Así pues, en el periodo del ”boom” izquierdista Latinoamericano, de 2014 a 2019, la economía argentina retrocedió 1.2 por ciento, la brasileña 1.3, y la venezolana 16; Nicaragua se estancó en 0 por ciento; Uruguay creció apenas 0.5, y Bolivia 2.4 por ciento. En ese mismo periodo,  el crecimiento promedio global fue de 3.5 por ciento. Luego vino la pandemia, la guerra en Ucrania, el bloqueo de las cadenas de suministros, y todo se vino abajo.

Los daños colaterales de estos experimentos neosocialistas pueden ser vistos en sus derivados políticos reaccionarios, es decir, en el surgimiento de movimientos conservadores y populistas, pero de derecha, que comenzaron a emerger en la región. Bolsonaro en Brasil es quizá el caso más emblemático hasta ahora, pero en Argentina las cosas comienzan a llamar la atención.

Esta semana en Davos, Javier Milei, Presidente recientemente electo de la República Argentina, y  representante del movimiento libertario, se lanzó durante su intervención en el Foro Económico Mundial, contra el socialismo y contra el Estado.

Lo paradójico es que en estos mismos días el FEM había publicado su reporte anual sobre los riesgos globales, en donde posiciona al crecimiento inequitativo como una de las principales amenazas para el futuro próximo, lo cual quiere decir, que efectivamente es necesaria la intervención del Estado para distribuir con mayor equidad las endebles ganancias económicas ahora que finalmente hemos visto algo de luz tras la crisis pandémica.

¿Pero qué tipo de Estado es el que se requiere en estos momentos? ¿Son estos nuevos populismos, ya sea de izquierda o de derecha la alternativa más eficaz?

A pesar de las diferencias marcadas entre lo que ocurre en Argentina y México, no podemos dejar de advertir que existe una línea muy delgada que separa el populismo que se presenta actualmente en ambos países. El punto en común parece ser un fuerte desprecio por las instituciones del Estado y por los instrumentos de la democracia.

 

Si los países de América Latina pretenden alentar el crecimiento económico, primero deben fortalecer sus instituciones. No basta con políticas de asistencia social, al mismo tiempo se debe hacer un grandísimo esfuerzo por respetar el Estado de Derecho, fortalecer la independencia del poder judicial i y establecer un marco jurídico fiable para promover la seguridad y la estabilidad política. Cualquier alternativa de desarrollo no debe dejar de tomar en cuenta estos imperativos democráticos.

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