Por Heidy Mares

Comienza marzo y todos se vuelven “aliades”. En Sinaloa, como en el resto del país, el movimiento feminista comenzó a ser mas visible a partir de eventos como el #MeToo, con el que gran parte de la población comenzó a empatizar, pero también reconociendo que sus activistas tenían el poder de ser vistas, dar de qué hablar y que sus demandas eran parte de una agenda política, elementos perfectos para atraer la atención del público.

El morado, color de la lucha feminista que denuncia las violencias, pasó a ser usado en los performances de las activistas a incorporarse en la mercadotecnia que se anunciaba -aliada de lucha-, así como parte de los discursos partidistas que aparentemente congeniaban con esta agenda de derechos; la intención: “que vean que nos sumamos a la onda, que hacemos click con las mujeres

¿El problema? Que se mueve a partir de ser una intención publicitaria, no conocen ni les interesa el trasfondo. El feminismo con glitter, como le llaman algunas, es aquel que romantiza y tergiversa el sentido de sororidad; lo muestran como un “club” de mujeres donde todas celebramos ser amigas.

Se olvidan que la lucha es por nombrarnos sujetas de derechos, y establecer políticas públicas que garanticen nuestro acceso a la justicia y a una vida libre de violencia

El feminismo de las empresas y partidos políticos tiene éxito porque su discurso pretende mostrarse “a favor de los derechos”, pero no cuestiona el sistema de injusticias, ni implica comprometerse con las mujeres.

Les gusta el feminismo, hasta que éste exige acciones que cuestionan sus privilegios.

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