La muerte de Carlos Gurrola, conocido como Papayita, duele no solo por las circunstancias de su fallecimiento, sino por el sistema de violencias que lo rodeó hasta el último momento.
Lo ocurrido en Torreón, Coahuila, no puede resumirse en los titulares que hablan de una “broma que se salió de control”. Nombrarlo así no solo trivializa la tragedia, también encubre las múltiples capas de responsabilidad que hay detrás.
Papayita, tres veces víctima
Primero, de sus propios compañeros de trabajo. El acoso verbal y físico, daños y robo a sus cosas personales y la humillación disfrazada de “carrilla” eran formas de violencia normalizadas. Beber desengrasante desde su bebida no fue un accidente ni un juego; fue la consecuencia de un patrón sostenido de acoso laboral.
La segunda victimización proviene de las empresas involucradas. Carlos trabajaba para Multiservicios Rocasa, pero se desempeñaba dentro del supermercado HEB. Aquí aparece el rostro más brutal del outsoursing: trabajadores que cumplen funciones esenciales, pero a quienes se les niega el amparo directo de la empresa que se beneficia de su esfuerzo. El subcontratado es el más vulnerable: gana poco, carece de prestaciones sólidas y, sobre todo, se vuelve invisible.
El día de la tragedia, esa negligencia quedó expuesta. La empresa no brindó la atención médica inmediata ni notificó oportunamente a la familia, la cual fue informada hasta 3 horas después. Esa omisión habla de una estructura laboral que descuida a los trabajadores precarizados porque no los reconoce como suyos. En este sentido, tanto Rocasa como HEB comparten responsabilidad: uno como empleador formal, el otro como espacio físico que toleró -cuando no propició- el ambiente de acoso y violencia.
La tercera victimización viene de la prensa. Al publicar titulares con la palabra “broma”, los medios diluyen la gravedad de los hechos. Las palabras importan: lo que se nombra como broma se percibe como accidente; lo que se nombra como violencia obliga a cuestionar responsabilidades. Al repetir el eufemismo, la prensa se convierte en cómplice de la narrativa que minimiza la dignidad de un hombre y su derecho a un ambiente de trabajo seguro.
El caso de Papayita no puede tomarse como ajeno, es el síntoma de un modelo laboral que produce víctimas silenciosas todos los días. El outsoursing o terciarización laboral, coloca a miles de trabajadores en una zona gris donde son tratados como reemplazables, prescindibles, invisibles. Son quienes barren, cargan, vigilan: trabajos esenciales para sostener la vida cotidiana, pero condenados a la precariedad y a la exclusión del espacio donde ejercen.
Por eso, lo ocurrido debe servirnos como un llamado de atención colectivo. No se trata de un hombre al que una mala broma le costó la vida; se trata de un hombre al que el acoso le costó la vida; se trata de un trabajador violentado, de una estructura patronal negligente y de una cobertura mediática que aún rehúye nombrar las cosas por su nombre.
Si seguimos llamándole -broma-, lo estamos matando otra vez
Comentarios
Antes de dejar un comentario pregúntate si beneficia a alguien y debes estar consciente en que al hacer uso de esta función te adíeles a nuestros términos y condiciones de uso.