- El 2026 será en Sinaloa un año claramente preelectoral, la antesala intensa y conflictiva de las elecciones de 2027. No será un periodo de transición normal. Será, en muchos sentidos, el año en que comenzará a definirse la correlación de fuerzas para el futuro inmediato de un México profundamente polarizado.
En esta columna presentamos un panorama puntual de los principales factores que marcarán la dinámica política de Sinaloa en los próximos meses.
1. Todo el poder en disputa al mismo tiempo
En 2027 se renovarán de manera simultánea la gubernatura, las 18 alcaldías, el Congreso local y las diputaciones federales. Esta elección unificada convierte al 2026 en un año donde cada movimiento, cada discurso y cada conflicto estará atravesado por cálculos electorales. El ambiente político se cargará de competencia interna, rupturas, traiciones y reposicionamientos estratégicos.
2. Una oposición que decidió adelantar la batalla
La oposición, tanto local como nacional, ya puso en marcha una precampaña informal orientada a instalar tres ideas centrales en el imaginario social: la percepción de ingobernabilidad, los supuestos vínculos del gobierno morenista con el crimen organizado y la incapacidad para resolver la crisis del campo y mejorar la economía.
Estas narrativas encuentran eco porque no se construyen en el vacío. Se apoyan en problemas estructurales reales del estado, lo que les otorga fuerza y capacidad de resonancia en amplios sectores de la población.
3. Sinaloa como vitrina del conflicto nacional
Por su historial de violencia, su peso simbólico en la narrativa del narcotráfico, sus conflictos institucionales recientes —como el caso de la UAS, la desaparición de la CEAIP o los escándalos en la fiscalía— y la presión económica del sector agrícola, Sinaloa será utilizado como referente en el debate nacional.
La oposición buscará presentarlo como evidencia del fracaso del proyecto morenista, mientras que el gobierno intentará mostrarlo como ejemplo de estabilidad, cercanía social y resultados. Ambas narrativas serán parciales y exageradas, y ninguna reflejará con fidelidad la complejidad del estado.
4. La política desplazada al terreno emocional
La contienda se librará principalmente en el plano narrativo y emocional. La oposición insistirá en el caos, la decadencia y el riesgo inminente, mientras que el oficialismo responderá con discursos de estabilidad, sensibilidad social y avances selectivos.
En esta confrontación de versiones simplificadas, los problemas estructurales quedarán fuera del centro del debate. Se hablará poco de planeación, de fortalecimiento institucional, de innovación económica, de seguridad de largo plazo o de la crisis universitaria.
5. El factor criminal como variable de incertidumbre
El narcotráfico ha sido históricamente un actor implícito en la política sinaloense, pero el contexto actual lo vuelve especialmente impredecible. La recomposición violenta de facciones, los juicios en Estados Unidos contra líderes del Cártel de Sinaloa y los reacomodos territoriales generan un entorno de alta volatilidad.
Su influencia no se manifestará necesariamente en intervenciones directas, sino en efectos colaterales como violencia localizada, rumores, miedo social, especulación y el uso político del discurso de seguridad.
6. Precampañas condicionadas por territorios vedados
En diversas zonas del estado, especialmente aquellas con fuerte presencia criminal, no será posible realizar precampañas presenciales. Esto obligará a los partidos y candidatos a trasladar buena parte de la contienda al terreno digital y mediático.
El problema es que estos espacios dificultan el rastreo del financiamiento, aceleran la circulación de desinformación, potencian las campañas negras y refuerzan los sesgos de confirmación, incrementando la manipulación emocional del electorado.
7. Redes sociales y desinformación como eje central
Las redes sociales serán el principal campo de batalla. Las precampañas concentrarán recursos en plataformas como Facebook y TikTok para emocionalizar el debate, en WhatsApp para la difusión de rumores y micro-mensajes, así como en páginas anónimas, cuentas automatizadas y medios locales vulnerables por presiones políticas y financieras.
La información circulará con mayor velocidad, pero también con mayor opacidad, diluyendo las fronteras entre periodismo, propaganda y desinformación.
8. El objtivo será la manipulación de las emociones
En un contexto de inseguridad, incertidumbre económica y polarización, la elección de 2027 difícilmente se resolverá a partir de propuestas o diagnósticos. Miedo, enojo, resentimiento, percepción de riesgo, sensación de abandono y lealtades afectivas serán factores decisivos.
Más que quién tenga el mejor proyecto, será determinante quién logre activar las emociones correctas en los segmentos clave del electorado. Este tipo de estrategias comenzarán a fraguarse desde comienzos del próximo año.
9. El peligro de un debate desconectado de la realidad
El mayor riesgo para Sinaloa en 2026 es que la discusión pública quede atrapada entre dos relatos igualmente reduccionistas. Uno que describa un estado en colapso total y otro que insista en una estabilidad incuestionable.
Ninguno aborda los desafíos reales. Sinaloa requiere fortalecer instituciones, planear su desarrollo económico, modernizar su educación superior, reformar su modelo de seguridad y reconstruir la gobernanza territorial.
Conclusión
El 2026 será un año de definiciones políticas, pero también de grandes riesgos. Aunque Sinaloa necesita una discusión seria sobre su rumbo económico, institucional y social, es probable que predominen la polarización y la manipulación emocional alimentada desde redes y narrativas nacionales.
De ahí la urgencia de que voces académicas, populares, empresariales, civiles y comunitarias construyan un diagnóstico alternativo, basado en datos, realismo y soluciones posibles. Sinaloa no puede permitirse que su futuro se decida entre dos fantasmas: el del caos y el del autoengaño.

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