“Ahorita se van, ya está todo apalabrado”, nos dijo Dubrys, cuando notó que veíamos -desde el otro lado del boulevard- con recelo la patrulla que recién llegaba y se paraba al lado del hotel que está en Leyva Solano esquina con Calzada. Se paró, apagó los focos, nadie se bajó.
Desde la patrulla, por la misma acera, los polis podían ver a las putas que estaban a la espera de clientes; desde allí, se puede ver varias de las esquinas; si estuvieran a caballo y las putas fuéramos vacas, se diría que nos pastoreaban. Y en los hechos, algo así hacían.
Eran muy temprano, sabíamos que no están allí por nuestra seguridad. Estaban allí “contándonos”, calculando. Más noche, ya de madrugada, pasarán por su dinero.
Son policías municipales, están tan desprestigiados que ni se esfuerzan en “vender seguridad” a las putas, saben que nadie se los cree, ni ellos mismos. Son las patrullas y lxs policías que no son aceptadxs durante los operativos de seguridad, pese que vivimos en una guerra; solo militares y cuerpos federales hacen operativos. Ni ellos les quieren cerca, las putas tampoco.
Encendieron la patrulla, las luces y avanzaron por el boulevard; llegaron a la esquina de la Carranza y se desviaron a la izquierda, cruzando el boulevard. Bajaron la velocidad, nos saludaron sin saludar, solo bajaron las ventanas para que les viéramos y ellos nos vieran viéndoles. Metros más allá de la esquina, aceleraron y se perdieron en la oscuridad de la calle unas cuadras más arriba.
Desde que encendieron la patrulla, una de las plebes dijo “vienen pa´aca”. Las putas cambiamos de posición, ahora todas le dábamos la espalda a la esquina y veíamos de frente la calle, expectantes. La mayoría jamás se ha enfrentado a los polis, pero saben como si fuera herencia maldita, que con esos vergas no se puede estar nunca seguras; es mejor prevenir que lamentar. Les vimos pasar, sin hacer gesto alguno, solo girando el buche como si fuéramos abanico de piso. Ya que se perdieron en la calle, volvimos a la plática a gritos que teníamos.
Estábamos poniéndonos de acuerdo para tener unas pláticas en la Secretaría de Salud del Estado de Sinaloa sobre PrEP y PEP, así como otras sobre cuidado colectivo, cuando esos vergas en la patrulla nos interrumpieron. Luego que se fueron, los ánimos cambiaron, la reunión se desgranó y las putas se desparramaron por las esquinas. Repartimos condones y quedamos en volver a tener la reunión otro día.
Ya que quedamos menos, en privado, le pregunté a Dubrys ¿Qué vergas está pasando?, ¿Qué es lo que apalabraron con esos vergas?…
Dubrys me platicó: Resulta que los polis centavean a las putas trans.
Pero no crean que las molestan directamente a ellas, a las putas. Ya no tienen esa técnica. Saben que ahora no estamos solas, que, aunque débil, hay una red de sostén y apoyo para las personas trans. Y, al menos en las ciudades, eso hace cierta diferencia.
Lo que hacían era “hacer su trabajo”, como le dicen ellos. Se paraban justo donde se pararon esa noche y también en otros puntos del mismo boulevard. Esperaban que algún carro se acercara a alguna de las putas, que se parara el carro y luego ellos encendían la patrulla y las torretas.
A veces, se movían lento rumbo a esos carros y con eso tenían para que el carro dejara a las putas y ellas se quedaran sin el posible cliente, sin el posible dinero para comer. Otras, no eran nada sutil, llegaban directo hasta los carros, se bajaban de la patrulla y hacían bajar a los posibles clientes de sus carros; les revisaban el carro y después de un rato les dejaban ir.
Todo eso pasaba frente a las putas. En todos los casos, afectaba el flujo de clientes. No es difícil imaginar que, cuando veían la patrulla por el boulevard, los posibles clientes no se detenían a pagar por los servicios de mis hermanas.
Esos mierdas fácilmente podían justificar esas acciones como parte se su trabajo para reducir la inseguridad y, por otro lado, esas mismas acciones son casi imposible de denunciar por parte de las putas como lo que es: Acoso policial -mínimo-.
Dubrys tiene la habilidad de una venada: ventea el peligro. Más de tres décadas sobreviviendo de y en la calle le han provisto del radar más preciso que he conocido, Dubrys es capaz de oler el peligro en el aire. Durante este último año ha tenido que hacer de oídos sordos ese radar, el hambre le ha hecho ir a la calle cagada de miedo.
En este año de guerra, no ha habido día en que no corran peligro por putiar, los pocos días que van a la calle, buscan que valgan la pena, sacar todo el dinero posible. Esto no era posible si tenían a la patrulla y sus policías respirándoles en la nuca. Es por eso que las putas – a través de Dubrys- buscaron un arreglo; apalabraron darles dinero a cambio de dejarles trabajar.
A veces, entre las putas y los polis no coinciden; desconozco como lo resuelven, Dubrys se negó a contarme. “Ay puta, tú no te metas”, me dijo; “así estamos bien, mana; ahorita es lo mejor, si te necesitamos sabemos que contamos contigo”, terminó. Ellas saben que pueden contar conmigo, pero saben aún mejor que cualquier acción, puede romper el acuerdo con los miserables de los policías y que, en estos momentos, ese mal acuerdo es mejor que un buen pleito.
Ustedes que me leen, quizá no puedan imaginar el puto coraje que me dio saberlo y, sobre todo, saber que las plebes tienen razón. En estos momentos, a como está la ciudad, pelearnos con esos polis solo lograría que las plebes no pudieran trabajar sabrá hasta cuándo y eso las pondría en una posición aún más precaria. Como les digo, la red de apoyo que formamos apenas se sostiene y sabemos que no sería posible ayudar a las compas.
Estamos atadas de manos y con la piche bota en el buche.
Y una cosa quiero que quede claro, el pedo no es que los policías -o cualquier otra gente- quieran sacar dinero de la calle, de putiar; el pedo es que lo quieran sacar del culo ajeno.
Se lo lavan.

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