Este imprescindible escritor Ruso, nacido en 1828, fue reconocido como Pacifista, Anarquista y Cristiano. Su estilo realista se distingue por el dominio sobre la psicología de sus personajes, atormentados, apasionados, obsesionados por el amor, la muerte y la religión.
De la Editorial Salvat, rescatamos un ejemplar que encierra tres invaluables cuentos que trataremos de reseñar, de manera respetuosa, más que erudita.
LA MUERTE DE IVÁN ILICH. Miembro selecto en el alto tribunal de la Cámara Judicial en San Petersburgo, este personaje dedicó su vida a imponer justicia con rectitud y profesionalismo; apreciado por sus colegas, decidió formar una familia y se casó con una mujer de exquisita educación, bonita, paciente y amorosa. Durante el primer año de matrimonio, comenzaron a llegar los hijos y la prosperidad al hogar. Solicitado en los altos tribunales, fue enviado a una importante ciudad en la cual él mismo se dedicó a localizar una casa digna de su posición; hasta se propuso a decorarla con tanto ahínco que un día, colocando unas cortinas se cayó de la escalera, golpeándose el costado. No le dio importancia al dolor físico, apagado por el entusiasmo; sin embargo, el dolor fue aumentando y las visitas a los médicos multiplicándose. Uno de los diagnósticos fue “Daños en el intestino ciego y en el riñón” Nada amortiguaba los intensos dolores. Iván Ilich se fue consumiendo, más que del dolor, por el miedo a la muerte. En su delirio se preguntaba: dolor, en dónde estás?…muerte en dónde estás? Hasta que alguien dijo “Se acabó”. Ivan Ilich se dijo, “La muerte no existe”. Hizo una inspiración, se detuvo a la mitad, se estiró y quedó muerto.
EL DIABLO, es el segundo relato del libro. Cuando Evgueni Irténev, a los 26 años perdió a su padre, se acabó para él la vida aristocrática y cómoda que había disfrutado en la capital Rusa. Se retiró al campo con su madre, sus hermanos no quisieron seguirlos y el joven se dedicó a cuidar la herencia del padre: Una considerable cantidad de tierras de cultivo, animales, bosques, una fábrica de azúcar y una hermosa hacienda que requería grandes gastos de mantenimiento. Joven, lozano e impetuoso, el joven heredero, sin ser propiamente libertino, la abstinencia a sus más cálidos deseos, le comenzó a afectar notablemente. Pensó en buscar una mujer agradable, sana y dispuesta a satisfacerlo en secreto. El administrador de la hacienda fue su confesor y auxiliar para apagar la insatisfacción del joven amo, por lo que le consiguió tratos con una campesina, bonita, libertina y sana, requisito indispensable. Se veían en lugares sumamente discretos, él imponía las citas y ella acudía entusiasmada. Supo que era casada, pero el marido trabajaba en otra ciudad y casi no estaba con ella. Por otra parte, la madre, preocupada por llenar la soledad de su hijo, comenzó a buscarle esposa y la halló en una joven de belleza celestial, educada, amorosa y discreta. El matrimonio no se hizo esperar y Evgueni se sintió feliz, se olvidó de sus secretas aventuras y el hogar se hizo sólido ante la llegada de los hijos, lo cual impuso rutina y hastío en el joven. Fue entonces cuando comenzó a extrañar a su antigua amante campesina, comenzó a buscarla en lucha constante con su conciencia que le recriminaba sus anhelos. La repentina pasión renacida le hacía avergonzarse, por lo que acudía a la oración y al suplicio. La muchacha, consciente de la fuerte atracción no perdía oportunidad para coquetear con una mirada, un gesto, lo que fuera con tal de recuperar aquella pasión. El hombre se contenía diciéndose para sí mismo “Ella es una fuerza que se apodera de mí y no me suelta… porque ella es el diablo que se ha adueñado de mí…”. Se sentía envenenado por lo que consideraba su infamia. Una mañana su mente se iluminó ante una idea “¡Matar!… Matar a mi mujer o a ella”. Entonces se descubrió a sí mismo como un enfermo mental.
EL PADRE SERGIO. Este cuento relata la vida del joven Kasatski, hermoso príncipe, jefe de la guardia personal del Emperador Nicolas I. Tenía un brillante porvenir. Comprometido con una hermosa dama de la corte, poco antes del matrimonio concertado, rompió él mismo su compromiso, pidió su retiro, cedió sus bienes a una hermana de él y se retiró a un monasterio para profesar como monje… ¿Qué pasó?
Sucedió que la novia, en un impulso de sinceridad, confesó al novio que en tiempos pasados había sido amante del Zar. Pálido por la rabia y el desencanto, el aristócrata pensó que si hubiera sido otro el amante, lo hubiera matado, pero se trataba del mismo Zar. Su desesperación lo llevó a una abadía en donde se instaló convencido del llamado de Dios. Se esforzaba de contínuo por vencer el orgullo, la obediencia se le hacía insoportable y la vocación que tanto había anhelado, no la veía con claridad. Los superiores eclesiásticos lo enviaban cada vez a lugares más pobres y aislados para vencer su altivez . Hasta que fue remitido, pasados los años, a una celda que había pertenecido a un ermitaño al que se le llamaba santo por sus bondades, humildad y entrega a la religión. Fue nombrado como el Padre Sergio. Trataba todos los días por conseguir el desapego de la vida cortesana. Se autocastigaba y trataba de cubrir con oraciones su natural carácter.
Una noche, mientras el padre Sergio dormía, escuchó la algarabía de un grupo de jóvenes que paseaba en trineos escandalizando con sus voces alcoholizadas. De pronto escuchó unos leves toquidos en su desvencijada puerta, no quiso acudir atemorizado, pero la insistencia y la voz de una mujer que pedía auxilio desesperada, le obligó a levantarse, abrió la puerta y ahí estaba la mujer más hermosa que hubiera visto, cubierta de finas pieles pero empapada que le pedía asilo para resguardarse. Ella había prometido a sus amigos que esa noche, sería capaz de seducir al famoso Padre Sergio, reconocido por su humildad y entrega al Señor. El padre le cedió su camastro y él se retiró al zaguán. Después de un corto silencio, la muchacha comenzó a llamarlo con tono lastimero, tono que cambió a tintes lujuriosos, clamaba auxilio para combatir el frío. El anacoreta trataba de ensordecer la voz de la mujer, con oraciones. El clamor de ella fue más fuerte y por fín él decidió salir. No la volteó a ver, no le habló, simplemente salió al pequeño patio en busca de su hacha y un trozo duro de madera con los que cortaba leña. Colocó su dedo índice de la mano izquierda y con la derecha empuñó el hacha que con tamaña fuerza, dejó caer sobre el dedo que voló en medio de la obscuridad. La joven mujer, se alarmó al verlo sangrar en silencio. Se vistió de manera apresurada y apenas alcanzó a decir “Perdóneme…cómo podré redimir mi pecado? Y salió al frío de la noche.
Para León Tolstoi, los grandes conflictos de su alma son sus temas, y sus obras mayores son una especie de confesiones. Palabras de Arturo Uslar Pietri, intelectual y político Venezolano (1906-2001)
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