Un punto a destacar del primer round Trump-Sheinbaum y la relación bilateral es que, nuevamente, las amenazas arancelarias de Trump y el retorno de la agresiva política del “gran garrote”, más que un fin en sí mismo, son un instrumento de negociación, no solo del tema comercial. Tienen también una dimensión geopolítica importante, en función antichina.

El amago trumpiano contra Panamá, por ejemplo, indujo la no renovación del memorándum de entendimiento de este país con China sobre el canal. Lo mismo ocurrió con Italia cuando el gobierno de Giuseppe Conte en 2019 firmó un memorándum y se acercó al proyecto de las Nuevas Rutas de la Seda, es decir, la “contraglobalización” china en donde el puerto mediterráneo de Trieste sería clave, pero esto suscitó las suspicacias y oposiciones del gobierno estadounidense, tanto de Trump 1.0 como de Biden y finalmente en 2024 fue revocado.

Aunque el balance entre exportaciones e importaciones en Estados Unidos es negativo con el mundo y con México, el problema, entonces, no está allí, o no sólo. Normalmente una potencia que, quiera o no, se constituye como “imperio” ofrece a sus satélites, provincias, clientes y aliados ciertas ventajas comerciales, tecnológicas y de defensa a cambio de fidelidad, apoyo en foros internacionales, bases militares, cesión de prerrogativas soberanas, uso de tropas o recursos estratégicos, en un cuadro asimétrico de relaciones de poder e influencia. Así ha sido en el pasado y lo es en el caso estadounidense.

Por ejemplo, en la segunda mitad del siglo XX, en plena Guerra Fría, países como Corea del Sur y Taiwán se han “desarrollado” gracias a y por voluntad de Estados Unidos, incluso en contra de la conveniencia estrictamente económica de la potencia, a cambio de erigirse en pilares antisoviéticos en Asia, pero también antichinos y de contención de Corea del Norte. La narrativa convencional los presentaba como casos de éxito de un capitalismo extremo oriental sui generis, o como representantes de los “tigres asiáticos” y de libre mercado, pero la realidad es que fueron producto de una conjunción de factores particulares, culturales, económicos, estatales, pero sobre todo geopolíticos. Antes defendían los intereses estadounidenses contra el bloque soviético, ahora son factores de impedimento, junto con Japón y Filipinas, para la plena salida al mar de China en el tablero del Pacífico.

Aun así, no se puede dejar al lado del todo en el análisis la promesa del presidente Trump de disminuir el gran déficit comercial estadounidense, que en su discurso mercantilista se transforma en un “subsidio” a los otros países. Lo mismo vale para su enorme deuda pública. Deuda y déficit comercial han sido sostenibles solo gracias al poderío militar y geopolítico de un país que todavía es la primera potencia mundial, pese a su declive relativo, así como a la centralidad del dólar en el sistema internacional de pagos y como reserva, superado quizás solo por el oro.

Ahora vemos cómo se repite el guion del 2019, recargado, por parte de Trump. Como todo presidente estadounidense, sus poderes son más limitados de lo que imaginamos. En su choque con México, por tanto, la estrategia correcta es la que ha seguido Sheinbaum, a saber: tomar tiempo y enfocarse en los hechos y no en los discursos y las amenazas. En el mediano plazo los decretos ejecutivos deben de pasar por una serie de filtros y limitaciones “naturales”, jurídicas y fácticas, que pueden diluirlos y juegan a favor de acuerdos más equilibrados.

Tomarse un poco de tiempo, postergando efectos nefastos e involucrando a equipos más amplios y técnicos entre las secretarías de Estado de los dos países, es una táctica atinada, sobre todo ante el hecho de que Trump básicamente busca acuerdos, provoca desahogar “dossiers” rápidamente, y encara asuntos claves para su electorado, negociando arreglos y ajustes intermedios, más que decisiones extremas, dañinas o irrevocables.

Y esto, en el caso de los aranceles, es con vistas a la renegociación del T-MEC en 2026, por un lado, pero por otro, en el corto plazo, se antoja con el fin de forzar a México a reforzar el control fronterizo y hasta militarizarlo más. No tanto para parar el flujo de estupefacientes, lo que es imposible tan solo con la presencia policiaca, dado el enorme volumen de comercio y personas que transitan en la frontera norte o por los puertos mexicanos y norteamericanos. Además, ya sabemos que gran parte del asunto “fentanilo” es un problema más interno que externo para el vecino.

Con AMLO fueron 30mil los soldados y efectivos de la GN que fueron desplegados en la frontera sur, y ahora, de entrada, 10mil serán enviados a la frontera norte para “cumplirle” a Trump. En el medio, claro está, queda la población migrante y en tránsito, sacrificada en aras de la negociación internacional, pero a su vez definida por flujos continentales e imperativos geopolíticos, por la posición y el papel de un país como México, único en Latinoamérica por ser el dique con el bloque “anglosajón”. Estos son factores que van más allá de los gobiernos en turno.

La droga, las armas, el comercio, la seguridad, la migración: son estos los ejes y los imperativos en el tablero, pero no ahora, sino desde hace más de un siglo. Entonces, el muro y las tropas en la frontera, que Clinton envió en 1994 cuando entró en vigor el TLCAN y que Trump, como otros mandatarios, nuevamente manda a la frontera mediante decretos de emergencia nacional y ordenes ejecutivos, no hacen sino refrendar que la retórica del libre comercio tenía y tiene falacias enormes, desde el momento en que se firmó un tratado “de avanzada” en la fase álgida del “nuevo regionalismo neoliberal”, pero que no preveía la libre circulación de las personas y del trabajo como “factor productivo” fundamental.

Sería bienvenida la declaración de los cárteles como organizaciones terroristas, si eso provocara algún terremoto real en el mundo de los cárteles gringos, del lobby de las armas y de las bandas de cuello blanco del sector financiero. Son estos sectores los que lavan dinero y bombean recursos al sistema, remozando el patrón de acumulación extractivo y financiarizado actual. Este no mira a la legalidad o ilegalidad, a la moralidad o no de los negocios, sino simplemente a la rentabilidad y su perpetuación indefinida, aun a costas de las generaciones futuras (y presentes). Sin embargo, se antoja difícil el reto. La declaración de los cárteles como terroristas, si llega a sus últimas consecuencias y se logra definir exactamente de qué grupos estamos hablando, podría no surtir efecto alguno en EUA, en donde funciona y reditúa perfectamente la maquinaria del capitalismo antidroga y de los aparatos que la alimentan con el pretexto de combatirla. 

Veremos si prospera la iniciativa y si, acaso, sí genera efectos internacionales, especialmente en México y en el resto de América Latina, en donde operan grupos criminales mexicanos, y si es utilizada, como ya hemos visto en otros casos, más bien con fines políticos de acusación o desestabilización de gobiernos no gratos al imperio.

Mal le salió la jugada a Trump con sus acusaciones sobre los vínculos del gobierno mexicano con el narco, pues su única evidencia se refiere al periodo foxista y calderonista con García Luna y compañía. En México las reacciones casi triunfales y de apoyo al magnate por parte de la comentocracia de derecha y de la constelación panista sirvieron, más bien, para desnudar aún más a la oposición en su mezquindad, así como al mismo expresidente Calderón, que hasta retwitteó el mensaje de manera suicida.

Apoyar acusaciones de este tipo desde adentro, creyendo sacar raja política por un par de días, como lo han hecho Jorge Romero y la dirigencia del blanquiazul, se vuelve algo ridículo y contraproducente, porque las insinuaciones de Trump sobre el periodo actual son muy débiles y las que sí tienen sustento son las del periodo 2000-2012, pero al parecer todavía no se dan cuenta de estos desfases. La droga y la guerra a las drogas siempre han sido excusa para otras cosas, pues son parte del aceitado y añejo engranaje del complejo industrial-militar, ahora asociado con el tecnológico y mediático y con facciones del trumpismo político.

Igualmente, este tema podrá ser colocado por EUA en la mesa de negociación con México, si antes no es bloqueado internamente por el Congreso o el poder judicial en Estados Unidos, con el objetivo de conseguir más en materia de migración y sí imponer aranceles, quizás selectivamente sobre el acero, el aluminio y algunos otros productos nada más. Trump podría mostrar trofeos a sus bases, tal vez una estabilización de la balanza comercial, pero sin empeorar dramáticamente la cooperación bilateral y, sobre todo, la cabalgada hacia arriba de los precios.

En este primer “mes de gracia”, la presidenta mexicana ha informado sobre el inicio de conversaciones que deberían encabezar el Secretario de Estado de EE.UU., Marco Rubio, el del Tesoro, Scott Bessent, el futuro secretario de Comercio, Howard Lutnick, además de representantes políticos de alto nivel por parte del lado mexicano, presumiblemente, de entrada, Marcelo Ebrard, Secretario de Economía, y Juan Ramón de la Fuente, secretario de Relaciones Exteriores.

Aparte de lo anterior, queda por verse qué tanto México seguirá siendo “tercer país seguro”, es decir, receptor de personas migrantes en espera de respuesta o de su cita para la su solicitud de asilo, y a cuántas personas expulsadas o deportadas del país vecino podrá recibir, sin generar tensiones sociales en las ciudades fronterizas y sin obtener algo substancial a cambio de la administración Trump.

El tema de las armas, en el que EUA se comprometió a controlar el flujo hacia el sur, quedó algo desdibujado, una promesa muy vaga, aunque simbólicamente es muy importante que esté en la agenda. En cambio, que el envío de 10mil efectivos mexicanos a la frontera es un hecho más concreto y costoso: sin embargo, la apuesta del gobierno mexicano debe ser instalar cabalmente las mesas de coordinación y negociación, hacer que sus acuerdos justo aterricen los detalles y que los “suban” para que sean aprobados por Trump. Aun así, se ve complicado que todo el mundo de las armas, desde contratistas y fabricantes hasta los pequeños vendedores, permita afectaciones a su negocio, después de haber financiado campañas y candidatos a diestra y siniestra.

Tras la llamada entre la presidente mexicana y su homólogo queda definida una ruta negociadora con EUA que habrá que estar reinventando en la marcha, pero con base en una experiencia acumulada que no muchos países tienen con Trump. Por otro lado, todavía no se vislumbran nuevas y más riesgosas geometrías estratégicas factibles a l brevedad: pese a que en el pasado México haya sido invitado a unirse a los BRICS por el presidente brasileño Lula, no lo ha hecho, y no se ve que el gobierno Sheinbaum lo vaya a considerar.

Tras la entrada en vigor de nuevos aranceles del 10% sobre productos chinos exportados a Estados Unidos, el Ministerio de Comercio chino anunció la imposición de aranceles del 15% sobre los productos de carbón y gas natural licuado y del 10% sobre el petróleo crudo, los equipos agrícolas y los automóviles de gran cilindrada procedentes de Estados Unidos, además de comenzar una investigación antimonopolio contra Google.

En este contexto, sería poco factible, en mi opinión, un entendimiento bilateral con China para constituir una suerte de frente anti-Trump o algo parecido con el mismo Canadá, país que también consiguió una dilación de un mes en las medidas arancelarias en su contra. Esto es porque no siempre tener un enemigo común en la coyuntura, en el momento, se convierte en un aglutinante estable en el mediano y largo plazo. La macroestructura económica y las cadenas productivas-comerciales norteamericanas, junto con la geografía humana y cartográfica, son casi imposibles de eludir. Además, como mencioné al inicio, el eje central de todas estas negociaciones, imposiciones y amenazas es China, casi una obsesión estadounidense.

Podríamos llamar la posición de México una especie de “maldición de la frontera”, condensada en el estar “tan lejos de Dios, pero cerca de Estados Unidos” y en unos 3200 km de división convencional entre Norte y Sur. Son distancias y territorios que, por ser confines, a la vez son un recurso y un espacio liminal aprovechable, pero también fuentes de problemas humanos y diatribas políticas, que han determinado la geopolítica mexicana desde siempre.

Las relaciones de poder, si bien pueden ser asimétricas, como entre Estados Unidos y México o, incluso, América Latina como tal, nunca funcionan tan solo en una dirección, con las mismas palancas y de forma constante o estable en el tiempo. Cambian los costos relativos, políticos, económicos y sociales a lo largo del tiempo, un factor que está en juego en ambos lados de la frontera pero que es más apremiante en el norte. El sólido consenso interno, parlamentario y de gobierno, así como la duración sexenal de la presidencia en México, son elementos que pueden jugar a favor.

Coyunturas, escenarios cambiantes y vaivenes políticos, así como la selección de tiempos y ejes distintos para la negociación, pueden modificar la asimetría a favor de un contrincante, quebrar el gran garrote inesperadamente, o cuando menos abrir márgenes de maniobra interesantes, como ya ha intuido y aplicado el gobierno de Sheinbaum en estas primeras semanas del año.

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