Por Alejandra Maytorena

En la era digital en la que vivimos, las redes sociales han revolucionado la forma en que nos informamos y consumimos noticias. Es sorprendente, de acuerdo con estudios recientes, más del 60% de la población mundial ya las utiliza. De hecho, de los miles de millones de internautas existentes, cerca del 95% se conectan a redes sociales, de manera que utilizarlas se vuelve sinónimo de Internet, aunque en teoría no sea lo mismo. Sin embargo, junto con esta revolución, ha surgido una figura que ha ganado terreno de manera notable: los “opinólogos”. Estos individuos, muchas veces sin formación especializada ni experiencia relevante, se erigen como autoridades en distintos temas, emitiendo juicios, críticas y opiniones que a menudo moldean la percepción colectiva de los eventos. Hemos creado un universo de “Opinología”, donde los especialistas en emitir opiniones llenan las redes sociales y, lo que es más peligros: cuentan con millones de seguidores que no ponen en tela de juicio lo que escuchan.

De esta manera, tenemos a actores aconsejando de psicología, a actrices haciéndose pasar por nutriólogas y a personas escribiendo y publicando contenido del que realmente conocen muy poco, sin reparar en los daños que podrían llegar a ocasionar. Estas figuras suelen destacar en las redes sociales, donde su capacidad para expresar opiniones de manera concisa y a menudo provocativa les otorga una considerable audiencia. Sin embargo, lo que distingue a los opinólogos no es su conocimiento profundo o su experiencia en los temas que abordan, sino su habilidad para captar la atención del público y generar debate. Sin embargo, sus palabras poco a poco adquieren mayor relevancia y son tomadas como hechos por algunas personas. Sin cuestionamientos o confrontación. Las opiniones que son fácil y expeditamente expresadas no se las lleva el viento sino que llegan a tener impactos inconmensurables en las vidas de personas más vulnerables.

Además, en este mundo de opinión, donde las ideas y palabras fluyen indiscriminadamente, hemos llegado a extremos donde realmente no nos informamos directamente de los hechos, sino que nos enteramos a través de la opinión de terceros en una cadena de sesgos donde sin darnos cuenta nos alejamos cada vez más de lo objetivo. Uno de los principales efectos de la influencia de los opinólogos y las redes sociales es el surgimiento de una cultura de consumo de segunda mano en cuanto a la información y las opiniones. Antes de que los hechos sean siquiera procesados por nuestra propia mente, ya estamos expuestos a una multiplicidad de interpretaciones y valoraciones por parte de estos actores digitales. En casos extremos, hay individuos que ya prefieren reservarse la emisión de su propio criterio hasta conocer la opinión de moda o la que mayor ruido haya generado.

En lugar de formar nuestras propias opiniones a partir de una reflexión crítica y un análisis detenido de los hechos, tendemos a adoptar las opiniones de los opinólogos como propias, sin cuestionar su validez o veracidad. Esto nos lleva a consumir los acontecimientos a través de una lente distorsionada, filtrada por las opiniones y prejuicios de otros. Las redes sociales actúan como el escenario principal donde los opinólogos despliegan su influencia. Plataformas como Twitter, Facebook e Instagram proporcionan un espacio propicio para la rápida difusión de opiniones y el intercambio de ideas. Sin embargo, esta misma rapidez y accesibilidad pueden ser problemáticas cuando se trata de la formación de opiniones informadas.

El formato de las redes sociales, caracterizado por mensajes cortos y una interacción rápida, fomenta una cultura de consumo superficial de la información. En lugar de profundizar en los temas y buscar múltiples perspectivas, tendemos a conformarnos con las opiniones que nos son presentadas de manera más llamativa o convincente. Ante esta realidad, surge el desafío de cultivar una actitud crítica y reflexiva frente a la información que consumimos en línea. Es fundamental aprender a discernir entre hechos y opiniones, a cuestionar las fuentes de información y a buscar una diversidad de perspectivas antes de formar nuestras propias opiniones.

 

Además, es importante reconocer el papel que desempeñamos como consumidores de información en este ecosistema digital. Al interactuar con publicaciones, comentarios y debates en las redes sociales, contribuimos a dar visibilidad y legitimidad a ciertas opiniones sobre otras. Por lo tanto, es crucial ejercer un sentido de responsabilidad y discernimiento en nuestras interacciones en línea.

La huella digital es prácticamente indeleble; cada palabra o imagen publicada es muy probable que perdure, por lo que es esencial recordar la responsabilidad que conllevan nuestras interacciones en redes sociales. Una opinión basada en información errónea o falsa puede generar desinformación y confundir a las personas, por lo que los opinólogos son armas de dos filos que pueden exacerbar la polarización y fragmentación social y, en casos extremos, ser utilizados para manipular la opinión pública, distraer la atención de temas importantes o fomentar el hostigamiento.

A pesar del poder que llegan a tener estas figuras, lo más importante es entender que, si bien cada uno de nosotros es absolutamente responsable por lo que expresa en redes sociales, también es nuestra responsabilidad formar nuestro criterio propio ante todo lo que vemos, leemos y escuchamos… Un gran paso para recobrar el control de nuestra propia vida en estos tiempos comienza por retomar el control de la narrativa, en la que nuestra brújula moral, nuestro acervo cultural y nuestro pensamiento crítico nos permitan escuchar, comprender y formular nuestra realidad.

Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de ESPEJO