Al corrupto se le valora y al humilde se le humilla

El destino de México dependerá de la manera en que el 2 de junio emitamos el voto. Y gane quien gane la reforma política es inevitable, no así lo que le depara al País ya que no es lo mismo una reforma política para controlar los poderes de la unión que una para ponerle un hasta aquí a las decisiones absolutistas de los malos gobiernos que hoy tienen a México en la antesala de un populismo enfermizo, enajenante y empobrecedor.

Hoy la realidad es deplorable. Nuestros hijos no tienen futuro, y el de nuestros nietos es desalentador. Antes estudiar garantizaba futuro, el esfuerzo prosperidad y el ahorro una propiedad. Hoy no es así. El miedo y la inseguridad predomina; los feminicidios crecen como también el robo y las estafas; la pobreza predomina y en el ambulantaje se sobrevive; amplios territorios han quedado a merced de la delincuencia, de la estafa, del cobro de piso. El sistema educativo colapsó y el de la salud se abandonó.

Nunca como hasta ahora lo peor del gobierno se había manifestado, su incapacidad es absoluta y su populismo enfermizo. Hoy la ineficiencia ocupa las decisiones y al conocimiento se le descalifica; al corrupto se le valora y al humilde se le humilla. Ante una realidad enajenante y destructiva, los datos duros son estériles. La ignorancia invade, la incredulidad crece y la mentira se ha convertido en un dogma de fe.

 

Pobre México, llegar al gobierno de sólo una persona, de sólo una voz y de sólo una instrucción, y quien se opone, engrosa las filas de los apátridas, de los conservadores y de los corruptos al servicio de los machuchones. Así de radical es el vocero y así de polar es su pensamiento. No hay diálogo, en cambio un solo objetivo: concentrar en el Presidente la soberanía de la Nación.

Y ¿a quién culpar? Las críticas sobran, pero no al gobierno ni a los partidos, sino a nosotros por no haber tenido el valor para detener las atrocidades que el gobierno le ha hecho a la Constitución; por ser indiferentes ante la represión de las libertades, la violación a los derechos humanos, la desaparición de nuestros hijos, la destrucción de nuestras instituciones y la pérdida de valores.

Como padres no supimos edificar para nuestros hijos el México por el que se esforzaron nuestros padres y que a pulmón nos dieron familia; fuimos incapaces de entender el ideario de quienes nos dieron la patria, y que el gobierno fusiló; no supimos dignificar la sangre que derramaron nuestros antepasados que lucharon por saber lo que significaba la propiedad, y que aun cuando se trataba de un pedazo de tierra pequeño, era suficiente para estar en paz y vivir con dignidad.

Nosotros somos los culpables de lo que México hoy es. Fuimos testigos del uso partidista y clientelar del corporativismo, pero no lo evitamos; en carne vivimos el daño que a la educación le hacia el sindicalismo, pero lo toleramos; criticamos la debilidad de la estrategia proteccionista, pero fuimos complacientes con la corrupción que sobre ella se institucionalizó; hemos señalado el fuerte daño que al erario le hace el amasiato entre políticos y empresarios que han multiplicado las empresas fantasmas, pero lo aceptamos. Supimos del barril sin fondo que generaron las empresas para estatales, pero fuimos incompetentes para convertirlas en estrategias de Gran Impulso.

Que nos afectó la crisis y las devaluaciones, sí, pero no hicimos nada para corregir sus causas; aplaudimos la estrategia de desregulación, pero no vimos al monstruo financiero que el gobierno le dio vida.

 

Es fácil culpar a otros cuando nuestra ingenuidad nos ciega. Ni se acabó la corrupción cuando sacamos al PRI de los Pinos ni cuando pusimos a AMLO en la presidencia. E incluso, no fuimos capaces de comprender el significado de la doble personalidad que el Presidente electo mostró el 1 de Julio de 2018 entre quien hablo en el Hotel Hilton respecto a quien lo hizo en el zócalo de la CDMX.

Que a través del voto infructuosamente hemos querido corregir los cánceres de los malos gobiernos SÍ, pero hoy la alternancia no basta, eso es simulación. Primero sacamos al PRI, después al PAN y hoy la permanencia de Morena está en entredicho y es altamente cuestionada. El problema pues no es de partido, sino que al gobierno no llegan los que deberían de llegar. Al gobierno no le interesa México, sino el usufructo de lo que significa ese poder, el manejar a discreción los millones de millones de pesos que significa cada ejercicio fiscal, y que el congreso hasta le garantice, el endeudamiento público. Ahí están las 788 reformas constitucionales que el gobierno ha impulsado de 1917 a junio del 2023, y que, en cambio, México va de mal en peor y en la antesala estamos de perder al País, de institucionalizar la antítesis de la prosperidad: la pobreza. Ahí está el grito desesperado de campesinos y agricultores; la pobreza que corroe a los campos pesqueros donde el alcoholismo corre como manantial; el llanto desesperado de las madres que no pueden darle cristiana sepultura a sus hijos desaparecidos; los cientos de miles de jóvenes para quienes la educación es un sinsentido de la vida; las familias desintegradas y cuyos hijos deambulan en el mercado de los antivalores; los cuellos de botella que asfixian a millones de microempresas.

No es, pues, la reforma política que el Presidente desea para tener el absolutismo monárquico al que aspira, sino la que provenga de la sociedad y en particular de ese segmento de ciudadanos que sí son patrios, y que sí saben el significado de la preparación y el esfuerzo; la generación de empleos e impuestos; el cuidado de la familia y la formación de los hijos; de esos ciudadanos que saben lo que significa el caer y levantarse, y volver a caer y volver a levantarse, a pesar de los desastrosos gobiernos. Ese segmento social que sabe el significado de la independencia para la soberanía, y que respeta a la Constitución y el Estado de Derecho.

No es hipótesis lo aquí planteado, sino axioma, y el móvil de esa reforma política, como ideal, no es que México tenga una nueva Constitución, sino perfeccionar la actual, quitarle sus inconsistencias y que clarifique sus ambigüedades; y que sus artículos fortalezcan la división de poderes para que el Presidente se centre en la ejecución y deje de controlar lo que es propio para los poderes Legislativo y Judicial.

Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de ESPEJO