En la obra del artista y diseñador guanajuatense Gastón Ortiz, cuarenta y ocho rostros difuminados, en representación de más de ciento treinta mil personas desaparecidas en México, cuelgan de hilos inciertos, escurridizos, y cuestionan al visitante proyectando un fajo de miradas ausentes. En Guanajuato son casi cinco mil quinientas las personas que nos faltan a la fecha. De vez en cuando, en alguna carretera o terminal de camión, o bien, en redes sociales, reaparecen al transeúnte, al automovilista y al navegante digital dentro de fichas y alertas de búsqueda, frías, como fotografías encapsuladas en un marco, serializadas, y ya, por terrible frecuencia de las propias ausencias en el estado, pasan casi desapercibidas, entre espectaculares y señales.
Los dos polípticos que componen la obra de Ortiz, expuestos en la Ibero león el año pasado, se fragmentan en docenas de piezas y se presentan como un tendedero, las hojas oscilantes de un árbol suspendido, indiferente al tiempo y cargado de expectación para el reencuentro. Me parece una metaforización gráfica de la ruptura, el quiebre social y comunitario de la desaparición, el proyecto de vida trunco de quienes fueron desaparecidos y desaparecidas, y la idea de que también el entramado de relaciones familiares y de todo tipo se van destruyendo en el entorno y en el interior de quienes se quedan y buscan.
Hay ecos aquí del doble espejo de la desaparición, concepto trabajado por la antropóloga e historiadora colombiana María Victoria Uribe, es también la suspensión del tiempo y del espacio, su bifurcación, más bien, en dos caminos distanciados y dolientes: el de quien busca, el de quien se encuentra desaparecido. Pero la fragmentación es también la que, en muchas ocasiones, las propias autoridades responsables de la investigación y la búsqueda generan en las personas sobrevivientes de la violencia y en los expedientes y diligencias que malamente integran.
El conjunto de estos retratos de Ortiz, emanados de las huellas que rememora el autor a partir de fichas y publicaciones de personas desaparecidas, resuena y aparece como un “árbol de la memoria”. Este es un dispositivo de esperanza que los colectivos de búsqueda han incorporado a su repertorio de lucha y que suelen instalar en las plazas públicas de las ciudades para visibilizar la ausencia de sus seres queridos, a la vez que reafirman que allí están, aunque otros quisieron borrarlos. Así como los bordados, fruto de muchas manos que, como fueran una sola, tejen la memoria y los nombres de sus seres queridos en urdidumbres resistentes que se vuelven escudos contra la indiferencia y estandartes para las marchas y la exposición de vidas ausentes, pero hechas presentes en el espacio público.
Las alertas de búsqueda, consecutivas y estandarizadas, difundidas por las autoridades, allí se convierten, a contracorriente, en imágenes subjetivas y humanizadas, en artefactos memoriosos y vivenciales, como listones y placas, ep

Comentarios
Antes de dejar un comentario pregúntate si beneficia a alguien y debes estar consciente en que al hacer uso de esta función te adíeles a nuestros términos y condiciones de uso.