‹‹A la tierra que fueres harás lo que vieres››, intenté seguir la regla y disfrutar de las costumbres y bondades del lugar, de ponerme cómoda y relajarme. No fue así, algo pasó. Recordé: ‹‹no juzgues, si algo no funciona averigua qué estás haciendo mal, tú, no los demás››, así lo hice, me pareció sensato. Por mucho tiempo seguí la segunda regla, mas esa tierra ya no era la misma y, pese al propio bienestar, terminé justificando el actuar de los demás. Intenté ser complaciente, escuchar sus quejas y saberes. Pasó el tiempo… algo seguía sin cuadrar. Con conocimiento de causa, de años, me atreví a decir: la tierra se ha pervertido. Apenas lo dije, reprobé la idea, estaba agobiada, regresaba al juicio. Él había dicho una cosa más: ‹‹no puedes renunciar, debes luchar por lo que quieres. No abandones a las primeras de cambio››, así lo hice, no me rendí. Resistí. Me dije que era la marca de los tiempos, los cambios generacionales; había que adaptarse y continuar con sabiduría. Adopté prácticas más zen. Me serené. Los ruidos cesaron, algo cambió. Hubo un cruce de voces, de tonos. Era su voz, la escuché: ‹‹no es egoísmo, si algo te perturba, no expliques, da un paso atrás›› Sí, tenía razón, el caos era sólo mío. Cuando desaparecí, nadie lo notó. Ellos siguieron con su música, yo continué con mi silencio. Sentí la fragilidad. Después de varios caminos y torpes tropezones, ahora, sin dilemas, sé donde quiero estar.

Creyó que podía enfrentarse al lobo. Ya no. No quiere ser la heroína, no quiere ser mujer ejemplar. Ya no justifica a nadie. ¿Quién creen que soy? Salvadora, no. Cómo pudo olvidar la advertencia de Rosario Castellanos: ‹‹cuídate de los altares. Jamás se te ocurra subirte a uno… ››. La torcieron sus reglas. Ahora sí, se arriesgó a no gustarles. La cansaron sus arbitrarias maneras. Lo advirtieron y no hicieron nada; convirtieron el aire en gas natural… Si en el momento decisivo tú tampoco te vas, te suicidarás súbitamente, directa o indirectamente, lenta y miserablemente…

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