“De esto no voy a escribir para que no quede registro. Lo que no se pone en papel se olvida”
Una de las voces más pertinentes en la literatura sinaloense es la de Lizet Norzagaray. Sí, el teatro es también literatura. Sigo creyendo que, aunque hay un gran referente en la dramaturgia en Sinaloa, esta no recibe el aprecio que merece, mucho menos una lectura crítica que la contemple como “mapa” o registro anticipado de la escena. Y es que aunque la pluma sea poderosa, sí se necesita conocer la escena para poder escribir teatro, cosa que no muchos escritores asumen. Por alguna razón se percibe la dramaturgia como un género menor, quizá sea por considerarse una palabra “inacabada” pero es justo eso lo que la vuelve compleja; es una palabra que aspira a “ser”, que está estructurada para el pulso y por supuesto, redefine constantemente lo que es la “verdad”.
A diferencia de todas las letras, la dramaturgia sí se conjuga en presente, siempre se quiere poner a un ladito de la vida, y eso es lo que siento cada vez que leo a Lizet Norzagaray.
En general me parece que la dramaturgia de Lizet tiene una peculiaridad, y leyendo me topé con una acotación que justo creo que describe su labor: Se escuchan distintas voces en off. La dramaturgia de Lizet está sentada ahí: en la periferia, en los personajes solitarios, segregados… en los adolescentes y jóvenes que se convierten en carne de cañón, o como ella dice, los que van a la escuela y se preparan para un mundo que ya no existe.
Cada julio se lleva a cabo el encuentro más importante de dramaturgia: el Festival de la Joven Dramaturgia. El año pasado Lizet fue seleccionada para realizar una residencia de creación, proceso que asume la dramaturgia como algo vivo, que puede cuestionarse, probarse. De modo que en el trayecto Lizet recibió acompañamiento, tuvo la oportunidad de ver, escuchar su texto, recibir retroalimentación de otros creadores, explorar escenas alternas, para poder trabajar en una versión final de la obra. Finalmente este festival lo que oferta son lecturas dramatizadas. En el caso de Nuestra casa con XBOX, la lectura dramatizada estuvo a cargo de Fabían Verdín, quien decidió llevarla a escena.
Lo paradójico es que este texto habla de un puño de tierra, de esos que no son ni ranchos, ni ciudad, de esos que encuentras en todo Sinaloa, y verlo nacer en otro estado me corrobora que la “tradición” teatral sólo asume de dientes para afuera el hacer teatro desde aquí, esto lo digo porque generalmente se montan dramaturgias provenientes de otros lados, pero que buscan o las fuerzan a hablar desde aquí, lo que llamamos lo regional o identitario.
Tres adolescentes en un lugar sin nombre, en un mundo que ya no existe, porque del que hablan en la escuela es una realidad lejana o inexistente. Y con todo esto, pareciera que la obra habla de la violencia, o del territorio, pero es más bien la amistad. De cómo tres amigos se han refugiado en su amistad y han hecho de ésta, en palabras de Fabían Verdín, una burbuja que los contiene del mundo. El plomo que truena afuera, apenas se escucha, todo es lejano. Todo es ellos tres, las maquinitas y lo que puedan hacer juntos. Así que un día Emilio imagina una casa donde todo un segundo piso es un cuarto para jugar XBOX. Es que es así, uno imagina la vida que quisiera, o el pedazo de mundo que desea, porque cuando joven uno cree que hay algo destinado para uno. La amistad de estos tres jóveneslos “cuida” se convierte en el lugar seguro de los tres, pero la violencia en un punto también la destruye. El conflicto no está en ellos, está en el afuera, en el entorno, en lo que no se elige. La autora en una de sus acotaciones indica que hay un río, el cual contiene tanto incendio, tanto fuego ansioso por devorarlo todo, creo que esa imagen mapea perfecto donde estos personajes se encuentran, en una vulnerabilidad que desconocen, un peligro del que parecen ser testigos pero es difuso, porque según ellos aquello que podría pasar tiene que ver con las acciones propias, claramente nadie advertirá cuando el río los incendie. Un dia el balón cruza la barda, cae en la huerta y a partir de ahí, como cosa del destino fueron testigos, vieron al diablo.
Cuando hablamos de lo regional siempre está esta idea de cómo tiene que sonar, cuando en realidad lo regional, tiene que ver con desde dónde se habla. Lizet lo escarba bien, de tal modo que “hablar de su isla” se convierte en hablar del mundo. Y es que la violencia que atraviesa al país entero y nos va convirtiendo a todos en víctimas colaterales, no tiene distinción de territorio.
En Nuestra casa con XBOX, mientras los personajes juegan a las maquinitas, hay una línea que me parece muy interesante: “No sirve la máquina, se ponen solas las bombas” … aquí la autora nos advierte de que ni en el juego ni en la vida estos chicos tienen el control ni la intuición sobre lo que pasará. Este paralelismo que plantea Lizet, entre los videojuegos y la vida, habla de cómo los jóvenes en este país, son solo fichas de juego. El hecho de que tengan que juntar morralla para poder jugar, para poder ser, me parece que pone en la mesa las dificultades que ciertos sectores -siempre la periferia- tienen para “salir adelante” pero, cuál adelante si no hay. Hasta cierto punto pareciera un tanto pesimista la obra, pero creo que retrata de manera justa un camino truncado por la violencia, por un monstruo que va comiendo toda posibilidad, donde ser bueno, no es suficiente…
Me resulta pertinente este texto por el contexto que estamos viviendo, sobre todo por los juicios morales a las juventudes por el camino que toman, como si hubiera otra posibilidad, o como sin tomarlo se fuera a cambiar camino. La moneda ya está dentro de la máquina, la pregunta es, quién la hará parar.
Ellos sueñan con una casa, con un segundo piso solo para jugar XBOX, es decir, sueñan con una vida donde puedan hacer lo que quieran hacer. Creo que no solo esta obra sino la dramaturgia en general de Lizet, busca responder el qué está pasando con jóvenes en este estado, pero sobre todo, qué tenemos para ofrecerles. Porque ir a la escuela, hacer las cosas bien, no juntarte con los “otros”, no garantiza que no te pasará nada, porque el problema ni siquiera son los “otros” sino un sistema que ha ejercido violencia sistematizada, que no ha dado ni opciones ni tregua, acabando con lo jóvenes, con todos, pero sobre todos aquellos que se encuentran en la periferia, en esto lugares sin nombre ni orden, en donde ni la amistad lo hará sobrevivir.
Encuentro en este texto a una dramaturga con una mirada muy aguda sobre las cosas que le atraviesan, que le afectan. Una escritura honesta que ha ganado madurez y trae consigo preguntas alrededor del porvenir de los jóvenes. Lizet es dueña de su tierra, la ha nombrado, y eso me parece suficiente. Nombrar las cosas que pasan, ponerlas en el papel para que no se olviden.
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